Partamos de la siguiente proposición: el mito es a lo que hay más allá de la actualidad (lo permanente, lo irrepetible, el arte en general) como la ideología lo es a la caliente actualidad misma (lo del día a día, las noticias, lo perecedero e intercambiable).
Arte y actualidad están formadas de mito e ideología. La diferencia estriba en la intensidad y la intención del punto de vista o narrador y de la puesta en escena de quien cuenta el uno y la otra. De quien lo cuenta, para que lo cuenta, a quien se lo cuenta. Siendo así, pienso que las intenciones existenciales de María Braun, y su despliegue con las diferentes intensidades que muestra en la peli, acogidas todas ellas dentro de la puesta en escena elegida por Fassbinder, dan forma alegórica al mito del milagro económico alemán después de la catástrofe de1945.
Todo comienza con el frustrado matrimonio de María Braun y sus consecuencias. Nada de ello entra dentro del campo ideológico del feminismo actual, que es más bien algo propio de nuestro presente febril, lo cual no quiere decir que su condición de mujer no forme parte inequívoca de su audaz punto de vista alrededor del cual se organiza la película, cuyo título no puede ser otro que: “El matrimonio de María Braun”.
Para entendernos, no es lo mismo que la locución: “el amor incondicional, el trabajo tenaz y la lealtad, produjeron el milagro” te la cuenten y hagan su puesta en escena en un anuncio publicitario para invitarte a que visites las maravillas, pongamos, de la selva negra alemana. O que te lo griten en la puesta en escena de un mitin los líderes de un grupo político alemán oportunista para que les votes. No es lo mismo, digo, si te lo cuenta un narrador dentro del campo de acción de la puesta en escena de una película como “el matrimonio de María Braun”, para anunciarte la recuperación económica, social e individual de Alemania y los alemanes, después del colosal desastre individual y colectivo, que supuso para ellos la Segunda Guerra Mundial.
Lo mismo pasa, en el ámbito norteamericano, con la historia del “hombre hecho así mismo”: que puede con todo y no hay nada que se le resista. Un hombre que vale para crear el mito de la frontera, y para vender cigarrillos Marlboro.
Desde las primeras escenas, después de su frustrado matrimonio, María Braun aparece investida y vestida, si la comparamos con su entorno familiar y social más próximo, de ese aura y estructura alegórica propia de los mitos. No aparece para resolver nada, sino para iluminar el camino de quienes si tienen que tomar decisiones para salir del abismo donde el nazismo y la guerra los ha precipitado. Esa es la función de los mitos y de ahí nacen los milagros. Como dice la misma María Braun en una conversación con su mentor y amante el empresario Oswald: “yo no creo en los milagros, yo estoy aquí para que se hagan los milagros.” Sea todo por su amor incondicional a su marido, primero soldado nazi desparecido en combate, luego, una vez aparecido, prisionero para salvar a su mujer María del crimen que ella ha cometido en la persona del novio americano que se ha echado al creer que su marido había muerto en combate. Y como telón de fondo la actualidad del momento histórico hecha ficción bajo la persuasión incuestionable de la égida alegórica de María Braun: los dimes y diretes de su familia y de la calle, de las cuentas y expectativas de la empresa de Oswald, de los discursos de Konrad Adenauer exaltando la unión de todos los alemanes para hacer el milagro económico de la recuperación, y, como no, la victoria de Alemania sobre Hungría en la final del campeonato de fútbol de selecciones nacionales, celebrado en Suiza en 1954. Evento calificado en la época como el milagro de Berna.
Visto así el milagro de la recuperación económica alemana, en cabal alianza con el del fútbol, no podía no realizarse. Solo era cuestión de amor incondicional, trabajo audaz y constante y lealtad. Y así fue, hasta hoy.
Solo queda por mencionar la advertencia de Fassbinder en la escena final, cuando un descuido doméstico de la pareja feliz, hace saltar su felicidad por los aires. Lo que hace volver al espectador a la explosión de la primera escena. Los milagros son posibles, vendría a decir Fassbinder, siempre y cuando no bajemos la guardia frente a las fuerzas anti milagrosas, procedan estas de la guerra o de un simple y doméstico escape de gas. La felicidad en última instancia sería eso: estar atentos y saber relacionarnos adecuadamente con las fuerzas que nos encontramos en nuestro deambular por la vida.