Siempre vivimos desgarrados entre vivir bien o ser sabios. Entre alcanzar la felicidad o poseer la verdad. Puestos a elegir la mayoría de las veces, por no decir todas, optamos por la felicidad en detrimento de la verdad, tratando de disimular la elección lo mejor posible, para que no nos digan que somos tontos. Por eso nos da tanto miedo reconocer que lo propio y apropiado de la vida humana transcurre entre un “No saber contingente” y el “No saber nunca”. No se nos pasa por la cabeza, y menos por el corazón, que felicidad y verdad , verdad y felicidad, habitan ahí, entre esos dos No Saberes. Y eso es porque nos resistimos a aprender el lenguaje (ser humano significa, entre otras cosa, ser de palabra) que las articule (religar, de religare), el cual no se aprende en ninguna escuela de idiomas. Un lenguaje que nos posibilite entender que felicidad y verdad, verdad y felicidad son dos caras de la misma moneda, la vida misma, verdadera escuela de aprendizaje. Y que lo demás es publicidad y propaganda de los predicadores de siempre. Que no son otros que los predicadores de la felicidad o los de la verdad, compitiendo encarnizadamente por separado, cada cual tratando de sacar el máximo beneficio para su negocio, a cuenta del desgarramiento ajeno.