jueves, 9 de septiembre de 2021

CIUDADES DE TURINGIA 1

 EISENACH

Cuando me enteré, de forma fortuita, que la imaginación de la industria turística alemana había unido en un único recorrido ciclista estas siete ciudades del estado federado de Turingia, a saber, Eisenach, Gotha, Erfurt, Weimar, Jena, Gera y Altenburg, experimenté una grata satisfacción al comprobar sobre el mapa que, en poco más de 200 kilómetros, quedaban unidas, a golpe de pedal, lugares que albergaban bajo la alfombra de la exitosa  homogeneidad cultural europea actual un pasado particular glorioso que servía de nutriente a aquella explicita igualdad, pilar fundamental, junto con el de la moneda única, de la construcción europea en marcha.


El estado federado de Turingia ocupa hoy la parte central de la Alemania unida, aunque hasta la caída del muro de Berlín ocupó la parte más occidental de la Alemania comunista. Su capital es Erfurt, una de las ciudades del circuito ciclista, y la seña de identidad más importante, junto al pasado cultural de algunas de esas ciudades mencionadas, es el paisaje que se encuentra cubierto por frondosos e interminables bosques, entre los que circula una extensa y ramificada red de carriles bicis que pone en contacto no solo a aquellas ciudades, sino a las que se encuentran en un entorno de 15 o veinte kilómetros.


El acercamiento a la ciudad de partida del viaje ciclista, Eisenach, requiere, por decirlo así, una estrategia no propiamente ciclista. Un primer acercamiento lo hice en avión hasta la ciudad de Frankfurt de Meno, capital del estado federal de Hesse, limítrofe con el de Turingia. Y un segundo acercamiento desde Frankfurt, donde recogí las bicicletas que había alquilado con anterioridad, hasta Eisenach en tren. En todo ese recorrido tardé un día. Si lo contabilizo en términos de estricto trasporte de mercancías fue muy lento, pero si lo siento como una experiencia no solo de la mercancía cuerpo y sus complementos, bicis, alforjas, etc, sino también de la parte invisible de todo viaje, llámese alma, espíritu, conciencia o llamase como quiera usted que se llame, el viaje hasta Eisenach fue rápido. El caso fue, como suele suceder siempre en este tipo de viajes ciclistas, que alma y cuerpo, cuerpo y alma a lomos de mi bici recién alquilada dedicaron la tarde del día de la llegada a Eisenach a un ejercicio de muto reconocimiento, necesario de cara a las próximas jornadas. 


Hay dos nombres que destacan con brillo propio en la nómina de personajes que tienen relación con la ciudad de Eisenach. Johan Sebastian Bach y Martin Lutero. El músico porque nació allí, aunque solo viviera los primeros siete años de su vida, siendo bautizado en la iglesia de san Jorge en la fue organista años más tarde. Y el reformador agustino porque se refugió, bajo la protección del elector Federico III de Sajonia, en el castillo de Wartburg situado en las afueras de la ciudad, y declarado por la UNESCO patrimonio de la humanidad. Hasta aquí los datos históricos generales. 


¿Qué decir de Bach y su ciudad natal? A la luz de lo que el turista ve en su deambular por la ciudad de Eisenach diría que se llevan bien. Muy bien, incluso. El genio universal de la música barroca supongo que tiene algo que ver en ello. Otras ciudades han olvidado casi por completo a sus hijos más destacados, aunque hayan vivido más años que los que Bach permaneció en la suya. El caso es que Eisenach ha dedicado un rincón de su término municipal a recordar la figura de aquel, y lo ha hecho de una forma discreta en sus aspecto físico visual, pero luminosa en cuanto a su aspecto simbólico. A partir de su casa natal, conservada en su aspecto original del siglo XVII, han añadido un museo que guarda partituras e instrumentos musicales que dibujan parte de la biografía y estilo del músico, así como la posibilidad de que el visitante escuche una parte de uno de los conciertos elaborados por  él. El conjunto lo completa una robusta estatua del músico colocada en medio de un pequeño jardín, que la rodea como inmejorable acompañamiento. Eché en falta la presencia de algún músico ambulante, como ya he visto en otras ciudades alemanas, que cumpliera el efecto llamada de los paseantes alrededor del rincón primordial del maestro. Así que me tuve que conformar con sentarme a cenar en la terraza de un restaurante ubicado enfrente. Mientras cenaba y caía la noche pensé que el espíritu restrictivo del lado oriental del antiguo telón de acero, poco dado al bullicio y espontaneidad callejeros, todavía ejercía su fuerte influencia sobre ciudades pequeñas como Eisenach. 


Muy otra, sin embargo, fue la percepción que tuve de los lugares que dieron cobijo y protección a Martin Lutero en el castillo de Wartburg, propiedad del elector Federico III de Sajonia. Situadas fuera de las murallas propias del castillo, las habitaciones donde el Reformador tradujo al alemán el antiguo testamento de la biblia, creando así el alemán moderno actual, forman parte del conjunto de las dependencias donde se alojaban las personas y las cosas que prestaban su servicio al elector sajón. En ningún caso me transmitieron algún sentimiento de verticalidad o jerarquía, sino que, muy al contrario, experimenté una extraña sensación de horizontalidad, como se dice ahora, lo que hizo que evocara de nuevo las intenciones de Lutero al enfrentarse al poder del Vaticano.