Al salir de un evento, donde todo lo que tenia que suceder ha sucedido, hasta el próximo evento, donde todo lo que tenia que suceder ha sucedido, hasta el próximo evento, donde… Así disfruta ilimitadamente, como dicen los predicadores de eventos o la venta ininterrumpida del paraíso en la tierra.
Lo que quiero decir, con este proemio, es que el acto de la lectura nos libera de nuestra educación eventista y la literatura nos libera de nuestro habla coloquial donde nunca aparece el otro. ¿Qué es, entonces, un club de lectores de una obra literaria? No es un evento, donde todos los asistentes saben que lo que tenía que suceder acaba sucediendo. Los actos de la lectura no son espectacularizables como si fuera un evento, su esencia es el misterio de la vida. En un espectáculo todo deber ser evidente, pues las presencias y las audiencias imponen su ley implacable. Para mí un club de lectores es, básicamente, un espacio de conversación entre esos lectores que “no saben” del misterio de la vida, donde el coordinador del club está más obligado a aprender que los propios lectores. Entiendo el conocimiento con una base dialógica, al estilo socrático, es decir, el que más sabe que no sabe nada ha de ponerse en cuestión ante los que están aprendiendo. Las lagunas, las contradicciones, las diferencias, son lo que producen la tensión necesaria para que el conocimiento y la actitud ante el conocimiento produzcan alguna especie de beneficio.
Un club de lectores es, por tanto, un espacio de liberación de todo lo que el lector cree que sabe. Un lector de una obra literaria es alguien que “no sabe”, porque ha abandonado la aburrida abundancia de conocimientos con el fin de cobrar vida. Es alguien que lee contra la lógica abstracta de las ideas y las posturas académicas o eruditas y contra la banalidad de la vida cotidiana que le circunda. Es alguien que lee apoyándose en la lógica poética (discontinua, asociativa, abierta), la única donde autor-narrador y lector pueden dialogar dentro del mismo nivel creativo.