Cierto itinerario intelectual se ha creado al calor de los efluvios incesantes de la sociedad digital actual, que más o menos sería algo así: la soledad del que primero escribe y la cháchara inclemente de quien luego lee, ha dado lugar a un desencuentro triunfante, lleno de brillo y futuro. Y, sin embargo, la proposición náutica sigue vigente. O nos salvamos todos leyendo y comprometiéndonos juntos, desde nuestra singularidad lectora, con las palabras sensibles comunes, o no nos salvamos ninguno. El barco se hunde. No hay deus ex machina que valga y que comparezca en una sociedad democrática.
Hace tiempo que leer dejó de ser únicamente un acto solitario y pasó a ser una manera, otra más, de definir nuestra identidad. En este nueva Edad Media donde los sesgos estamentales y de pertenecía han tumbado lo propio del individuo moderno, reconocerlo y reconocerse por sus méritos, no tanto por el lugar que ocupa en la jerarquía estamental igualitaria, valga el oximerón.
Bajo este palio es como elegimos y planteamos nuestras lecturas, como quien diseña al candidato político perfecto o un perfil Tinder. Hay libros que cotizan al alza, hay libros que no importan a nadie. Aquello que leemos (y mostramos) informa quiénes somos. O, más bien, quienes queremos ser: quienes queremos ser en comparación con los otros.
La industria cultural digital, y la otra, conspiran contra aquello que de verdad nutre la lectura: la quietud, la calma, la soledad y el pensamiento. Leemos para cumplir objetivos a la velocidad de la luz digital, en vez de para ensanchar los límites de nuestra comprensión ética y moral. Por lo que deberíamos leer menos y aprender a leer mejor.
Volviendo al principio, la industria cultural conspira contra la lectura en las sociedades democráticas, al facilitar la autoexploración y autocensura de los lectores con su consecuencia inevitable: la comparecencia del deus es machina, ahora si, en sus ilimitadas formas y reclamos, al igual que las estanterías de quesos en los hipermercados. Al igual que en estos, la lectura se encarna en un espacio y un tiempo, (hay una biblioteca perteneciente a la red española de servicios bibliotecarios, que es capaz de ofrecer veinte formas diferentes de club de lectura, y todavía hay listas de espera para poder apuntarse) que nos ofrece por igual bienestar corporal y enajenamiento mental. Las coordenadas donde habita nuestra identidad soñada en el presente. Una identidad que ha acabado con el ideal del soñador universal, que consistía en recuperar la posibilidad de volver a disfrutar de todas sus facultades intactas. Es una identidad la del presente que da paso directamente a la voz autocrática del salvador, del hombre providencial, aunque en esta ocasión no haga falta que diga que hay llenar las cárceles y crear campos de concentración. La autoexploración y la autocensura del lector así fabricado, le hace al autócrata más de la mitad del trabajo sucio.