JENA
Si Weimar ofrece al visitante su legado cultural de una forma amplia y explícita, Jena hace lo mismo respecto a un hecho concreto que tiene que ver con la fundación de la filosofía moderna. Me refiero, claro está, al encuentro de Hegel y Napoleón en el centro de la ciudad, el mismo día que el filósofo puso el punto final a su obra capital “la fenomenología del espíritu” y el emperador entró triunfante después de derrotar a los prusianos en un campo sito en las cercanías, lo que supuso durante muchos años la exclusión de las aspiraciones prusianas respecto a alcanzar su hegemonía en el centro continental europeo.
No hace falta insistir mucho para que leamos lo anterior más dentro del ámbito narrativo de la leyenda que de la verdad histórica. Lo que sí parece cierto históricamente es que Napoleón arrasó la ciudad de Jena después de pasearse altivo y triunfante por sus calles, incluida la casa donde Hegel había concluido su magna obra, y que los siguientes pasos de éste se tiene constancia probada que ya los dio en Berlin, donde culminará con éxito su carrera profesional hasta su muerte en 1831, debida a la peste que asoló la ciudad durante ese año.
Sea verdad histórica o literaria, lo que para mí tenía antes de iniciar el viaje, y tiene de manera acrecentada después de haberlo hecho, un atractivo indudables es pasear por las calles de una ciudad donde todavía existe “el espíritu del mundo montado a caballo”, que al parecer fue la frase que pronunció Hegel cundo vio en directo pasear triunfante al emperador por las calles de Jena.
Lo que me gusta imaginar es que un filósofo de lo absoluto, como es Hegel, anhelaba en su fuero interno comprobar que su pensamiento tuviera algún tipo de concreción práctica antes de su muerte. Lo mismo que me gusta imaginar que Napoleón anhelaba apoderarse no solo de la geografía del continente, sino también de su alma. Visto así, si dos inteligencias de ese tamaño coinciden en el tiempo histórico imaginado a pleno rendimiento y sin intromisiones ajenas, lo inevitable que es que se encuentren, no en alguna fecha del calendario que es lo de menos, sino en ese tiempo de lo qué sucede siempre y transmitan su experiencia a las generaciones posteriores. Será entonces cuando las inteligencia de cualquier tamaño puedan imaginar, fuera del calendario, y establecer asociaciones que colmen los anhelos que tengan, sin dañar al patrimonio simbólico, antes al contrario engordándolo, y, por supuesto, sin atentar contra el patrimonio natural, antes al contrario, conservándolo.
Sea como fuere, caminar por las calles de Jena se me antojó que estaba bendecido por ese encuentro que vengo mencionado, a pesar de los desmanes que produjo la ambición desatada del emperador y de los estropicios mentales que causaron las lecturas posteriores de la obra del filósofo. La vida lo había asimilado todo con dignidad y el poder pasear en paz pensando sobre estos asuntos y otros que se echaban encima era una buena prueba de ello.
Jena se ha hecho famosa por dos motivos: por poseer una de las universidades con más tradición cultural y científica de Alemania y por su importante industria óptica (Carl Zeiss AG). Por ello se la conoce como "ciudad de la ciencia". Durante siglos, Jena perteneció a varios principados y ducados, hasta pasar a formar parte del ducado de Sajonia-Weimar.4 Alrededor de 1800 Jena se convierte, junto con Weimar, en el centro cultural de Alemania. En esta época nacen en Jena el Romanticismo Universal, el Idealismo Alemán y gran parte de la Clásica de la literatura alemana.