La
camarera de la cafetería donde desayuno ha decidido aceptar que no le paguen la
hora extra que hace cada día, ya que cree que así podrá mantener los otros
privilegios que tiene: horario continuo y el puesto de trabajo al lado de donde
vive. Una amiga mía, que lleva toda la vida dando tumbos de trabajo precario en
trabajo precario, ha decidido remangarse la camisa y montar con otras tres
colegas una cooperativa de guías turísticas. Me consta que la camarera y la
guía turística no se conocen, pero si sé que asistieron a la última manifestación
contra los recortes y todo lo demás.
Aparentemente
no pasa nada, pero la gente no deja de moverse. Asiste a las diferentes protestas,
pero sabe que la esperanza no viene de ellas, ya que únicamente sirven
para satisfacer el momento presente. Luego se mueve en solitario y en silencio,
poniendo mucha atención a lo que pasa y a quien cuenta lo que pasa. Fuera no
hay nada, ya lo sabemos, pero esa doble actitud, y su correspondiente aptitud,
hace que Esto no se derrumbe. Todo depende de como se sepa combinar la inconsecuencia
de la protesta colectiva y las posibles consecuencias de las gestiones
individuales. De hasta donde se puede vivir inconsecuentemente, y cual es el
grado de intolerancia que adoptemos
cuando las consecuencias que habíamos previsto, acaben siendo desbaratadas. En
fin, todo depende de lo que entendamos por ser dignos (después de aspirar
durante décadas solo a ser ricos) y qué estamos dispuestos a renunciar para
conseguirlo. Como en la guerra, y lo es esto en que estamos metidos, es nuestra
única salida.