martes, 26 de diciembre de 2023

NAPOLEÓN

 Ridley Scott, al filmar su película Napoleón, no se deja influir por la historia que nos ha llegado de los Grandes Hombres de la Historia. O dicho de otra manera, el director norteamericano no cree que Napoleón sea un Gran Hombre de la Historia. El sabe que esa visión no deja de ser un acto de publicidad perfeccionada por los creyentes en la verdad que patrocina la Academia de la Historia, a medida que los medios tecnológicos se lo han ido permitiendo. Hoy ya sabemos de sobra que detrás de los Grandes Hombres de la Historia está la intrahistoria de los pequeños hombres y mujeres que los han aguantado. Sin ese soporte, por activa o por pasiva, no hubiera sigo posible su existencia. Esta es la visión que nos ofrece Scott. 


Es cierto eso de que un Gran Hombre de la Historia es aquel que ocupa el lugar adecuado en el momento idóneo, o viceversa. Pero también es cierto que ese lugar y ese tiempo es único y solo admite un aspirante, por tanto, los demás sobran y se tienen que buscar, si antes no los matan, su lugar y su tiempo a la sombra del ganador. Lo que ocurre es que la Academia de la Historia utiliza a los Grandes Hombres de la Historia en beneficio propio, en beneficio del poder que tiene en el entramado de instituciones que forman el poder del Estado y de la propia Historia. Como la Academia de las Letras saca beneficio para el poder que detenta a cuenta de los Grandes Relatos y los Grandes Autores de la literatura. Así la historia y la literatura, vistas bajo el palio de ambas academias parecen más inteligibles y más fácil de acceder a sus misterios a ojos y voluntad de quienes hacen cada día la intrahistoria. Pero hoy sabemos, al igual que Scott, que las cosas y los asuntos de la Historia y de la Literatura, y de los hombres y mujeres de la intrahistoria y de la intraliteratura, no son los mismos.


El caso es que, para entendernos, el Napoleón de Scott se parece más a militarones tipo Franco, Mussolini, Patton, que a héroes clásicos como Alejandro Magno, Julio Cesar, Atila o Gengis Kan. El pequeño corso es un producto genuino salido del terror de la revolución francesa, que es lo mismo que decir que de la cara oscura y siniestra de la modernidad en la que vivimos. Otra cosa es que a la grandeur del país vecino le convenga tenerlo en lo más alto de sus hombres ilustres, como divulgador de los valores ilustrados por todo el continente europeo. ¿Por qué la grandeur francesa, y al Academia de la Historia a su lado, ignora al noble Condorcet, víctima del terror de la guillotina e impulsor de la educación republicana y de la igualdad de la mujer? Eso también lo deberíamos saber cuando decidimos ir a ver la peli de Ridley Scott, en la que decide bajar al general del mauseleo parisino y ponerlo a olfatear la realidad como un perro perdiguero. Así nos lo presenta en las primeras escenas en las que la reina María Antonieta está a punto de subir al cadalso. Deambula de un lado para otro entre la muchedumbre, captando el tono y la textura de lo que le rodea. Y así va seguir actuando durante toda la película, incluso en los momentos más álgidos de las grandes batallas que le dieron su fama. Como no podía ser de otra manera, este Napoleón, dando un vuelco a la historia pues no otra cosa es la ficción, imita a Franco o Mussolini ya mencionados, en su habilidad oportunista para saltar a la palestra en el momento oportuno y en el lugar adecuado, o viceversa, dado que es plenamente consciente de sus limitaciones. Este Napoleón sabe que no es Alejandro Magno, ni Julio Cesar, ni Atila, ni Gengis Kan, personajes más propios de superhéroes de los cómics y las superproducciones de Hollywood que de la fragmentaria y contradictora modernidad que él representa. Este Napoleón no es de una pieza, ni parece que, tal y como nos muestran las imágenes, se siente interpelado en ningún momento por esa locución. Muy al contrario se mueve entre dos amores que lo hacen humano demasiado humano, a saber, el campo de batalla y su mujer Josefina. En el primero no lo logra transmitir sus conocimientos de geometría a sus generales y a Josefina, a pesar de sus infidelidades, tampoco logra persuadirla de que es la mujer de su vida. Ello hace que lo veamos en la película siempre con esa aspecto taciturno y dubitativo dentro de la tienda de campaña antes de entrar en combate en el campo de batalla y en los salones de palacio antes de entrar en combate en el lecho conyugal