viernes, 8 de diciembre de 2023

NO HAY SITIO PARA TI, AMOR MÍO

 No hay nada que cause más placer a la condición vulnerable y narcisista, a la vez, de un ser humano, que ocupar ese sitio desde el que poder saber todo de los demás sin que estos puedan saber nada de él. Estamos en el mundo de las cosas, el cosismo, formado incluso por seres humanos cosificados, a servicio del miron nunca comprometido ni con su mirada, pues una cosa nunca te devolverá la mirada de porque lo miran. Este es, a mi entender, el lugar que crea la voz narradora del cuento de Eudora Welty, “No hay sitio para ti, amor mío”, invitando al lector a entrar en él para desenmascarar la trampa, por decirlo así, de los protagonistas, El y Ella, que el narrador, poco después de empezar a narrar, nos dice claramente que pertenecen al grupo de los impenetrables, los habitantes del mundo del cosismo. Haciendo así, de paso, un guiño al lector que también puede formar parte de ese “grupo selecto”, si no se aplica adecuadamente para leer la historia sobre la cual quiere persuadirle de tener la autoridad. Dicho de otra manera, hasta finales el siglo XIX y principios del XX los hechos no humanos de la realidad existían al margen de los seres humanos. Sin embargo, solo la ficción moderna tiene la virtud cuántica de fundir en un solo hecho narrativo a los hechos y los lectores. Fundir lo no humano con lo humano en otra realidad llamada novela o cuento modernos. Y solo la ficción moderna nos permite acceder a aspectos del mundo exterior e interior del ser humano que no pueden acceder ninguna otra de las modalidades del conocimiento. No en balde la invención del punto de vista por Henry James es contemporánea de la invención de la física cuántica y de las intimidades subconscientes del ser humano. Volviendo sobre el asunto capital de la autoridad del narrador, cabe decir que frente a un busto parlante propio de quien da las noticias en los telenoticias o en las redes sociales, tanto da, que no tiene otros estatuto que el de mediador entre el hecho ocurrido y el oyente o espectador, es decir, la noticia va por un lado la voz del busto parlante va por otro y la atención del lector por otro. Sin embargo lo que aparece en “No hay sitio…” sucede porque la voz narradora nos lo cuenta así y solo sucede mientras ella nos lo cuenta al mismo tiempo que el lector lo lee de esa manera prestándole toda su atención y capacidad relacional. Si no se cumple ese ritual, no hay acto de lectura narrativa propiamente dicho. No hay comunicación entre narrador y lector. En fin, no hay propiamente comunicación que merezca tal nombre. Habrá agregados de seres impenetrables que pasaban por allí como podían pasar por otro sitio, relacionándose con los objetos, seres humanos incluidos, que se encuentran en su deambular de forma arbitraria. Pues si quieren seguir siendo seres impenetrables no pueden comportarse de otra manera. Es decir, no pueden dejar que se abran grietas en su muralla, mejor disparar desde las almenas contra quien se acerque con malas intenciones a ella.

Postularse como voz narradora de un relato sobre la impenetrabilidad de la condición humana, no quiere decir que el texto resultante tenga que ser impenetrable. Todo es una cuestión de distancia e intensidad. Distancia del narrador respecto a los protagonistas, El y Ella, y distancia del narrador respecto del lector.  Es esa distancia la que generará la intensidad debida que debe mantener vivo ese triángulo de complicidad, conocimiento y comprensión, a saber, narrador, protagonistas y lector. Solo así puedo entender la particular simbiosis que la voz narradora construye al meterse en la mente e incluso en el cuerpo de los protagonistas, sobre todo de Él, creando así el efecto óptico  narrativo en el lector que es el protagonista masculino quien esta contando la historia. Es lo que yo llamo narrar por delegación. 


Pongo un ejemplo como ilustración. Poco después del arranque del cuento la voz narradora dice: “¿Soñaba él con hacerla desleal a la desesperanza que tan claramente veía que ella había estado cultivando allá abajo? Sabía muy bien que no. Eran sencillamente dos norteños haciéndose compañía.” 

Unas líneas mas adelante escribe: “Ella tenia esa cara inocente que él asociaba, sin ningún motivo, con el medio oeste; tal vez porque decía: ‘Enséñame’. Era una cara seria y vigilante, que la dejaba totalmente huérfana en compañía de esos sureños. Él calculó su edad, cosa que no puedo hacer con los demás: treinta y dos años. Él le llevaba mucha ventaja.”

Y a renglón seguido: “De todos los estados mentales humanos, la impenetrabilidad deliberada tal vez sea el que más deprisa se comunica; tal vez sea la señal más exitosa y más fatal de todas. Y dos personas pueden permitirse ser impenetrables así como cualquier otra cosa”. Nótese el desplazamiento (o delegación) de la voz narradora hacia la conciencia del protagonista llamado Él. Tanto ese así que el efecto en el lector es el que ya he dicho, da la impresión que quien cuenta la historia es Él. Y así continúan las veinte páginas siguientes, hasta las últimas líneas del cuento que justifican esta puesta en escena elegida por el narrador, y obligan al lector a volver a las primeras líneas del cuento para comprenderlo. Las palabras que cierran el cuento, después de que Él ha dejado a Ella en el hotel, una vez acabado el periplo por el sur de Nueva Orleans, donde como buenos seres impenetrables han podido hacer lo que les ha venido en gana, dice en así: “Mientras devolvía intacto el Ford intacto al garaje, recordó por primera vez en años cuando era un estudiante joven e imprudente en Nueva York, y los gritos, el horror y la asfixia infernal del metro tenían para él su significado primitivo como la cadencia y la expectativa del amor.”


Sin pérdida de tiempo el lector, como he dicho, siente la necesidad de volver a leer lo que ya leyó al principio, antes de saber nada de la historia de El y Ella. Esas primeras palabras dicen así: 

“No se conocían, ninguno de los dos conocía el local, sentados uno al lado del otro en un almuerzo, un grupo reunido de manera poco ceremoniosa cuando los amigos con los que él y ella estaban se reconocieron al otro lado del Galatoire. Era un domingo de verano, esas horas de la tarde que parecen tiempo muerto en Nieva Orleans.

En cuanto él vio su cara pálida chata, pensó: He aquí una mujer que está teniendo una aventura. Era uno de esos extraños encuentros que producen tanto impacto que enseguida tienen que ser traducidos en alguna clase de conjetura.”