Después de verla tres veces y darle unas cuantas vueltas a lo que visto, quitando y poniendo los velos de la falsedad que siempre me acompañan en estos menesteres, tengo la impresión que la película “La ola”, del director Denis Gansel, es la historia de un doble fracaso. También una severa advertencia, siendo esta última, a mi entender, el principal mérito de la película. Recordemos en otro registro narrativo la película “Cuidado con los niños”, recientemente comentada en la taberna, que apunta en una similar dirección.
Por el lado más general “La ola” representa el fracaso de la educación en las sociedades democráticas más avanzadas, nórdicas y centro europeas para entendernos. Y por el lado más particular, el propio de la película, es el fracaso de quienes hacen posible el anterior, Rainer Wenger en nuestro caso, que son todos esos docentes, demasiados, que piensan, entre otras lindezas, que son más inteligentes que sus compañeros (Wenger confiesa a la directora del instituto que está más preparado que su colega ya que asistió durante sus años de anarquista en Berlín a todas las manifestaciones del Primero de Mayo; si recuerdan en “Cuidado con los niños”, igualmente, un docente confiesa su superioridad intelectual en un claustro de profesores).
Para estos profesores la educación en las sociedades democráticas es una cuestión excluyente y exclusiva de la ideología de izquierdas o progresista en que ellos militan, por utilizar la jerga al uso, y no algo que forma parte de la tradición del pensamiento occidental, pues todas las sociedades desde los griegos hasta hoy han tenido a la educación como eje vertebrador de su organización y funcionamiento, según el paradigma vigente en cada época.
La advertencia, por tanto, es que la educación en las sociedades democráticas es demasiado importante para dejarla solo en manos y el cerebro de esos docentes y sus pintorescos experimentos. No es una cuestión de expertos o técnicos, ni de ideologías progresistas o carcas, sino algo inherente o íntimo de nuestra propia humanidad (lo que nos hace humanos) que es constante en el tiempo y universal en el espacio. Piensen en la diferencia que hay entre apuntarse a una ideología o pensar dentro de la tradición del pensamiento occidental. Piensen en la diferencia que hay entre ideología y pensamiento.
Sinopsis de la película: En una semana de proyectos que tiene como objetivo enseñar los beneficios de la democracia un profesor que debe explicar qué es una autocracia decide realizar un experimento en la clase. En este experimento desea demostrar que la dictadura puede reaparecer en cualquier democracia.
¿Que tiene que ver el objetivo del instituto con el experimento del docente?, le preguntaría al profesor Wenger. Como buen anarquista solo mira hacia adelante, importándole un carajo la tradición del pensamiento occidental que ha heredado. Le gusta mas vestirse con pantalones de apocalíptico (hay que acabar con todo vestigio del pasado en beneficio de la gloria del futuro) y camiseta de adanista (el mundo empezó el día que el nació). No será porque no se lo recuerdan el profe carca (al entender de Roser), al principio de la peli, y su mujer, profesora también del instituto, cuando empieza a perder el control sobre su experimento. Aunque como compensación recibe el apoyo incondicional de la directora del centro, y es que los anarquistas de hoy son así de jerárquicos (?).
La educación democrática no necesita experimentos con pólvora, que tarde o temprano estallan en los morros de quienes los manejan, ni es propiedad de la izquierda ni de la derecha, es un asunto, como ya he dicho, de la íntima humanidad de todos los ciudadanos piensen como piensen y vivan donde vivan. Solo necesita ser comprendida en ese significado profundo por sus protagonistas. Empezando por los docentes y alumnos y acabando por los progenitores y el resto de la comunidad. En eso consiste enseñar hoy en un instituto los beneficios de la democracia. Sin aspavientos vanguardistas, ni puestas en escena coloristas y mediáticas.
Dicho lo anterior de una manera más simbólica, que es como está construida La Ola, para evitar la tentación de comprenderla de manera literal o como una noticia más de gran impacto periodístico o mediático.
Como en todo viaje la educación, y por extensión la vida misma, lo primero que hacemos es entender (ese proceder mecánico del cerebro que nos “robotiza” durante el día, mas ahora en la era digital) el trajín de la información que producimos y que intercambiamos con la que producen los otros. O también, como dice Víctor Gómez Pin: la inteligencia lingüística se ha dado en ese ser vivo que es el hombre, pero no cabría decir que la vida es una condición necesaria de la inteligencia. Solo al acabar la jornada podemos tratar de comprender lo entendido al ser recordado (ese proceder imaginativo del alma o de la conciencia que nos humaniza al anochecer). La experiencia pura de cada día, ya sea en el aula, con la familia, con los amigos, etc, nos conmueve o nos deja indiferentes, es decir la entendemos, pero todavía no forma parte de nosotros, es decir no la comprendemos. Hasta que no empiece a ser una visión confusa o fantasmal de la memoria, del sueño o de la imaginación lo vivido se escurre entre los dedos y corre el peligro de desembocar en el mar del olvido o en el de las obsesiones. Ambos mares sin tierra a la vista. O sea, que corremos el peligro de convertirnos en eternos náufragos. Tal es el sentimiento que embarga a los alumnos del ínclito profesor Wenger, después del pistoletazo final con que acaba su experimento. Lo han entendido todo, pero no han comprendido nada.
En fin, que sí, que la dictadura ha reaparecido en la democracia, pero no ha sido un dictador tradicional de derechas quien la ha introducido, sino el ayer “honorable” anarquista berlinés Rainer Wenger, hoy un profesor del montón en un instituto cualquiera de provincias, que por su experiencia de ayer se creía hoy inmunizado contra semejante barbarie.