martes, 14 de febrero de 2023

EL MAR HELADO 2

 El mar helado, que mencionaba en la anterior entrada, es el que se interpone entre las creencias y las ideas de esos lectores (y, por extensión, entre las mayoría de los ciudadanos que andan por estos pagos) de esta Era de Hielo Psíquico de la que no hay precedentes. Por un lado, a los predicadores del clima se les llena la boca sobre el calentamiento global del planeta. Pero, por otro, no dicen nada del enfriamiento del alma de los habitantes que zascandilean sin tregua en la parte más occidental y china de aquel, pues son los que más colaboran al tal calentamiento con su estilo de vida, de la que, igualmente, no hay precedentes. Luego parece obvio que entre la Era de Hielo Psíquico y la Era del Calentamiento Físico, es decir, entre la frialdad del alma y el calentamiento del cuerpo de los habitantes del planeta debe haber alguna correspondencia que a nadie parece importarle. 

Haciendo un taxonomía de urgencia se puede decir que hay personas que creen mucho, otras que creen lo justo en su sueldo para levantarse cada día y una gran cantidad que dice que no creen nada, ni en su sueldo. De lo que es más difícil hacer una taxonomía es de lo que piensan los miembros de esos tres grupos sobre lo mucho que creen, sobre su creer a medias en su sueldo y sobre su falta de creencias incluso en su sueldo. Y es que se puede vivir sin tener ideas, de hecho todos vivimos con ideas prestadas, pero como no se puede vivir es sin tener creencias. No creer en nada, ni en nadie, es la más absoluta de las creencias. No hay, por decirlo así, creencias prestadas. La creencia, aunque todas se parecen, cada cual la vive de una manera única e irrepetible, en la misma proporción que su vida es única e irrepetible. La creencia, mucho antes de que decidamos pensar o no sobre ella, coloca nuestra vida en el mundo de la forma más rudimentaria. Algo así como entre animal y humano. La creencia tiene esa contundencia y esa contumacia. Es la del niño recién nacido. Cree en lo primero que se le pone por delante, su madre, pero si le ponen un galgo también cree en él. Las creencias tienen que ver con la supervivencia, que es única e irrepetible. Sin embargo, las ideas, que como digo son todas prestadas, tienen que ver con la existencia, y funcionan todas por el principio de imitación de lo ajeno. Las creencias colocan el cuerpo en el mundo arbitrario de los fenómenos cada mañana. Las ideas ponen el alma o la conciencia en relación con la diversidad apabullante de aquellos. ¿Es esta diversidad apabullante la que hiela el alma y calienta el cuerpo y, de paso, el planeta? Yo diría que si, pues no hay precedente de ello.


A falta de algún humano cerca para conversar, le pregunto a la inteligencia artificial ChatWST sobre estos asuntos. En concreto le pregunto: ¿la hipocresía es necesaria para abrirse un camino razonable entre las creencias y la ideas? La muy hipócrita me contesta que siempre se puede –¡y se debe!– vivir de manera auténtica y sincera.