Cada vez crees menos en los hombres y mujeres y nada en los dioses. El dios eres tú, solo tú Por eso eres adicto a la técnica digital y a los animales de compañía. Por eso llevas en la mano derecha un móvil y en la mano izquierda un perro. Así te paseas por la ciudad un día y otro día, una vez más. Un Yo endiosado, un Yo divino caminando hacia ninguna parte. Imagina que es “Ser libres juntos: relación y atención”. ¿Para qué?, respondes sarcásticamente. Un “para que” que una vez pronunciado solo te mantienes en pie con muchas dosis de rencor y resentimiento, en fin, de odio hacia el mundo. Por eso no te quitas la vida. El odio, más que el amor, es la principal fuente de sentido individual y colectivo.
Tu que eres un adicto a la moda digital deberías saber que hasta la llegada de la física cuántica, los científicos realizaban sus experimentos suponiendo que eran observadores pasivos de la naturaleza, capaces de ver lo que veían sin perturbarlo (ese mecanismo es lo opuesto a lo digital). Esa separación entre el observador y lo observado (que muchos años después tú sigues practicando con tu móvil en la mano derecha y el perro en la izquierda) se ponía ahora en tela de juicio. El objeto microfísico carece de propiedades intrínsecas y resulta absurdo preguntarse por su posición o velocidad entre medida y medida. La física abandona la cosa en sí para ocuparse de lo que podemos decir sobre el mundo. Heisenberg lo expresaría con claridad: “los átomos y las partículas no configuran un mundo de cosas y hechos, sino de potencialidades y posibilidades”. La nueva física recupera así la propuesta de Leibniz. Los elementos básicos del mundo no son cosas o hechos, sino el apetito y la percepción. Los errores de Descartes dieron pie a una física inexacta. La extensión no es la esencia de la materia, sino la fuerza del anhelo y la percepción. La fuerza de los sentimientos que de ello se derivan. Los cartesianos tuvieron una idea rutinaria y poco creativa de la materia. Una idea que hay que descartar. La naturaleza, toda ella, está viva.
Nuestra relación con ella, por tanto, no debe ser de usar y tirar, ya sean personas o cosas. No debe ser pensando en la obsolescencia, de personas y cosas, y su conversión en basura. Debe de estar apoyada, como dije ayer, en la relación y la atención, pues la naturaleza de todo lo que está vivo es estimular la llamada ajena, no su uso o su conquista sordos. No es una llamada a ciegas. Debe estar apoyada, en fin, en la renovada imaginación de lo que ya conocemos y amamos. Ya se que te despedirían de inmediato si dijeras esto en una de las tiendas de venta de novedades de aparatos digitales. Pero, ya en el paro, aún te quedaría el consuelo de pasear a tu perro cada mañana.