WEIMAR
Lo primero que se le viene a la cabeza al vísitante, nada más entrar dando pedales en la ciudad de Weimar, es por qué no ha sido ella la elegida como la capital del estado federado de Turingia. El prestigioso legado cultural que atesora, y del que son testimonio no sólo la arquitectura sino los archivos documentales repartidos por la ciudad, así me lo hizo imaginar. El prestigio y la fuerza cultural de la ciudad de Weimar está ligado, paradójicamente, a la debilidad política histórica, digamos, del entorno geográfico al que pertenece. O dicho de otra manera, Weimar es el epítome, no solo en el estado de Turingia, de ciudad moderna bajo la tutela de un gobierno feudal con vestimenta y hábitos del despotismo ilustrado. Solo se puede entender así la relación de figuras como Goethe con su protector el duque Carlos Augusto de Sajonia-Weimar-Eisenach y su madre Ana Amalia de Brunswick. Destacar la casa de campo que Goethe se hizo construir en el inmenso parque que rodea los palacios de aquellos.
Ya en el siglo XIX, Liszt y Wagner gozaron también de los favores de los duques de Sajonia, herederos de los que protagonizaron el clasicismo alemán del siglo XVIII.
En el siglo XX, Weimar acoge tres momentos históricos de gran importancia cultural y política. En primer lugar, la creación por parte de Walter Gropius de la Universidad de la Bauhaus, que revolucionó el mundo de la formas exteriores, tanto en lo que se refiere a la arquitectura como a los objetos cotidiano. Como no podía ser de otra manera el edificio de la Universidad, que sigue plenamente en activo, responde término a término a los principios inspiradores de su fundador. En segundo lugar, el edificio del Teatro Nacional, en la plaza del teatro de Weimar presidida por las dos imponentes estatuas de Goethe y Schiller, fue elegido para aprobar la constitución de 1919 que dio lugar a la primera experiencia verdaderamente democrática de la nueva República Alemana, que concluyó, como es sabido, con la ascensión de Hitler a la cancillería alemana. Y en tercer lugar, la construcción en 1937 en las cercanías de la ciudad del campo de concentración de Buchenwald, en el que estuvo prisionero el escritor español Jorge Semprún, gracias a sus testimonios escritos sabemos de la experiencia diaria allí dentro.
Como puede comprobarse tal itinerario histórico del siglo pasado, ya no solo afecta a la nación alemana si no que tienen una proyección y repercusiones claramente europeas.