Las extravagancias del barroco más la egolatría absoluta del romanticismo son las dos fórmulas del pasado, que mejor le sientan y le convienen a la autoconciencia del ser único posmoderno o post histórico o como usted quiere calificar al presente que le recibe cada día al amanecer, que no es poco.
Un ser único no puede estar cara cara con otro ser único. Para eso son dos seres únicos que no se necesitan, pues pueden vivir perfectamente uno separado del otro, aunque no del todo. Hay un resto de necesidad del otro no confesado, que se refleja y, al mismo tiempo, lo camufla en la pantalla que tiene de forma permanente en la mano. De tal manera es así, que su imagen de ser único prevalece en cualquiera de las transacciones que a través de ese dispositivo digital que okupa su vida.
Así la huida de las conversaciones cara a cara, en las que nos permitimos estar plenamente presentes y vulnerables han desaparecido entre los seres hablantes, dichos androides por las revistas especializada das, que se encuentran poseídos, cada vez más, por las inclinaciones digitales convulsivas con pantallas mediante. Sin embargo, no deja de ser cierto que son en las conversaciones cara a cara donde florecen la empatía y la intimidad y en las que la acción social de un nuevo humanismo sale a la palestra, desconfiando de la cara oculta de la digitalización de la vida, a saber, la barbarie de los androides que socava el destino de la convivencia democrática de los seres humanos, como los bárbaros de antaño socavaron los pilares de la Hélade.