jueves, 14 de diciembre de 2023

EL DINERO SI PRODUCE LA FELICIDAD

 No había en el narrador de este cuento titulado “Mi dinero paga mi felicidad”, otra intención que escribir una auto ficción sobre su afición. En una edad madura volvió a la competición en el deporte de juventud, el esquí. Lo primero que pensé como lector después de semejante confesión del narrador en la primera página de su relato, fue que había regresado a las pistas blancas para volver a tener 15 años. No andaba descaminado si me atenía a la manera como iba dando las explicaciones de la decisión que había tomado y de las experiencias concretas que iba teniendo. Sin embargo, sospechaba que algo contaban sus palabras que en su forma de decirlas tenían vocación de ocultamiento no de iluminación. Por eso el narrador no me parecía que buscara mi complicidad para encontrar la verdad, sino para ayudarle en el levantamiento de su impenetrabilidad narrativa. No me equivoqué.

Lo de la auto ficción es una estrategia narrativa que siempre ha existido, pero nunca con la labilidad que se utiliza ahora. Como todo quisque tiene una biografía, cualquiera puede escribir una novela de autoficción y, por el mismo razonamiento, cualquiera puede ser el editor que se la publique. A saber, el mismo escritor de su autoficción es también su propio autoeditor. Algo así quedaría el meollo del asunto. O al menos es como me imagino lo que piensa el esquiador metido a narrador de su propia biografía. 


El caso es que el esquiador tenía un oficio que le permite pagarse los enormes gastos de su afición, pero además quiere ocupar un lugar en el mundo de la ficción. Quería ser alguien. Tenemos por un lado el anonimato del negocio y por otro la notoriedad con el ocio del esquiador. Ambos, ocio y negocio, el narrador los ve bajo el mismo prisma: una oportunidad para obtener el máximo rendimiento de felicidad. Así lo delatan las palabras de su novela o autoficción. No hay amor por el esquí, por decirlo así, solo hay la voluntad firme y decidida de “darlo todo”, como él mismo dice hacia la mitad del relato en una conversación con el  entrenador del equipo, durante las estancias que hacen en los lugares a donde él acude fiel para tal fin. Un buen número de páginas de la novela las utiliza el narrador para reproducir la infinidad de Whatsapp que se intercambian sus compañeros de fatigas sobre la nieve a lo largo de la jornada de entrenamiento, como prueba de la autenticidad de su experiencia. En esos mensajes había muestras de todas las posibilidades que ofrece la plataforma de marras. Y en todos se perseguía enfatizar el éxito del rendimiento en las bajadas o en los giros para tomar una curva o simplemente en las anécdotas que suceden en los momentos de transición entre una bajada y otra, que se corresponde con la cola de espera para coger el remonte que los trasporte de nuevo arriba. Y vuelta a bajar. Algo que si me parece interesante destacar como reseñista de este relato es que, aunque con peores mañas tácticas y estratégicas respecto al planteamiento, desarrollo y resultado final de la historia, el principio de impenetrabilidad del narrador, ya aludido más arriba, guiaba desde la primera línea la voz del narrador. Esa cerrazón narrativa, no quita sin embargo para que diga lo de la gana y como le dé la gana, algo muy propio de una biografía impenetrable como la que da cuenta de este relato. Dicho con otras palabras, es un relato impenetrable sobre la impenetrabilidad del ser humano. Como lo oye.


Y todo lo anterior, como no, para aparecer ante sus iguales con el mejor rictus de felicidad, que es el factótum principal y el deus ex machine de toda esta ceremonia o puesta en escena entre el ocio y el negocio, y viceversa. La felicidad como santo y seña de la vida que quiere vivir la clase media urbana actual, a la que el narrador esquiador de esta historia, de su historia, pertenece por pleno derecho. La felicidad vista así como cima e imagen del máximo rendimiento del ocio, de las más altas cotas de productividad sobre la pista blanca. No hay atisbos en esa voz impenetrable, como no podía ser de otra manera, que en la caverna desde donde habla haya el mínimo latido de aspirar a la dignidad. Solo quiere ser rico en felicidad ante los otros, para lo que necesita ser rico en productividad en la pista blanca los fines de semana y en su despacho entre semana. Rendir para ser rico en felicidad, es la manera de fabricar el producto “ser feliz”. No por ser digno de ser feliz, sino porque te lo mereces. Es decir, la felicidad como mercancía.  Eso es todo y es lo que no dejan de predicar los voceros de la publicidad publicada en las pantallas realmente existentes