EL PESO DE UN COLIBRÍ Y DEL ALMA HUMANA
Llamo tiempo exterior al propio de la realidad circundante e interior, naturalmente, al del yo del sujeto. El cine, que yo haya visto, no puede expresar la interioridad del ser humano desde el interior, desde los movimientos internos de la mente y de la conciencia. Esa es una propiedad del lenguaje, no de la imagen. La pregunta es, ¿pueden los protagonistas de 21 gramos exponer sobre la pantalla su tiempo interior sin más? ¿O necesitan usar el tiempo exterior para poder sugerir, solo sugerir, ante el espectador los movimientos de su tiempo interior particular y la conexión entre ellos? Dicho de otra forma, ¿puede el cine exponer sobre la pantalla el tiempo del alma, sin echar mano del tiempo del reloj que mide el tiempo de la historia? ¿Tiene el director mexicano de “21 gramos”, Alejandro González Iñárritu, el suficiente talento narrativo para mover la cámara sin que se produzca algún tipo de rechazo en el cuerpo de los protagonistas que comparecen, particularmente en el cuerpo de quien le hacen el trasplante de corazón, Paul Rivers?
¿Cual es la realidad compartida en los relatos, por decirlo así, vanguardistas o no convencionales? ¿Cuál es la realidad compartida de 21 gramos? Es pertinente esta pregunta porque en los relatos de matriz bíblica-aristotélica, así toda la narrativa del siglo XIX, que hemos heredado y que siguen dominando la mayor parte de la producción narrativa verbal y cinematográfica del presente, al igual que la imaginación de sus lectores y espectadores, sabemos que se rigen por: planteamiento, nudo y desenlace. O primer acto, segundo acto y tercer acto. Para entendernos. Igualmente me resulta pertinente preguntarme después de ver 21 gramos, si Iñárritu tuvo en cuenta al espectador que iba a mirar su película. O más bien se dejó llevar por el dictado romántico - yo soy un genio y solo me debo a mi mismo y a mis divinas entrañas - en franca contradicción con el deseo de que su peli la vea la mayor cantidad de espectadores y gane los premios más prestigiosos del mundo mundial, como en esto último así ha sucedido.
Son dos preguntas que no se pueden responder por separado pues una depende de la otra. Si Iñárritu no ha considerado al espectador al filmar su película no hace falta que éste se fije en la realidad compartida, en el fondo, sino más bien el aspecto estético, en la forma. En el primer caso estaríamos ante el arte que tiene una intención y un propósito y se adscribe a una visión común del mundo. En el segundo caso estaríamos ante la idea del arte por el arte, muy propio de las vanguardias, regido por el individualismo voluntarista del lo puedo hacer y lo hago. Luego ya se encargarán los marchantes o los galeristas de poner las obras en el mercado. Véase el expresionismo, esa vanguardia de matriz alemana de entre guerras, cuyo lenguaje estilístico, que es, a mi entender, el de buena parte de la peli “21 gramos” (combinado con el lenguaje melodramático de la pérdida, ¿por qué esa mezcla?) es conciso, penetrante, desnudo, con un tono patético y desolador, anteponiendo la expresividad a la comunicación. Parece decir que es el momento adecuado para prescindir de la Causalidad. En el caos no hay error.
Pero si me atengo a lo que escribe Ángel Fernández Santos (AFS), he de decir que Iñárritu ha colocado su película en un ámbito, creado por el mismo, que está, por decirlo así, entre la primera pregunta y la segunda. AFS habla de una secuencia que me hace pensar que no tiene una estructura narrativa clásica, pero también habla del puzzle final lo que me hace pensar que si la tiene. Ese tener y no tener, al mismo tiempo, una estructura clásica o reconocible por el espectador es lo que la hace original y muy parecida a la vida.
Estamos en lo que hay en los alrededores de la muerte, la agonía del protagonista Paul Rivers. Y las otras dos agonías que ésta convoca a su alrededor. La de Cristina Peck y la de Jack Jordan. Si, la muerte es ese fenómeno que si está la vida no está, y que si no está la vida está. ¿Pero como si sitúa la agonía? ¿Cómo el lugar de relevo en el que la vida le pasa el testigo a la muerte? ¿Cómo el tiempo en el la vida ya no es vida pero la muerte todavía no es muerte? ¿Un espacio y un tiempo en los que no existe la esperanza, pero tampoco la desesperación? ¿Que debemos pensar cuando un ser humano dice que esto no debería ocurrir ni en sueños? ¿Es que si no es así estamos fuera de la realidad?
Escribe AFS en su crítica a 21 gramos: “En su goteo febril (o destrozos) de comportamientos y sucesos se van hilvanando y completando paso a paso hasta alcanzar la diafanidad, la tortuosa y torturada secuencia de 21 gramos convoca formas extremas de dolor e infortunio. Evoca el suceso de vivir desde la agonía de un hombre que espera de un momento a otro la muerte y quiere ser consciente de su llegada y percibir su último esfuerzo de resistencia a ella, ese apretón de dientes final que preludia la oscuridad absoluta y, dicen, hace perder de golpe al agonizante 21 gramos, el peso de un colibrí. Y en la trágica tensión de ese tramo de espera final, el agonizante que Sean Penn interpreta con la potencia de la calma de la distancia en el borde del estallido, enlaza con la suya otras agonías.”