martes, 30 de agosto de 2011
CRÓNICAS DEL ELBA 3
DRESDEN
Hay que atravesar la frontera para llegar a la capital de Sajonia. Pedaleando al lado del Elba, cualquiera diria que eso de las fronteras es un juego de cartógrafos aburridos. Un cartel, como si fuera una señal mas de circulación, te anuncia que dejas Chequia y entras en Alemania. Si viajas en tren la frontera es más notoria. Pero solo en lo que tiene que ver con el material e instalaciones ferroviarias, ya que el espíritu germánico y eslavo, tan opuestos y rivales en casi todo, tienen una semejante vocación de servicio público, aplicando el máximo rigor y profesionalidad en la atención a los usuarios.
Como ya dije, Dresden fue una de las 131 ciudades y pueblos alemanes tomados como objetivo de las bombas aliadas, buen números de ellos resultaron arrasados casi por completo. ¿Por qué este tema ocupa, al parecer, tan escaso espacio en la memoria cultural de Alemania? ¿Le ha de preocupar, entonces, al turista que entra pedaleando en una ciudad nueva, sin casco antiguo, bien planificada urbanísticamente, es decir, donde el coche está domesticado mediante abundantes zonas verdes y kilometros de carril bici? Pero, por muy despistado que vaya el turista, ¿como se puede entender una ciudad sin casco antiguo, sin esa memoria que me hace pensar en lo poco que ha cambiado la linea del cielo en los últimos cuatrocientos años? ¿Se puede hablar en propiedad de ciudad si tiene tales carencias? ¿Qué es lo que se levanta ahora, donde antes estuvo todo? No los campos yermos a punto de las recalificaciones, sino una ciudad entera y acabada desde hacía siglos, con sus ciudadanos dentro enfilando sus sueños y aspiraciones a los venideros. Esos bellos edificos de diseño, donde predomina el cristal sobre el cemento, pero donde el afan innovador arquitectónico no se olvida de que opera sobre un espacio público, ¿son un homenaje a los muertos o una forma radical de olvido?
La vida social, fue la vida social lo que eligieron las víctimas de aquella catástrofe para salir adelante. En lugar de recordar. Contra su voluntad, ¿se puede obligar a alguien a recordar? Económicamente fue una acertada decisión, ya que en dos décadas hicieron que Alemania fuera de nuevo la locomotora europea. Pero, ¿ganó en iguales porporciones el sentimiento de haber hecho justicia?
Lo cierto es que hoy Dresden es una ciudad muy sociable. Con otra forma de guiar a los turistas por sus calles que Praga ( he ahí la determinación que tiene en el turisteo el casco antiguo de la ciudad vieja), pero haciéndonos sentir, igualmente, como en casa. La cerveza es, sin duda, parte responsable de este bienestar y de la vida social donde se aloja. No es difícil seguir su rastro que, si no se opone resistencia, te lleva a los mejores santuarios. Allí ofician, con desparpajo luterano, los mejores sacerdotes y sacerdotisas. Vale la pena verlos alrededor de una mesa: ¡cómo van cayendo aquellas torres turbias, rubias o negras! Y el consecuente peregrinaje a los lavabos.
domingo, 28 de agosto de 2011
CRÓNICAS DEL ELBA 2
JUNTO AL ELBA
Dresden se encuentra a poco mas de doscientos kilometros de Praga. A orillas del Elba, representa la culminación de uno de esos absurdos hacia los que se encaminaban las sociedades modernas a principios del siglo XX, y que Kafka preconizó en sus escritos. Fueron cerca de doscientos mil muertos en los dias de febrero de 1945, en los que los intensos bombardeos de la aviación aliada se cebaron sin piedad sobre una población indefensa y ajena a cualquier objetivo estrátegico militar.
Pero antes de llegar a donde cuajó semejante agujero negro, el río Elba guía al ciclista envuelto en un aroma de tonos bucólicos y pastoriles. Lo que agradezco, aguaceros impremeditados a parte. Lo hace a través del territorio checo donde transita en forma de sinuosos meandros y hondos cañones, o con la manera en que organiza las orillas a su paso la cinta de agua. Orillas que pueden estar unidas o separadas, dependiendo del estado del humor de los ribereños, que viene a coincidir con el del Estado Mayor de los ejércitos que las vigilan. El Elba - como el Danubio, el Rin o el Volga - es hoy un curso de agua limpio y tranquilo, con sus señores de la guerra convertidos en codiciosos financieros, donde se puede beber una cerveza al estilo prusiano (medio litro) en uno de los chiringuitos que festonean sus orillas, o cruzarlo mediante las antiguas barcazas movidas por tirolinas. Pero el ciclista no puede olvidar, y por si acaso hay suficientes testimonios para recordárselo, que el humor del ser humano es cambiante y que en cualquier momento pueden volver a las orillas las caras de perro de antaño. Que, no vale engañarse, son las de siempre, las que nunca se han ido porque siempre están ahí a la espera.
Mas que un accidente geográfico acompañando al ciclista y sus contingencias: las altas y turbias cervezas, las enormes y alargadas salchicas, el sudor y el cansancio por el pedaleo, el placer de la siesta, la serenidad, al final de la jornada, de las plazas de los pueblos ribereños donde el sol meridional tarde en ocultarde, las iglesias protestantes tan cerca del lenguaje universal de la música como alejadas de la pompa y el boato del Vaticano, las fotografias de los efectos devastadores de sus crecidas, etc..., el Elba, como todos los ríos a los que se pueden mirar sin prisas cara a cara, te devulve el significado de lo que somos los seres humanos allá donde vivamos. Como el tiempo, sus aguas no dejan de fluir y en sus orillas cristalizan los sentimientos de quienes las miran, incansablemente pasando.
Dresden se encuentra a poco mas de doscientos kilometros de Praga. A orillas del Elba, representa la culminación de uno de esos absurdos hacia los que se encaminaban las sociedades modernas a principios del siglo XX, y que Kafka preconizó en sus escritos. Fueron cerca de doscientos mil muertos en los dias de febrero de 1945, en los que los intensos bombardeos de la aviación aliada se cebaron sin piedad sobre una población indefensa y ajena a cualquier objetivo estrátegico militar.
Pero antes de llegar a donde cuajó semejante agujero negro, el río Elba guía al ciclista envuelto en un aroma de tonos bucólicos y pastoriles. Lo que agradezco, aguaceros impremeditados a parte. Lo hace a través del territorio checo donde transita en forma de sinuosos meandros y hondos cañones, o con la manera en que organiza las orillas a su paso la cinta de agua. Orillas que pueden estar unidas o separadas, dependiendo del estado del humor de los ribereños, que viene a coincidir con el del Estado Mayor de los ejércitos que las vigilan. El Elba - como el Danubio, el Rin o el Volga - es hoy un curso de agua limpio y tranquilo, con sus señores de la guerra convertidos en codiciosos financieros, donde se puede beber una cerveza al estilo prusiano (medio litro) en uno de los chiringuitos que festonean sus orillas, o cruzarlo mediante las antiguas barcazas movidas por tirolinas. Pero el ciclista no puede olvidar, y por si acaso hay suficientes testimonios para recordárselo, que el humor del ser humano es cambiante y que en cualquier momento pueden volver a las orillas las caras de perro de antaño. Que, no vale engañarse, son las de siempre, las que nunca se han ido porque siempre están ahí a la espera.
Mas que un accidente geográfico acompañando al ciclista y sus contingencias: las altas y turbias cervezas, las enormes y alargadas salchicas, el sudor y el cansancio por el pedaleo, el placer de la siesta, la serenidad, al final de la jornada, de las plazas de los pueblos ribereños donde el sol meridional tarde en ocultarde, las iglesias protestantes tan cerca del lenguaje universal de la música como alejadas de la pompa y el boato del Vaticano, las fotografias de los efectos devastadores de sus crecidas, etc..., el Elba, como todos los ríos a los que se pueden mirar sin prisas cara a cara, te devulve el significado de lo que somos los seres humanos allá donde vivamos. Como el tiempo, sus aguas no dejan de fluir y en sus orillas cristalizan los sentimientos de quienes las miran, incansablemente pasando.
miércoles, 24 de agosto de 2011
CRÓNICAS DEL ELBA 1
SIGUIENDO EL MOLDAVA
Abandoné la ciudad de Kafka no sin dificultad, ya que es una ciudad poco apta para los ciclistas, siguiendo el curso del rio Moldava, con una idea en la cabeza que la gran masa turística que me abandonaba a mis espaldas le otorgaba toda su vigencia y actualidad. Por supuesto la idea lleva la vitola kafkiana y no es otra que la manera como nos acostumbramos a no nombrar a las cosas por su nombre. Haciendo de la apariencia resultante el único principo de realidad que estamos dispuestos a admitir. Nuestro destino, así, queda a la deriva y a merced de todo lo que desconocemos, porque nos empeñamos en ocultarlo. No poder evitar ser turista y razonar así, me resulta impensable sin haber conocido a Kafka.
Este arrobamiento ante el hecho de que la vida solo pueda llegar a ser como la disfrazamos se hace un precepto irreductible entre los turistas, que guia su deambulr y choque de unos contra otros por las estrechas calles de la capital del antiguo reino de Bohemia. Es un signo de nuestros tiempos, que Kafka vislumbró con la claridad inapelable de los visionarios, cuando hace cien años el bienestar de las sociedades europeas era solo un balbuceo incipiente, casi inapreciable. Un bienestar que después de haberse extendido sin tino por todo el continente, toca ahora a su fin (señora Merkel ordena) en su forma mas impagable y, por tanto, definitivamente insoportable.
Todo lo que escribió el praguense lo hizo para no ponerlo al resguardo de la muerte. La literatura de Kafka es un diálogo permanente con esa inquietante señora, no como la negación de la vida, sino como su indomable e insigne explicación continua. No por ser un aguafiestas o un amargado, no. Contra todas las leyendas urbanas el ciudadano Kafka era un tipo divertido, amigo de sus amigos, y tal. Lo que pasa es que miraba donde los demás giraban la cabeza, y ademas tenía la necesidad de ponerlo por escrito. Un misterio que no tiene cabida en la exigencias que impone el ritmo del progreso. Para Kafka dialogar con la muerte significaba dialogar con la verdad. El progreso, que él ya intuía lo que traía bajo el brazo en aquella ciudad de provincias de un imperio a punto de desaparecer, se obsesionó desde el principio con lo contrario. Hasta enfermar. La cuestión no era solo no dialogar con la muerte, sino hacerla desaparecer de la vida como condición imprescindible para su dislocado desarrollo. El optimismo patológico que necesita inculcar la industria del entretenimiento a sus consumidores para que le cuadre la cuenta de resultados, es una representación exacta de semejante delirio, que al final a tocado a su fin. Porque, a su pesar, la muerte no ha dejado de acompañarle durante su itinerario.
El rio Moldava divide a la Praga turística en dos: la ciudad vieja y el lado pequeño de la ciudad vieja. Y el puente Carlos es el más emblemático, y con mas densidad de habitantes por minuto, de todos los que unen las dos partes. Siendo mas caudaloso que el río Elba, en donde desemboca medio centenar de Km hacia el oeste, en Melnick, pierde su nombre al salir de la desembocadura por una de esas convenciones internacionales, que viene a decir que el nombre del curso de aguas resultante de toda desembocadura será el del rio que forme un ángulo mas grande, independiente de su caudal y de su literatura.
Una convención demasiado técnica, nulamente Kafkiana, que no hace ninguna justicia a la memoria de tantas grandezas y calamidades humanas de las que el rio Moldava es un impar testigo milenario.
lunes, 22 de agosto de 2011
KAFKA EN LA PLAYA
No es solo el título de una novela superventas, fue un hecho, hoy verificable, mediante la foto que le adjunto. Probablemente él y su amigo se encuentran en una de las magnificas playas de Marielyst, en el sur de Dinamarca, alrededor de 1915. Como dos turistas más.
La otra gran prueba de que Kafka era un genio normal, poco interesado en hacerse visible ante los demás en su vida cotidiana, es verbal y la fijo el mismo para siempre en sus diarios: "Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, hay escuela de natación". De nuevo la proximidad del agua como elemento reparador, que, al contrario que la tierra, es mejor suturador de conflictos y diferencias, lo que facilita la vuelta al sosiego de la normalidad.
El lema de su vida era el siguiente: permanecer en un segundo plano, no llamar la atención.
Kafka iba con frecuencia a la escuela de natación civil de Praga, también conocida como escuela municipal de natación, situada en la ribera del río Moldava. El hábito de nadar se lo inculcó su padre, con quien desde pequeño visitaba frecuentemente los baños, como le decían entonces. En la escuela también había un restaurante y periódicamente se celebraban conciertos para los visitantes.
Como ya dije, nadie como él entendió la indignidad del poder y sus consecuencias: extender el daño que produce por todas partes, en lo pequeño y en lo grande, en lo cotidiano y en los acontecimientos. De nada vale, por tanto, despotricar y oponerse ciegamente a la ignominia e incompetencia de los actos humanos. Mejor prestar toda nuestra atención a lo que tenemos delante. Descubriremos dos cosas, paradójicamente, irreconciliables, que necesitan con urgencia que las pongamos en provisional armonía. Una, no siempre lo que tenemos delante, por muy horrendo que nos parezca, tiene que ser una hecatombe. Dos, siempre que nos fijemos con suma atención en lo que tenemos delante, mas pronto que tarde, aparecerá lo inimaginable.
Él mismo también lo dijo: “la literatura es siempre una expedición a la verdad”.
sábado, 20 de agosto de 2011
El CASTILLO DE KAFKA EN PRAGA
La manera de relacionar la ficción y la realidad tiene que ver con la manera de llevar a la practica el ejercicio de nuestra libertad. Y aquí siempre nos topamos con un fatalismo insalvable: la libertad no resulta ser nunca como la hemos imaginado. Lo que ocurre, y aquí aparece la grieta que acaba por separarlas, es que lo que imaginamos creemos que es lo que nos merecemos. Y si nos lo merecemos es que tiene que ser real porque nosotros así nos sentimos, ya que es lo único que tenemos. Este encadenamiento de suposiciones, que damos por inmutables, es el camino de nuestra perdición. La crisis actual es una buena metáfora de lo que digo.
Al genio de Kafka le daba igual todo eso, no con intención premeditada, sino porque no era motivo de sus preocupaciones. Durante doce años fue un burócrata eficiente en una empresa de seguros, ligada a la administración que el imperio austro-húngaro tenía en la ciudadela periférica que era Praga. Los cronistas de la época dicen que nunca perdió un juicio, ya que se tomaba su trabajo con verdadero celo profesional. El penetrante sentido de las obscenas interioridades del poder que contienen sus textos no proviene, por tanto, de la vía abstracta y raquítica de algún tipo de ideología, si no a través de su propia experiencia como pieza importante de la maquinaria que lo ponía en movimiento cada día.
Subiendo al Castillo de Praga, y habiendo visitado la noche anterior las paginas del libro que lo inspiro, se entiendo mejor lo que le digo. Físicamente subí, como no podía ser de otra manera, como un turista mas, tratando de superar a lomos de mi bici aquellas endemoniadas cuestas. Como un turista sudando y como un turista gozando y maldiciendo, a la vez, la presencia de los demás turistas cuando entre todos nos acercamos peligrosamente a eso que se llama muchedumbre. En la subida al castillo de Praga hay que contar con la muchedumbre, y sentir que se esta dentro del tumulto que genera. Es una de las partes del total de la experiencia. La otra es la de la soledad frente al poder innominado, que me hicieron sentir aquellas empinadas calles que me llevaban a los suntuosos palacios e iglesias, hoy vacíos, pero cuyas paredes no dejan de guardar sus ominosos secretos acumulados durante los años en los que el poder allí se refugiaba. La misma experiencia que experimenta el agrimensor K en su intento infructuoso de entrar en el castillo y llegar a hablar con quien le ha contratado.
Y en medio de toda ese vaivén de la muchedumbre a la soledad y viceversa, el miedo, como una de las más viles estrategias de coacción utilizadas por el poder para someter a sus ciudadanos. Subí entre esa alegría que caracteriza al turisteo, pero aquellas enormes paredes y aquel laberinto de rincones y de calles retorcidas me ayudaron a no olvidar la incapacidad individual que tenemos de comunicar, a pesar del entusiasmo ambiente, la plenitud de nuestra experiencia a los otros. Y que eso, invariablemente, el poder instalado en la memoria de las paredes y las calles, lo seguiría teniendo en cuenta a la hora de volver a alimentar nuestro miedo.
Aparentemente todos sabíamos porque habíamos subido a lo mas alto del castillo, pero al bajar de nuevo a la plaza de la ciudad vieja, cerca de donde nació Kafka, mi creencia en aquellos motivos ya no era la misma.
Al genio de Kafka le daba igual todo eso, no con intención premeditada, sino porque no era motivo de sus preocupaciones. Durante doce años fue un burócrata eficiente en una empresa de seguros, ligada a la administración que el imperio austro-húngaro tenía en la ciudadela periférica que era Praga. Los cronistas de la época dicen que nunca perdió un juicio, ya que se tomaba su trabajo con verdadero celo profesional. El penetrante sentido de las obscenas interioridades del poder que contienen sus textos no proviene, por tanto, de la vía abstracta y raquítica de algún tipo de ideología, si no a través de su propia experiencia como pieza importante de la maquinaria que lo ponía en movimiento cada día.
Subiendo al Castillo de Praga, y habiendo visitado la noche anterior las paginas del libro que lo inspiro, se entiendo mejor lo que le digo. Físicamente subí, como no podía ser de otra manera, como un turista mas, tratando de superar a lomos de mi bici aquellas endemoniadas cuestas. Como un turista sudando y como un turista gozando y maldiciendo, a la vez, la presencia de los demás turistas cuando entre todos nos acercamos peligrosamente a eso que se llama muchedumbre. En la subida al castillo de Praga hay que contar con la muchedumbre, y sentir que se esta dentro del tumulto que genera. Es una de las partes del total de la experiencia. La otra es la de la soledad frente al poder innominado, que me hicieron sentir aquellas empinadas calles que me llevaban a los suntuosos palacios e iglesias, hoy vacíos, pero cuyas paredes no dejan de guardar sus ominosos secretos acumulados durante los años en los que el poder allí se refugiaba. La misma experiencia que experimenta el agrimensor K en su intento infructuoso de entrar en el castillo y llegar a hablar con quien le ha contratado.
Y en medio de toda ese vaivén de la muchedumbre a la soledad y viceversa, el miedo, como una de las más viles estrategias de coacción utilizadas por el poder para someter a sus ciudadanos. Subí entre esa alegría que caracteriza al turisteo, pero aquellas enormes paredes y aquel laberinto de rincones y de calles retorcidas me ayudaron a no olvidar la incapacidad individual que tenemos de comunicar, a pesar del entusiasmo ambiente, la plenitud de nuestra experiencia a los otros. Y que eso, invariablemente, el poder instalado en la memoria de las paredes y las calles, lo seguiría teniendo en cuenta a la hora de volver a alimentar nuestro miedo.
Aparentemente todos sabíamos porque habíamos subido a lo mas alto del castillo, pero al bajar de nuevo a la plaza de la ciudad vieja, cerca de donde nació Kafka, mi creencia en aquellos motivos ya no era la misma.
miércoles, 17 de agosto de 2011
CON PRAGA EN KAFKA
Lo de visitar la ciudad de Praga y para qué, comenzó pensando en Kafka y acabó con mi pensamiento zambullido entre millones de turistas danzando de una calle para otra de la antigua ciudad imperial. Antes, teniendo en cuenta que ya me habían advertido de lo que me iba a encontrar, intenté imaginarme el trance al revés, pero me fue del todo imposible. El casco viejo de Praga es el espíritu de Kafka junto a los cuerpos afanosos y cansados de millones de turistas, que como oleadas inmensas lo inundan, mezclados de forma inopinada los unos con el otro. Una constante en nuestra líquida existencia. Cada día, una y otra vez, como Kafka los turistas cruzamos la plaza de la ciudad vieja para ir a nuestras obligaciones de turistas. Como Kafka nos disponemos a subir al Castillo de Praga con la intención de recorrer todas las dependencias que nos dejen visitar. Sin perder la esperanza de que el señor Klamn nos conceda audiencia. Como Kafka subimos y bajamos por la plaza de san Wenceslao. En fin, como Kafka damos una y mil vueltas por las retorcidas calles de la ciudad vieja, cubriendo un radio de acción de menos dos kilómetros, que viene a coincidir con el que Kafka eligió para el desarrollo de su poderosa imaginación. Con ese círculo tuvo bastante para construir su mundo y ponerlo por escrito. Un mundo que hoy es el nuestro.
Antes de iniciar el viaje sufrí un cierto colapso al no saber como iba a hacer compatible la figura singular y estilizada del escritor praguense con la presencia abrumadora y sudorosa del gentío. Me parecían del todo incompatible. Y, claro está, Kafka tenia todas las de perder en cualquier roce comparativo que me pudiera imaginar. Pero, igualmente, organizar un viaje a Praga aceptando con resignación la única presencia de los turistas, me era del todo inaceptable. Me habían dicho que, incluso cuando mas arrecia el frío y el hielo en el invierno, no abandonan su alborozo y griterío. Por tanto, no arreglaba nada con aplazar el viaje al invierno. Iba a ser en verano, tal y como lo había previsto. Lo que me obligaba a buscar las concomitancias que debía haber, si era fiel a mi convicción de que vida y literatura no son estancias que vivan en compartimentos estancos, entre Kafka y el turismo de masas. También sabia que tal dilema no lo podría resolver desde el comedor de mi casa, rodeado de libros de Kafka y guías turísticas sobre la ciudad de Praga. Tendría que ser allí mismo, pisando los adoquines que el autor pisó hace ya cien años, y que hoy en día lo hacemos, con total indolencia y despreocupación, millones de turistas cada día. Porque si de verdad quería ser fiel al legado kafkiano no podía olvidar su principal aportación, que consistió en saber conciliar experiencias distintas y contradictorias.
¿Quien no se ha sentido más de una vez un escarabajo y, harto de tal metamorfosis no deseada, ha resuelto marcharse unos días de vacaciones para, eso que se dice, desconectar. Si lee sus textos con detenimiento, fue Kafka quien inventó lo de enchufarse y sus misterios.
sábado, 13 de agosto de 2011
LAS OTRAS MEMORIAS DE AFRICA
Lo tenia todo a su favor. La invitaba a cenar su mejor amiga. Los otros comensales eran, su segunda gran amiga y su hija, y yo, a su parecer un cielo de hombre, puesto que así lo ha decidido su mejor amiga. Total, cinco fans alrededor de una mesa, llena de buena comida y bebida, música al fondo, luz en su justo punto de iluminación, para hablar de su último viaje a Zimbabue, de su particular memoria de Africa. Cinco dispuestos a escuchar lo que dijese. Entregados, todavía, a ese plus de exotismo que lleva a afinar el oído ante lo que diga alguien que se ha dado una vuelta, otra vez, por el continente negro. Cinco que la quieren sinceramente. Un homenaje.
Lo primero que dijo fue eso de que allí ven las cosas diferentes de como las contamos aquí. Bueno, le respondí, eso es como decir que el sol sale cada mañana por el este. Pasa en Africa, en Castilla la Mancha y en Poyatos de Torío. Pasa en Lavapies y en el Paseo de Gracia. Pasa con su hija y conmigo. Cada cual ve las cosas a su manera. Y las cuenta en consecuencia. ¡Que poquita cosa somos! Arrancar el homenaje con tal obviedad se puede entender como esa necesidad de la narradora viajera de tomar carrerilla antes de decir lo importante. También como una manera de aumentar en los oyentes sus expectativas respecto a lo que le van a contar. En fin, como una mas de esas coletillas, disculpables siempre entre amigos, que se cuelan una y otra vez en las conversaciones. Pero, de repente, su mejor amiga le espetó a la cara que dejara a los unos y a los otros, y que dijera cual era su parecer sobre lo que había visto y sentido. Se acabó el calentamiento y las dilaciones. Ten amigos para esto. Entonces, se produjo una gran pausa...
El nivel de expectación subió de forma alarmante. También el de sospecha sobre lo que iba a contar. Ella había hecho el viaje, ella era la principal protagonista y narradora. Todo lo que contase sería a cuenta de su corazón y de su inteligencia. Que ambas estancias se avinieran de la mejor manera posible dependería de su talento. ¿Qué es lo que estaba esperando? La cena era en honor al relato que nos quería contar sobre su experiencia africana, mejor dicho, en honor a su manera de contarlo. No nos habíamos convocado para volver a repetir lo que, muchos años después, siguen escupiéndose los unos contra los otros. ¿Es que no tenía nada que contar? ¿por que había vuelto a Africa?, ya es la cuarta vez ¿O es que no sabía como contarlo? ¿O es que no podía ser oído? Si no podía ser oído, es que no valía la pena que lo contase. Solo existen los viajes que son contados. Por eso la especie humana sobrevive.
Antes que ella, otras mujeres dejaron por escrito sus memorias africanas. La baronesa Blixen (Isak Dinesen) sea, tal vez, la mas conocida porque se enamoró de Robert Redford. Me hubiera hecho feliz si hubiera respondido que lo que ella piensa sobre Africa lo ha conseguido a través de alguien que ha conocido en el viaje, de cuya manera de ver las cosas ha quedado prendada. Y que había venido a cenar porque quería compartir con nosotros algunas escenas de la peli de Sidney Pollack, que le han ayudado a entender aspectos del estado eufórico y, al mismo tiempo, contrariado en que se encuentra. Me hubiera hecho feliz si hubiera respondido que Africa es sobre todo la perspectiva que le ofrece, que se ha transformado en una historia de seducción, desconocida hasta ahora para ella. Desconocida en tanto que oculta, no como en el caso de la baronesa Blixen, bajo el manto escasamente poroso de su mirada europea. Y con esa fuerza arrebatadora tirando de la noche, ¡qué diferente hubiera sido hablar del colonialismo, y de la oposición sangrante que subyece en todos los procesos de liberación y las prácticas de libertad que le suceden!
Pero cuando dio por terminada la pausa, respondió que los ingleses habían engañado a Mugabe. Y volvío a callarse otro rato.
Ahora que nada volverá a ser ni más perfecto, ni más grande, ni más elegante, ni más opulento, ni más justo, ni más democrático, ahora que vamos a celebrar, como una premonición, el centenario del hundimiento del Titanic, en fin, ahora que se ha acabado el sueño del progreso ilimitado, hay algo que pienso y deseo que la crisis se lleve por delante, igual que a los que mas lo han abanderado, y que no es otra cosa que la obsesión por dedicarse a militar en la invención y el conocimiento de leyes para la vida, manifestando una solemne y cruel despreocupación por el ámbito complejo de complicidades racionales y sentimentales donde se intentan aplicar.
Aprovechando que he vuelvo de mi excursión kafkiana, le dije, por aquello de intercambiar experiencias veraniegas, que leyera “Ante la ley” , donde el escritor de Praga dice: “¿dónde ha de colocarse uno para saber de la vida, fuera o dentro de la ley?”
¿Dónde, para saber y contar el viaje a Africa? ¿Dónde, para cualquier viaje, incluso el que va del comedor a la cocina de nuestra casa? ¿Dónde? ¿Es ese donde y el para qué una explicación a las largas pausas de mi querida viajera africana? Largas pausas que no eran silencios dando cabida a un aliento ineficiente, indisciplinado, contrariante, confuso, contradictorio, digamos al fin, innovador, recientemente descubierto en Zimbabue, sino que me parecieron ecos de tambores lejanos en su cerebro ya apenas audibles. Mugabe y el engaño inglés eran el dato. Y el símbolo.
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