Desde la aparición del smartphone en 2007, momento fundacional de la humanidad en el que sus miembros decidieron prestar su inteligencia a una máquina, hasta la aparición en 2023 de la inteligencia artificial IA, en el que la máquina de marras ha decidido ir a su bola, eso dice, han pasado dieciséis años, durante los cuales la antigua relación entre activistas y estadistas, los dos oficios que encarnan el quehacer humano público en la modernidad, ha adquirido una actualidad lamentable. Por decirlo rápido, los activistas mueven la olla de la vida y los estadistas le ponen diques para que no se desborde. Platon y Aristóteles, como siempre. Ya te digo, me susurra al oído Galileo, el loro de mi vecina que provisionalmente vive en mi casa, un gran defensor de la torpeza lingüística de su gremio, que contrapone con orgullo ante los nuevos humanos, etiquetados como inteligentes artificiales. Entre medias de esas dos fechas el sujeto moderno dio el empujón que le faltaba hasta convertirse en un sujeto fallido, como ya he dicho en otras entradas. Sus etapas bien pueden señalarse en paralelo a las propias del lector de novelas, pues no en balde la vida humana no es otra cosa que un folletín de un loco contado por entregas a un idiota. Menos lobos, dice Galileo, intuyendo por dónde quiero caminar y, comprobando al mismo tiempo, que no le daré velas en este recorrido. Veamos. Al lector ingenuo en la literatura le corresponde en la vida el sujeto ingenuo, que nació al mismo tiempo que la democracia, y se creyó a pies juntillas que todo lo que estaba escrito en los papeles de la Constitución eran de obligado e inmediato cumplimiento. Pronto se dio cuenta donde se había metido y empezó a pedir recetas en plan autoayuda, lo que lo convirtió en un sujeto-lector antivida y aliterario. La moda de la autoayuda acabó por resultarle insatisfactoria, siendo así que dio el paso para convertirse en un sujeto-lector snob, un tipo que siempre está de vuelta de todo sin haber ido antes a ninguna parte, un tipo que entiende la vida y la literatura como un disfraz. Es así como los activistas y los estadistas, antaño adversarios necesarios, se han hoy convertidos en caras de la misma moneda, a saber, la razón del enfrentamiento constante amigo-enemigo que teorizó Carl Smith. Ambos han convertido con empeño el espacio público en algo bárbaro y mediocre, más inhabitable cada día que pasa, todo a cuenta del contribuyente privado que cumple como puede las obligaciones del oficio y la familia que ha elegido. Lo que tus digas, dice Galileo, que siempre quiere tener la última palabra.