jueves, 24 de abril de 2014
LOS PLAZOS
El otro día, en una óptica, observé como un cliente no pudo pagar de una vez la renovación de sus gafas. La dependienta le concedió un crédito al pie del mostrador, diciéndole que le pagara la mitad en ese momento y el resto en los dos meses siguientes. De repente, volvieron los plazos de mi niñez. Un ardid difuso y fronterizo que no distingue lo que no tienes de lo que necesitas. Mi madre - que todavía llevó, en cuanto a esos términos, una vida razonablemente humana, pero que le gustaba la luz y tenerlo todo como los chorros de oro - me enseñó a mantener el ojo avizor, en el medio de esa raya endiablada. Nunca me hizo sentir que lo que no tenía fuera una injusticia insoportable. Y, sin embargo, jamás me dejó sólo, a la intemperie, frente a mis necesidades de aquellos años. Que fueron, aproximadamente, las suyas.
martes, 22 de abril de 2014
EL ÚLTIMO CONCIERTO, Yaron Zilberman
O de como la vida sin previo aviso, como siempre actúa, le lanza un órdago al arte. Y lo pierde. No porque el arte, en este caso la música, sea mas grande que la vida, sino porque tiene de su parte toda la fuerza que proporciona alcanzar el sentido del sentir. Entonces la vida, resignada ante tan descomunal poderío, acepta la derrota y se sienta a escuchar el último concierto. Este es el cuento: la música o la vida.
Dicho así parece fácil, pero, y este es creo yo el punto débil de la película, es bastante más complicado que su apariencia. Su director muestra acertadamente el conflicto, pero pienso que lo resuelve de forma precipitada. Zilberman parte de la tesis de que el arte siempre le gana la partida a la vida, y con la película pretende demostrarlo. Cayendo de esta manera en la trampa de todo principiante (es su primera película): se ha dejado llevar por la tentación de creerse mas fuerte y grande que la vida. Cualquier persona sensata sabe que esto no es así. No se puede pretender dominar a las fuerzas desatadas de la vida como si de un tigre enjaulado se tratara, haciendo de ello la tesis de partida, y pretender luego demostrar con ello lo buen domador que se es. Las fuerzas ocultas de la vida lo son porque no admiten la jaula, y cuando se desatan se pueden llevan por delante todo lo que encuentran a su paso, incluso al cuarteto de cuerda mas virtuoso que a uno le quepa imaginar. Talmente el que forman en la película “The Fugue String Quartet”. Este me parece un mejor punto de vista de partida. Sin aspirar a demostrar nada, únicamente mostrar como se desarrolla ese turbulento proceso. El peligro que arrastra y toda la incertidumbre y desasosiego que genera.
El caso es que “The Fugue String Quarter” está a punto de cumplir su veinticinco aniversario al lado, con la uña a su carne, de la música. Para celebrarlo sus miembros quieren tocar el Cuarteto op. 131 de Beethoven, según dicen los entendidos la obra cumbre para cuarteto de toda la historia de la música. Pero justo en esos momentos al violonchelista le detectan los primeros síntomas de la enfermedad de Parkinson. Primer aviso de la vida. La impecable carrera musical del cuarteto recibe un golpe tan duro como imprevisto. Se tambalea. Lo que aprovecha, lo que de humano oculta el segundo violín del cuarteto, para dar el segundo aviso: quiere ser primer violín y le dice a su mujer, que toca la viola, que le de pruebas irrefutables de que lo quiere más que a la música. Así las cosas, mientras la vida va ganando terreno a toda velocidad haciendo recular al mismo ritmo a la música, la hija del segundo violín y su mujer, y alumna del primer violín del cuarteto, se enamora perdidamente de su maestro. Y éste le corresponde. Tercer y último aviso. La vida se ha hecho con los mandos. Sólo la fuerza y poderío del Cuarteto op. 131 de Beethoven puede remediar lo que parece abocado a la desaparición irremediable. Y lo consigue mediante la habilidad taumatúrgica y la generosidad del violonchelista, de las que hace gala sobre el escenario en el último concierto.
Como espectador me emociona que la música se acabe imponiendo, al final de la película, a la vida. Pero me desconcierta la manera como lo hace para llegar a ese final. Es como si Zilberman tuviese prisa por hacerlo, como si desconfiara de la virtud y el talento de quienes tienen la misión de conseguirlo, “The Fugue String Quarter”. Da la impresión de que una vez abierto en su seno la caja de los truenos de la vida, lo que observa, y que mantenían ocultos sus miembros bajo el manto de tanto virtuosismo musical, lo desbordase y lo dominara. Entonces trata de acallar todo ese tumulto, por la vía de urgencia, tapando la caja de nuevo con ese último concierto.
Tal decisión, ciertamente, desconcierta, pero no deja de ser instructiva en beneficio de esa tensión que siempre mantenemos entre el malestar de la vida y el intento de restañarlo con nuestra imaginación, en el trato que mantenemos con las obras creativas a las que nos acercamos.
jueves, 17 de abril de 2014
EL DOCENTE DEMEDIADO
Debo a mi amigo K la explicación que en su día, y con mucho con asombro por mi parte, me dio sobre el divorcio que existe en las aulas entre ciencia y poesía. No es la ciencia la que es incompatible con la poesía, me dijo, sino la didáctica, es decir, su tentativa dogmática, pragmática e instructiva. Él se lo había leído a Primo Levi en su libro, “La cosmogonía de Queneau”. Ayer me lo encontré – K es amigo mío desde la época universitaria - en una conferencia que organizaba la Asociación de Imitadores de Voces Poéticas. La sala que era de estilo neoclásico y en cuyas paredes colgaban un puñado de cuadros imitadores del expresionismo abstracto norteamericano, estaba llena de gente. K era uno de los ponentes. Me dijo que su intervención iba sobre la importancia de las voces poéticas en los diálogos educativos científicos. O algo así. De lo que no me habló fue de los honorarios que cobraba por dar esa conferencia en un lugar tan raro. Aunque sí insinuó, como disculpándose, que no lo hacía gratis.
martes, 15 de abril de 2014
EL PASEANTE
Hace una semana, mientras hacía limpieza de papeles en casa, me encontré con un largo artículo de un tal Miguel Zambrano, fechado hace ahora 26 años. Entre otras cosas, yo subrayé entonces lo siguiente.
“Si me preguntaran cual es mi oficio respondería, sin dudarlo, que mis paseos. Soy paseante. Y una de las cosas que más me entusiasma de este trabajo, es ver como realizan los suyos los demás. Por un doble motivo. Primero, por una cuestión de amor propio: no tendré que hacer nunca lo que ellos hacen. Segundo, por simpatía: me alegro honestamente de que estén ocupados. Pero, aun así, no puedo desprenderme de un rastro de tristeza que me acompaña durante todas las horas de mi trabajo.
Los veo ocupados, sí, pero no los siento del todo contentos. Ellos dirán, de hecho ya me lo han dicho, que a mí me pasa lo mismo. Sienten que me debo aburrir hasta lo indecible. Invariablemente haciendo lo mismo. Las manos en los bolsillos y una forma de caminar sin destino, que me lleva de un lugar a otro, y de éste al siguiente. Fijándome tanto en lo que sucede en la calle, como en los lugares cubiertos de acceso público. Entro en los mercados y en los cementerios. Asisto a las recepciones y actos oficiales, y a los de índole privado. Con cualquier disculpa, visito despachos y oficinas. Como puede deducirse soy como un Don Juan, sin una Doña Inés a quien conquistar. Quiero decir, soy inasequible al desengaño. Pero a quienes observo no se ahorran hacerme saber - una vez cumplido el intercambio de protocolos sobre como, según ellos, todos estamos faltos de alegría - su íntima sospecha: alguien tiene que pagar el tipo de vida que llevo. Entonces me doy cuenta con perplejidad, que el equilibrio que había creado el cumplido de marras, lo desestabiliza abruptamente el resentimiento que, por su parte, sacan a escena. O sea, que yo puedo sentir simpatía porque están ocupados, pero ellos no pueden evitar mostrar rencor hacia la manera como yo gasto mis horas. Estemos contentos o no, su conducta me parece tan inapropiada como injusta.
martes, 8 de abril de 2014
LOS TRES DÍAS DEL CÓNDOR, de Sydney Pollack
LA ÚNICA FORMA DE ACCEDER A LA VERDAD ES A TRAVÉS DE LA FICCIÓN
¿Por qué debemos ver, o volver a ver, esta película? Por nuestra condición de lectores de historias de ficción. Para comprobar lo peligroso que puede llegar ser esta afición u oficio. Por nuestra manía de ampararnos en la noche para dar pábulo a nuestra imaginación. Por todo ello, al igual que el protagonista principal de la peli, Joseph Turner, también lector de historias de ficción, estamos bajo la vigilancia y amenaza de los poderes ocultos del sistema.
Forma parte de la opinión general, que leer las historias que explican las novelas es una forma de distracción. Y, por tanto, inofensiva. Las palabras son neutras y no van mas allá de lo que dicen. Lo importante de la vida pasa fuera de las historias de ficción. Su forma de descifrarlo requiere otra metodología, que siempre lleva el apelativo de científica y que es llevada a cabo por especialistas muy cualificados. Todo está controlado. Eso es lo que los poderes ocultos quieren que nos creamos, pero ellos creen en otra cosa. Ellos creen, como yo, que la única manera de acceder a la verdad es a través de la ficción. O de otra manera, que la autentica verdad solo puede encontrarse encapsulada en una historia de ficción. Y a estos caballeros sin rostro no les valen las mandangas del relativismo, eso de que verdades hay muchas, tantas como individuos, o cosas por el estilo. Estos tipos van en serio, y quieren que la verdad no sea nada mas que una, la suya, y que los demás deambulemos por la vida al son que ella nos toque. Por eso temen tanto a quienes nos dedicamos con atención y dedicación a la lectura de historias de ficción. Por eso se quieren cargar al modesto funcionario de la CIA, Joseph Turner, cuyo único delito es su trabajo: leer, porque así se lo han ordenado, historias de ficción para ver si encuentra los mensajes cifrados de alguna operación, que pueda atentar contra los intereses de la Organización. De repente, Turner pasa de ser un funcionario de tercera fila inofensivo y totalmente desconocido, a convertirse en el enemigo público número uno del Estado, Servicios de Espionaje de la CIA mediante.
¿Que ha ocurrido entre medias? Lo que Turner, como lector de historias ficción en un modesto departamento de la CIA, y los espectadores, iremos descubriendo juntos a través de la película. Que será para estos una historia de ficción, y, dentro de ésta, una pesadilla real para Turner fuera del despacho donde trabajaba leyendo historias de ficción, una vez que tiene que salir por piernas de allí para que no lo asesinen. Descubriremos lo que en la vida real parece inverosímil: que leer historias de ficción puede poner en jaque al Estado. Y, en consecuencia, en peligro de muerte la vida de sus lectores.
¿Por qué debemos ver, o volver a ver, esta película? Por nuestra condición de lectores de historias de ficción. Para comprobar lo peligroso que puede llegar ser esta afición u oficio. Por nuestra manía de ampararnos en la noche para dar pábulo a nuestra imaginación. Por todo ello, al igual que el protagonista principal de la peli, Joseph Turner, también lector de historias de ficción, estamos bajo la vigilancia y amenaza de los poderes ocultos del sistema.
Forma parte de la opinión general, que leer las historias que explican las novelas es una forma de distracción. Y, por tanto, inofensiva. Las palabras son neutras y no van mas allá de lo que dicen. Lo importante de la vida pasa fuera de las historias de ficción. Su forma de descifrarlo requiere otra metodología, que siempre lleva el apelativo de científica y que es llevada a cabo por especialistas muy cualificados. Todo está controlado. Eso es lo que los poderes ocultos quieren que nos creamos, pero ellos creen en otra cosa. Ellos creen, como yo, que la única manera de acceder a la verdad es a través de la ficción. O de otra manera, que la autentica verdad solo puede encontrarse encapsulada en una historia de ficción. Y a estos caballeros sin rostro no les valen las mandangas del relativismo, eso de que verdades hay muchas, tantas como individuos, o cosas por el estilo. Estos tipos van en serio, y quieren que la verdad no sea nada mas que una, la suya, y que los demás deambulemos por la vida al son que ella nos toque. Por eso temen tanto a quienes nos dedicamos con atención y dedicación a la lectura de historias de ficción. Por eso se quieren cargar al modesto funcionario de la CIA, Joseph Turner, cuyo único delito es su trabajo: leer, porque así se lo han ordenado, historias de ficción para ver si encuentra los mensajes cifrados de alguna operación, que pueda atentar contra los intereses de la Organización. De repente, Turner pasa de ser un funcionario de tercera fila inofensivo y totalmente desconocido, a convertirse en el enemigo público número uno del Estado, Servicios de Espionaje de la CIA mediante.
¿Que ha ocurrido entre medias? Lo que Turner, como lector de historias ficción en un modesto departamento de la CIA, y los espectadores, iremos descubriendo juntos a través de la película. Que será para estos una historia de ficción, y, dentro de ésta, una pesadilla real para Turner fuera del despacho donde trabajaba leyendo historias de ficción, una vez que tiene que salir por piernas de allí para que no lo asesinen. Descubriremos lo que en la vida real parece inverosímil: que leer historias de ficción puede poner en jaque al Estado. Y, en consecuencia, en peligro de muerte la vida de sus lectores.
sábado, 5 de abril de 2014
TURISTAS, de Ben Wheatley
LO QUE OCURRE EN LA LITERATURA Y EN EL CINE, SÓLO OCURRE EN LA LITERATURA Y EN EL CINE. SÍ, PERO...
“Turistas”, la película dirigida por Ben Wheatley es excelente. De excelencia. ¿Por qué? Porque consigue que algo imposible de ver, pues se desarrolla en lo más hondo del infierno, el espectador lo acabe experimentando, a pesar de toda la extrañeza y desconcierto iniciales, en la superficie de lo mas cotidiano o habitual. Consigue lo que anuncia el título de este escrito: que lo que ocurre en la película, ocurre solo en la película. Sí, pero...Lo que quiero decir es que lo que ocurre cuando la vida toca fondo - que es la suma de lo que vemos y lo que no vemos, o no queremos ver, pero que no quiere decir que no exista - "es lo mismo" que lo que ocurre en la película. Justamente eso fue lo que hubo de excelente en la sala obscura del cine.
La anécdota argumental es de lo más simple. Casi sonroja tener que describirla, ya que no aporta nada de interés. Tina y Chris, 34 años ella y casi 40 él, lo dos solteros, han iniciado una relación sentimental recientemente. Chris decide invitar a su novia a pasar un semana de vacaciones en la región británica de Yorkshire, a bordo de su caravana. De Chris no se sabe nada, hasta ya mediada la película, en que se nos dice que ha sido despedido de su trabajo. De Tina conocemos desde el principio que vive con su madre, una mujer dominante que no la deja casi respirar. Ya digo, lo normal allí donde haya seres humanos. La hora y media de la peli se encarga de mostrarnos lo que oculta lo normal, durante esas “vacaciones románticas” de los nuevos novios. Todos sabemos, a partir de cierta edad, que lo normal no habita solo en el planeta, ni en nuestras vidas. Que forma pareja indisoluble con lo que no es normal. Lo sabemos, pero nos negamos a reconocerlo. Aquí reside el misterio. ¿Por qué nos negamos? Esta es la pregunta más importante. Yo diría que la única a la que nos tendríamos que enfrentar de verdad durante nuestra vida. Lo demás, ya sabéis, pan y circo en sus diferentes modalidades y pantallas.
Una respuesta provisional podría ser que la forma de la representación de lo que no es normal no acaba de satisfacernos del todo. Y no lo hace porque yo creo que pensamos, equivocadamente, que debe ser una continuación de lo que experimentamos como normal. Con su mismo relieve y colorido. Ya que he hablado de pareja indisoluble, creemos, en plan comedia rosa, que debe ser como su media naranja. No acabamos de asimilar que quienes estén tan indisolublemente unidos, sean por ello tan diferentes, tan opuestos, tan destructivos. Un tipo decente no puede ser nunca un asesino. Las personas mayores siempre han de ser bondadosas, y así. Sólo entendemos la felicidad como placer y éxtasis (con el viaje en la caravana, Chris convence a Tina de que es para buscar la felicidad de los dos, al final la consiguen a medias), no como la capacidad de verlo todo junto. La visión de lo que no debe estar separado: el fondo y la forma, lo superficial y lo profundo, el amor y el dolor, la dicha y el sufrimiento (distingamos el dolor del daño. El dolor pertenece a la vida, el daño es lo que hacemos con el dolor).
Independientemente de las determinaciones externas, yo creo que lo que falla es la decisión creativa de todo espíritu. Se llame o no se llame artista, es algo que no debería tener tanta relación con la fama, sino con mantener a buen recaudo el orgullo propio de saber ser y estar en el mundo. Por tanto, fidelidad absoluta a nuestros sentidos, y a los sentimientos que producen. Esos enigmas obscuros. Sólo podemos comprender aquello de lo que participamos con nuestros sentidos, y solo lo que comprendemos puede movernos a la compasión hacia los otros. Dejando de lado la urgencia por enchufarnos a la luz de las teorías, es decir, por colocarlo todo, y de paso colocarnos nosotros también, dentro de una mapa geográfico, social, histórico, económico, psicológico, etc. Si es americano es lógico que le pase eso, aunque si es alemán tiene sentido que le pase aquello. Pero si solo soy yo, ¿cual es la narración de mi vida? ¿quien se encargará algún día de escribirla, de ofrecérmela en bandeja no necesariamente de plata? La frase tantas veces repetida, y que nos consuela tanto como nos ciega, de que algo que yo he visto o leído es real, muy real, porque tuve el privilegio de haber estado allí, en el lugar de los hechos, debería ser sustituida de inmediato por: es real, únicamente real, porque lo he sentido así. Haya estado o no haya estado allí. ¿Lo que llamamos real en la ficción, tiene que ver con lo que ya ha pasado en nuestra vida, con lo que es perecedero? ¿O lo sentimos como real, porque habla de lo que sigue siendo así porque es permanente? Pensemos por un momento en la dimensión donde entra nuestra forma de contar y de que nos cuenten, al expresarnos de esta segunda manera.
“Turistas” es excelente por esto. Porque sin que el espectador sea británico, ni tener que hacerle gracia su humor, ni tener una caravana, ni haber puesto un pie en su vida en Londres (todo ello solo barniz argumental, al fin al cabo), lo que dicen y hacen, lo que Chris y Tina hacen con lo que dicen y con lo que hacen es, paradójicamente y a pesar de la feroz y criminal extravagancia de sus actos, lo mas normal del mundo. Como que el sol salga cada mañana por el este y se ponga cada tarde por el oeste.
Que nunca lo hayamos visto en directo - como si hemos visto repetídamente los movimientos solares -, o que pensemos que eso solo ocurre en las islas de su graciosa majestad -, cuando no se nos ocurre pensar que el sol se mueva de diferente manera fuera del continente europeo - da una idea de cual es nuestra forma de mirar y hacia donde, y cómo. Siempre para otro lado, nunca hacia donde realmente se ve como son las cosas y las personas, allá donde tocan fondo. Lo cual nos advierte de la urgente necesidad de cambiar de gafas y de oculista. Y de compañías.
jueves, 3 de abril de 2014
BLUE VALENTINE, de Derek Cianfrance
ENAMORARSE ES DARLE A ALGUIEN QUE NO ES LO QUE NO SE TIENE
¿Por que seguimos esperando algo del amor? Porque, afortunadamente, ya no hay esos padres (las madres son para estos asuntos algo más perspicaces), digamos, a la altura de la misión que le impone la tradición de su paternidad. Padres que sean capaces de transmitir en herencia a su vástago un catecismo de razonamiento amoroso, mediante el que pueda seguir una pauta que le permita tratar de forma adecuada con ese sentimiento, por otra parte, tan raro. Ya lo dije el otro día: ¿no es raro y, hasta extravagante, darle a alguien que no es lo que no se tiene? Intentarlo por parte del progenitor significaría, con toda seguridad, hacer el ridículo.
¿Por que seguimos esperando algo del amor? Porque, afortunadamente, ya no hay esos padres (las madres son para estos asuntos algo más perspicaces), digamos, a la altura de la misión que le impone la tradición de su paternidad. Padres que sean capaces de transmitir en herencia a su vástago un catecismo de razonamiento amoroso, mediante el que pueda seguir una pauta que le permita tratar de forma adecuada con ese sentimiento, por otra parte, tan raro. Ya lo dije el otro día: ¿no es raro y, hasta extravagante, darle a alguien que no es lo que no se tiene? Intentarlo por parte del progenitor significaría, con toda seguridad, hacer el ridículo.
Por eso no vemos de quien nos enamoramos, ni menos a nosotros mismos enamorándonos. Por eso no vemos la devastación con que esas dos miradas atolondradas nos amenaza, ni menos aun vemos los escombros de nosotros mismos que vamos dejando a cuenta de nuestra colosal ceguera. Esta alianza entre ceguera amorosa y el posible fracaso correspondiente es lo mas interesante, narrativamente hablando, del sentimiento del amor y de su derrota.
La historia de Blue Valentine es la de esa devastación sufrida por sus protagonistas, Dean y Cindy. Dejando para el final uno de los mejores planos que yo he visto en el que queda dibujado, sin aspavientos - ni por parte de los derrotados amantes, ni de la cámara que los mira - el primer momento después de la pérdida de toda esperanza de rehacer su relación. Ese en el que la devastacion sigue royendo como una rata lo que antes era su amor, como si lo uno fuera el alimento necesario de lo otro. Una devastación que, ya sin oposición alguna, se ensaña con aquellos cuerpos rotos y doloridos, incapaces de entender (pobres almas) como les ha podido pasar eso a ellos. Ese momento en el que comienza la trituración, y los cuerpos y, sobre todo, las almas comienzan a convertirse en escombros.
Una escena final a la que hay que unir, como no puede ser de otra manera en toda historia de amor, a la que Dean declara su amor a Cindy, tocando y cantando para ella, en plena noche y dentro del porche de una tienda de ropa, la canción cuyo título es también el de la película. La banda sonora de su amor, como dice la protagonista de una de las historias televisivas de “Hay una cosa que te quiero decir”.
Dos momentos sublimes que explican por si solos la resistencia que el sentimiento del amor ofrece, de forma numantina, a los dictados de la genética y del entorno cultural. De ahí se deduce que el sentimiento del amor sea el mas recurrente y eficaz como material narrativo. Todas las historias se aguantan sobre el andamiaje de una historia de amor, explícita o sugerida, que bulle dentro. Siendo como es casi imposible de explicar, no puede ser engañoso, y hace verosímil a la historia principal. Se ponga como se ponga nuestra familia y nuestra ciudad uno se enamora como puede, pero de quien quiere. Otra cosa es con quien uno se case o con quien decida tener los hijos. Lo cual no quiere decir que ambas experiencias puedan ser muchas veces coincidentes.
Lo que hay entre medias de estas dos magníficas escenas ya no me parece tan acertado, al meter el director los moscones de la psicología social, que tan poco saben de estos asuntos. Me refiero al desigual tratamiento que tiene la biografía de Cindy repecto a Dean, a la hora de rememorar de donde viene cada uno antes de conocerse. La biografía de Cindy esta tratada de forma excesiva, a base de imágenes muy explícitas sobre una padre violento, un exnovio igualmente macarra y violento, una vida sexual muy promiscua y a la deriva, todo lo cual hace que el espectador no sepa a que atenerse sobre el por qué ha decidido relacionarse con Dean. No digo enamorarse porque visto lo visto, mejor dicho visto de la forma que lo vemos, al espectador le cuesta mucho discernir si Dean es para Cinty un amor verdadero, o es un fracaso más a sumar a su enconada insatisfacción. Sin embargo de la vida de Dean no sabemos casi nada, y lo poco que sabemos nos lo dice el mismo de palabra y de forma breve: mi madre nos dejó cuando yo tenia diez años. Por ejemplo. Lo que si vemos es que Dean solo quiere trabajar de cargador en una empresa de mudanzas y ser feliz con Cindy y su hija, cuyo padre es el exnovio macarra y violento.
martes, 1 de abril de 2014
BARBARA, de Christian Petzold
UNA NOCHE DE CINE
FRÍO: NOTAS A PIE DEL HIELO
Hay noches que uno
queda para ir al cine, y resulta que es el cine el que ha quedado contigo, y
con los otros. Entonces es cuestión de tener, al acabar la proyección, una mesa
para sentarse a su alrededor, acompañados de unas buenas viandas y un buen
vino. Lo demás ya lo dejo escrito Platón: dialoguemos.
Lo que más me
interesa del cine alemán y, por extensión, del de la Europa del norte, es que
sus películas, como la venganza, siempre te las sirven en pantalla fría.
Congelada me atrevería a decir. Y esto para un espíritu mediterráneo, antes que
un exotismo o una chundarata, debería ser un reto emocional e intelectual de
primer orden. ¿Por qué? Porque viendo este tipo de películas el espectador se
queda helado - aunque parezca algo increíble, tan fogosos como el tópico
nos hace creer que somos - y sólo a él le corresponde descongelarse si quiere
entender lo hay al otro lado de su propio hielo.
Tal es el caso de la
película “Bárbara”, donde una doctora de la Alemania del Este, a quien se le
niega el visado de salida para reunirse con su marido en Dinamarca, es
además castigada a permanecer en un hospital rural bajo la estrecha y
humillante vigilancia de las autoridades. Este es el argumento que me dejó
congelado y que se nos colocó en medio de la mesa del restaurante, mientras
pedíamos lo que queríamos cenar. De repente una de las espectadoras dio el
primer golpe al témpano. Tal vez ella es la que mejor supo colocar, en esta
ocasión, la aguja de hielo, valga la redundancia, en su corazón. Es la vida
cotidiana - vino a decir -, las posibilidades que tiene lo de todos los dias de
seguir existiendo en un mundo extremadamente hostil. No sé por qué estaba yo,
en ese momento, recordando la peli “La vida de los otros” - con sus cantos y
profecías sobre la libertad y todo eso, yo que guardo toda mi desconfianza y
recelo hacia los profetas de toda laya y condición - cuando escuché sus
palabras. Fueron las palabras del inicio de mi deshielo y creo que el de
los otros comensales. O sea, que en la condiciones mas adversas la vida sigue.
Eso ya lo sabía. Lo hacen muchas plantas y animales. Pero lo que mas nos cuesta
aceptar es que a la vida humana le ocurre lo mismo. Tenemos tendencia a
identificar libertad con todo tipo de florecimientos y tiranía con el mas
absoluto de los páramos. Y sin embargo, las voces continúan hablando en los
páramos. Y no pocas veces con mas potencia y perspectiva que las que hablan en
los jardines de la libertad. Las voces del páramo, sí, aquí se encuentra el
latido fuerte de la película. Porque se puede ser libre y ser un tipo indigno.
La dignidad, por tanto, es lo único que mantiene nuestra humanidad a salvo,
aunque estemos entre rejas, o rodeados de muros. Aunque que vivamos en medio
del páramo.
La libertad es lo
que soñamos y la dignidad es lo que tenemos que hacer con la libertad cuando
nos despertamos. Como dije en otro escrito, en las sociedades llamadas libres
podemos hacer lo que queremos pero es muy difícil, ahí metidos, no querer todo
lo que hacemos, pues tenemos tendencia a querer que se cumplan todos nuestros
propios sueños, principio de toda indignidad. Sin embargo, en las sociedades
tiránicas no podemos hacer lo que queremos, pero se hace mas necesario que
nunca aprender a querer todo lo que se hace. Ser feliz es, igualmente metidos
ahí dentro, lo que se hace con lo que se tiene entre las manos. “Bárbara” es la
historia de una mujer que aprende a ser digna, es decir, a ser feliz así.
Renuncia a la libertad futura a cambio de la dignidad que ha encontrado en su
presente. Y lo de menos es el contexto histórico en el que se desarrolla la película,
sencillamente porque el itinerario vital de Bárbara está sucediendo siempre.
¿Cuantas mujeres maltratadas, por tirar de ese ejemplo tan mediático, viven su
propio gulag, o su propio auschwitz, en el corazón mismo de nuestras sociedades
libres?
Hace ya mucho tiempo
me di cuenta de que la gente no quiere ser libre, ni digna, la gente quiere ser
rica. Todo ha ido a peor desde entonces. Fin de la historia sobre la
emancipación humana, tal y como hasta ahora la hemos entendido. Seamos dignos,
y dejemos de ser profetas. Y a ver que pasa. A ver si se nos ocurre como ser
libres sin perder la dignidad. Ese es el mejor camino para obtener la justicia.
Se me pasó esta homilía por la cabeza mientras me servían el segundo plato:
filete de atún con soja y sésamo. Realmente exquisito. Antes ensalada de queso
de cabra. El vino frío, como tenía que ser, Prado del Rey, verdejo blanco.
Estuve a punto de levantar la copa para largar en voz alta la homilía, pero me
contuve. No quedaría bien que fuera yo en esta cena el profeta.
En ese momento otra
de las espectadoras apuntó como importante lo que le dice a Bárbara su marido,
mientras preparan en un hotel su huida a Dinamarca: no tendrás que trabajar, yo
gano suficiente dinero para vivir los dos. Al principio me sonó a tópico
ideológico. Cuando escribo estas lineas pienso, sin embargo, que es una razón
de peso en la decisión que toma Bárbara de quedarse en el lado malo del telón
de acero. En el lado bueno su marido le ofrece, no la libertad, sino la
dependencia. No es la mejor manera de empezar a vivir sin las cadenas.
Quien se sentaba a
mi lado fue la única que se dio cuenta de la chispa que derritió el último
hielo sobre la mesa: la adolescente que cuida Bárbara en el hospital, y por la
que siente un especial cariño, ha perdido al hijo que llevaba dentro, debido a
la violencia que sufre en el correccional donde esta internada. ¡¡Qué
cabrones!!, grita desconsolada al verle la sangre entre las piernas. Entiende,
entonces, que la libertad la necesita mas aquella muchacha que ella. A
Bárbara, al fin y al cabo, el jefe del hospital rural donde trabaja, también
represaliado, lleva, desde que la vio aparecer el primer día, diciéndole sin
que se espante que esta enamorado de ella. La protagonista renuncia a su
libertad porque al hacerlo se da cuenta, y el espectador con ella, que ha
ganado su dignidad. Momento, ya sin el hielo, de una emocionalidad, ni nórdica
ni mediterránea, sencillamente humana. Demasiado humana. Universalmente humana.
El espectador que
tenía enfrente, por su parte, intentó abrir una via de diálogo a partir de la
escena en la que Bárbara se encuentra inadvertidamente en aquel hotel, con la
amante de un compañero de su marido. Mujeres de la vida versus mujeres en su
vida. O no lo explicó bien o no lo entendimos como él lo quiso explicar, el
caso es que el diálogo entró en barrena. El postre, como no podia ser de otra
manera, y para que todo aquello bajara, tal y como me aconsejó la camarera:
sorbete de limón.
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