martes, 24 de enero de 2023

EL CAMINO DE LA FELICIDAD

 Desde que los modernos decidimos apostar solo por el futuro como la única manera de acreditar nuestra Fe irreductible en El Progreso, nuestro trato con el pasado se ha convertido en un problema irresoluble. Paradójicamente, de lo que tenemos una verdadera experiencia, directa o vicaria, no queremos saber nada, para convertirnos en expertos de lo que no tenemos ni puta idea, el futuro. No me digan que la estructura infantiloide del giro lingüístico y, por tanto, mental, es un trabajo de imaginación impecable de los espías e ingenieros de Disney Word, hoy, supongo, a punto de caer en manos de los Chinos comunistas, que, a su vez, han vuelto a negociar algún tipo de acuerdo con Confucio. En esas estamos.

El caso es que la vida sigue y el personal occidental parece que no le hace ascos ni mohines al nuevo paradigma. De ello se hace eco, como no podía ser de otra manera, la industria del entretenimiento por excelencia, a saber, la industria de todas las pantallas. También, como no, la literatura, las artes plásticas y escénicas, etc., pero con una influencia mucho menor en la urgencia que hoy requiere el entretenimiento de la Peña. 


La película que dirige Morten Arnfred, “el camino de la felicidad”, vive y respira, a mi modo de entender, dentro del canon, por decirlo así, de esa nueva forma adulta de ver el mundo, en el que la gravedad y tragedia que inspiraba y daba forma el mundo adulto del pasado ha sido sustituida por la levedad e ironía del nuevo mundo digital. No puede ser de otra manera, si nos fijamos bien, si queremos que la mayor cantidad de humanos muevan ya sea su alma o su cuerpo, de un lado para otro del planeta, en el menor tiempo posible. Ubicuidad, levedad e ironía son el combustible que pone en marcha cada día el nuevo paradigma antes anunciado. Sentimientos y afectos, los justos, para que no te impidan ser un buen saltimbanqui como también te exige la nueva religión. De ahí el eslogan que mejor la avala: relaciones con derecho a roce. La cumbre más alta del yo moderno endiosado, un tipo que ya no siente los impulsos dignos de ser como dios, él ya ha alcanzado por méritos propios y sin ayudas de nadie, pregona a voz en grito, esa cota insuperable.


No digo que la protagonista de la peli, Sara, participe literalmente de los protocolos de este paradigma, pero el director si pienso que lo construye para ver cómo se desenvuelven dentro sus criaturas, para experimentar hasta donde penetra en ellos esa falta de compromiso que alienta y da forma a aquel. Sin embargo, todo esto deja al espectador ante una práctica estimulante de asociación de ideas, ante las imágenes que se van apareciendo ante su mirada. ¿Forman estas parte de lo se podía llamar el Post cine? Entendiendo por cine ese lugar narrativo donde ha tenido lugar la representación de la vida, comedia y tragedia, propia del siglo XX. Lo que hace Sara, mujer madura perteneciente a la alta gama de la sociedad - como alguien dijo acertadamente en la tertulia, como si de un frigorífico se tratara -, no parece continuar eso a lo que estamos acostumbrados cuando el marido le dice que se acuesta con otra. Sencillamente se comporta com cualquier consumidora de la plataforma Tik Tok. Alquila un piso en un barrio de la gama baja, por seguir con la expresión, y se pone a trabajar de lo primero que le sale, para a continuación echarle el ojo al cuerpo desnudo de un vecino, quince años más joven que ella, mientras se ducha a la intemperie porque tiene estropeada la ducha de su casa. También conoce a su nueva vecina, que se encuentra en un embrollo similar de crisis matrimonial. Y acaba seduciendo a su hija, hasta el punto de que esta quiere irse a vivir con sus madre, dejando las comodidades y el confort de la antigua vida familiar donde ha nacido. Eso sí, en toda esta transición Sara no se cambia el uniforme y peinado que ha traído de su etapa vital de la gama alta, por si acaso. No hay sobresaltos significativos, sólo intercambio de miradas de posicionamiento ante lo que se avecina, que es predecible como lo es que después de la noche amanece que no es poco. 


¿Puede haber más profundidad en los seres que no creen en la trascedencia, porque no hay sitio donde ir que no sea uno mismo? ¿No es así como se relacionan los dioses entre ellos, ajenos a cualquier tipo de abismo que pueda habitar cualquier ser humano en tanto que humano? ¿Si ya no podemos viajar al Hades, como nos enseñaron los griegos, para volver a la superficie en busca de una luz renovada, como podemos saber sobre nuestra ignorancia? Si lo sabemos todo y estamos de vuelta de todo, sin haber ido a ninguna parte después de no parar de movernos, ¿como averiguar cual es nuestro lugar en el mundo? Son preguntas que se le echan encima al espectador casi sin proponérselo, lo cual no impide que se despierte su simpatía hacia la experiencia del itinerario que protagoniza Sara. El marido se da cuenta de su error y quiere volver. Pero ya es demasiado tarde, Sara está en otro lugar. Ha cambiado. Quizá falta saber cómo ha cambiado, por que ha cambiado, cuáles son los trazos del cambio, en que medida Sara es consciente de que está cambiando, en fin, todas esas preguntas que los antiguos protagonistas del cine se hacían. ¿Cabe ese compromiso con las preguntas en los protagonistas del Post cine?