Al nacer nos dan una vida en propiedad y un mundo en herencia.Todo ser humano tiene la obligación de buscar su lugar en el mundo, que le permita tratar con la vida recibida y traspasar el legado heredado a la siguiente generación, sea todo por el bien de la humanidad a la que pertenecemos como individuos. Si quieres salvar el legado cultural de la humanidad, te convertirás en un académico (profesor, maestro, archivero, bibliotecario,…). Si quieres salvar vidas humanas, te convertirás en un soldado (policía, médico, bombero,…) Si quieres traspasar el legado de tu vida al alma del mundo para que lo herede la siguiente generación, te convertirá en un monje creador (poeta, pintor, músico, …) En la época teologal el académico, el guerrero y el monje creador coincidieron al mismo tiempo y en un mismo lugar: los monasterios. La razón ilustrada acabó con la visión medieval de la vida y del mundo, lo que dio lugar a que el académico, el guerrero y el monje creador se fueran cada uno por su lado. Todo a beneficio del sujeto moderno, que dicta sus leyes a la Naturaleza porque se constituye en el legislador único de su propio código moral y estético: su autonomía rechaza toda instancia exterior a la conciencia individual, así como la repetición o reiteración imitativa, incompatible con la intuición de un sujeto esencialmente libre.Este cambio colosal de época a quien más ha afectado ha sido a la figura del monje creador, que se encuadra en una situación precaria al diluirse su antigua actividad entre el ruido, intencionalmente confuso y difuso a la vez, de las audiencias dominantes. El sujeto moderno no siente la necesidad de traspasar el legado de su vida al alma del mundo ni a la siguiente generación, ya que es autosuficiente y autorreferencial en un presente de actualidad continúa, cabalgando sin cesar sobre un sin fin de eventos consecutivos. En el mundo de hoy la experiencia de la temporalidad de los seres humanos ha sufrido una mutación notable, hasta el punto de que podría hablarse del ocaso de la misma. Hemos perdido la experiencia de la duración, de la demora, que ha sido sustituida por la sucesión ininterrumpida de intensidades puntuales. Nos hemos convertido en seres sin tiempo, que solo ocupan de forma intermitente el espacio. Todo el espacio. Y luego nos quejamos del cambio climático, buscando afuera culpables por doquier, sin atrevernos a mirar adentro de nosotros mismos