Desde una visión de la psique genuinamente humana, la guerra civil española fue la lucha feroz y sin piedad de egos absolutos y absolutamente exaltados. La larga post guerra civil española fue la lucha feroz y sin piedad de esos mismos egos absolutos, mas sus herederos, por otros medios de exaltación y con otra correlación de fuerzas respecto a la guerra anterior. En la postguerra había vencedores y vencidos. ¿Hubo algún responsable en la derrota? Las consignas en ambos casos fueron la misma: Victoria o Muerte.
Desde ésta visón yo soy un superviviente, estoy vivo de milagro. Además de otros peligros fácticos, ir entonces a una manifestación, o militar en un partido o sindicato, era ir a medir tu ego absoluto con el de un Madero armado hasta los dientes, o ponerse a jugar en el peligroso tablero del ego de la clandestinidad contra el ego de la censura. No había espacio ni tiempo para otras lindezas o refinamientos. La solidaridad de clase fue un pegamento para la ocasión, sin vocación de transcender más allá de la ocasión. Ya digo los egos habían crecido en la Post guerra de manera absoluta. El día que murieron Arturo Ruiz y Luz Nájera, como hemos visto en el paseo peripatético, yo estuve en el lugar de los hechos. Ese colosal esfuerzo sólo era posible desarrollarlo con la respiración asistida diaria del superávit de vanidad que reinaba en el ambiente final de la postguerra procedente tanto del bando oficial como del bando clandestino.
Cuando murió el Caudillo, la democracia que decían que llamaba a la puerta siguió siendo una lucha entre todos esos egos absolutos supervivientes del supremo ego del Caudillo. Dicho de otra manera, Muchas Monarquías de Egos Absolutos querían hacerse un hueco en la nueva democracia republicana. La consigna fue: que hay de lo mío, ya. Nadie se hizo cargo de ponerse de acuerdo en imaginar lo nuevo, todos continuaron con las inercias del antiguo régimen. A veces quería creer que algo radiante y definitivo iba a suceder. Pero no.
Aunque ahora que lo pienso la consiga debió ser: Virtud y fortaleza. Virtud como amor al conocimiento y al otro, fortaleza para saber oponerse a la oceánica ignorancia que no dejaban, ni dejan de producir la pléyade de Egos Absolutos antiguos y nuevos que se habían subido al nuevo escenario del teatro democrático. El caso fue que la Monarquía de Egos Absolutos, reinante después de la muerte del Caudillo Absoluto hasta hoy, ha sido incapaz de legislar a favor de una ley educativa que hiciera posible que aquella virtud y aquella fortaleza limaran las peores aristas y pusiera los diques necesarios a las hondonadas más sombrías de los antiguos y nuevos Egos Absolutos que se autodenominaban, ayer como hoy, democráticos. Democracia y Educación no se pueden concebir por separado. Una ley educativa que fuera capaz, en fin, de imaginar en su puesta en práctica un Ego Republicano fuerte y virtuoso dispuesto a hacerse cargo del “Imperio” mestizo del medio, alejado para siempre de los extremos absolutos y exaltados. Fuera ello, también, en beneficio de la convivencia con los nuevos egos que iban naciendo, o nacerían tarde o temprano, con todas sus posibilidades creativas en su mente.