viernes, 3 de marzo de 2023

SU MEJOR HISTORIA

 La guerra no atenta contra la vida, sino que es más bien una de sus formas. Forma parte de nuestro adn como la supervivencia, sin la cual la especie humana desaparecería. Pero la guerra, como la supervivencia, también son aspectos de nuestra imaginación, vale decir, de nuestra cultura. Destructiva, dolorosa, sí,  pero la guerra es una de las formas que adquiere esa cultura. Dicho de otra manera, la guerra con sus dosis superlativas de tragedia y muerte no puede ser superior a la vida, es la vida misma descarrilada, si se quiere ser compasivo, ya  que únicamente en el ámbito de la vida acontece la tragedia, el dolor y la muerte. También el drama, la comedia, el placer,…, claro está.

Es alrededor de estas disquisiciones donde me parece más oportuno situar el foco de atención del espectador de la película “Su mejor historia”, de la directora danesa Lone Scherfig. Sea debido a que no vivimos en un ambiente bélico cercano desde hace casi ochenta años, sea debido al confort extremo con que hemos decorado nuestra vida en este largo periodo de de paz, lo cierto es que tendemos a pensar sobre la guerra como algo ajeno a la vida, donde solo prevalece la muerte. Sin embargo, sino nos fijamos con atención en los periodos que llamamos de paz, la muerte, como cabría suponer según el razonamiento anterior, debería estar totalmente ausente, pero lo que comprobamos cada día es que no deja de hacer valer su particular guadaña para llevarse por delante a quien se cruce en su camino. Y eso que los pacifistas hacen todo lo posible para que no se vea o, aún peor, no exista. La muerte. Y la guerra.


Aclarado que la vida está por encima de las vicisitudes en que la puedan meter la conciencia de los seres humanos, por la misma razón la única forma de acceder a sus misterios no se puede hacer frontalmente sino dando un extraño rodeo al que llamamos ficción. De eso va en esencia la película. De cómo se construye ese rodeo hasta hacer que se parezca a una escalera que nos permita abordar con esfuerzo pero con sentido eso que llamamos realidad, que no es otra cosa que un juego de comunicación entre dos percepciones íntimas y previas sobre lo que se nos aparece fuera. Una escalera que no tiramos cuando llegamos arriba, sino que la utilizamos para bajar abajo y contar lo que hemos visto. Esa es la estructura del rodeo, eso es narrar con sentido. Estoy hablando del equipo de guionistas que se encargan de hacer el mejor guión, que haga posible que el director filme la mejor historia para salvar a la patria inglesa de la invasión nazi. Estoy hablando de cómo se construye la ficción que va a permitir hacer entender al pueblo británico la primera y única consigna del recién nombrado primer ministro de su Majestad, Winston Churchill: solo os puedo prometer sangre, sudor, y lágrimas (no hay mención a ella en la película, pero el espectador atento sabe que está detrás del encargo al equipo de guionistas por parte de las autoridades británicas). Un equipo de guionistas del que forma parte una mujer, Catrin, que tiene la oportunidad de poner a servicio de una causa justa, la mayor imaginable en esos momentos históricos, todo el potencial narrativo que lleva dentro. Como tantas mujeres los hicieron en otros campos en esos momentos históricos.


A parte de las peripecias de los miembros del equipo de guionistas, desenamoramientos, enamoramientos, situaciones cómicas y tragedias, más bien sugeridas o no del todo incluidas, lo más destacable para un espectador del siglo XXI, a mi entender, reside en el vínculo que se produce en la mente de los creadores hasta formar, a su vez, el mejor equipo de guionistas para el momento: imaginar la mejor historia para la mejor causa posible, que no es otra que salvar a la patria inglesa de la invasión nazi. Digo esto, porque hoy la mejor historia de cualquier equipo de guionistas no tiene enfrente de una forma tan nítida la mejor causa posible. Y si hoy falta la mejor causa posible, que no sea la del propio sujeto moderno, falta el trabajo en equipo, que es uno de los ejemplos perdurables que nos trasmite la película de Scherfig a los espectadores de los tiempos actuales. Un sujeto moderno que según Javier Gomá, “dicta sus leyes a la Naturaleza porque se constituye en el legislador único de su propio código moral y estético: su autonomía rechaza toda instancia exterior a la conciencia individual, así como la repetición o reiteración imitativa, incompatible con la intuición de un sujeto esencialmente libre y creador.