jueves, 23 de febrero de 2023

HABANA

 Algunas de las preguntas que surgieron o quedaron sugeridas por las palabras de los contertulios en la “taberna del espectador” fueron: ¿por qué Sidney Pollack, el director de la película Habana, decide qué el punto de vista de su acción narrativa lo tenga un jugador profesional de póker, Jack Weil, en los días previos a la llegada a La Habana de Fidel Castro y sus barbudos, el grupo de insurgentes contra el régimen de Batista?, ¿por qué busca la complicidad emocional e intelectual del espectador en un ámbito construido con la voluntad de hacer habitar, por decirlo así, conceptos de significado contrario: la revolución de Fidel Castro y el juego de los casinos de Fulgencio Batista?, ¿Pollack quiere enfrentar al espectador a la siguiente disyuntiva: durante la vigilia la vida es un juego, antes que un sueño, o es al revés?, ¿con igual numero de cartas entre las manos, la vida es un juego abierto de probabilidades conducida por una firma voluntad de saber perder una vez con las mejores cartas para poder ganar más veces con las peores (Jack Weil, dixit), antes que el sueño cerrado de una exclusiva y única voluntad de poder (Fidel Castro: patria o muerte)? 

Al salir de la película, donde todo lo que tenía que suceder ha sucedido, da la impresión que Pollack le vuelve a preguntar al espectador: ¿eres más afecto a la visión de los jugadores de casino o a la de los soñadores revolucionarios? Fácil dilema para un espectador progre. Pero se puede hacer la pregunta de otra a manera: ¿el amor de Jack por Roberta al ser un amor adulto de impulso íntimo entre adultos, es, vale decir, más auténtico que el amor juvenil de impulso exterior revolucionario de la adulta Roberta por el adulto Arturo? O también: ¿el amor de Roberta por el jugador del casino Jack Weil queda oscurecido por el amor al dirigente burgués revolucionario Arturo Durán? ¿Es esa oscuridad la que determina el aparente hieratismo del personaje de Roberta? ¿Tal y como está contado por Pollack, Roberta, atrapada en esa endiablada trampa sentimental, podría haberse comportado de otra manera? Es evidente que a Pollack, aunque al espectador progre le parezca mentira, no le interesa el amor revolucionario de Roberta y Arturo, y si lo muestran en público o no, por eso queda elidido en la película. ¿Esa decisión es intencional?¿Lo deja a la imaginación el espectador actual? ¿Puede el espectador, sabiendo lo que ya sabe de la revolución cubana, llegar a algún sitio de interés imaginando a esos amantes revolucionarios queriéndose? 


Sea como fuere, lo que le interesa a Pollack es salvar, por encima de los colores de las coyunturas políticas, la nobleza de su personaje Jack Weil (así se lo dice para que lo oigamos bien el que le organiza las timbas: siempre pensé que eras un tipo noble) al que adora si nos atenemos a tal y como nos lo muestra en la película. Tal nobleza lo obliga a sincerarse con Roberta: Artur está vivo. Cuatro años después, en 1963, cuando dentro y fuera de Cuba ya se sabe cual es la verdadera intención de Castro y sus barbudos, cuando la disidencia cubana es un hecho de sonoridad internacional, vemos a Weil mirando el horizonte en las playas de Cayo Hueso. Situada al sur de Florida, más cerca de Cuba, a tan sólo 150 kilómetros de Miami, Cayo Hueso es una pequeña isla tropical que a lo largo de la historia ha sido refugio de piratas y pescadores, lugar de acogida para las personas rechazadas y un paraíso para los buscadores de tesoros. Es también donde Jack Weil recuerda su amor por Roberta, sin perder la esperanza de verla aparecer algún día por el horizonte. En esa escena final, ¿el espectador está en Cuba o en Cayo Hueso? ¿Está con el amor de casino de Jack Weil o con el amor revolucionario de Roberta?