viernes, 25 de septiembre de 2015

EL GATO BAJO LA LLUVIA, cuento de Ernest Hemingway

La lectura del cuento de Hemingway es una enorme experiencia lectora que se adquiere recorriendo un breve camino, cuyos mojones los señalan las cuitas y asuntos de las vidas de los protagonistas, manejadas con maestría temporal y espacial, y gran compasión irónica, por la voz de un director de orquesta impecable en su cometido, el narrador. Me refiero al camino que hay que recorrer entre imaginar, a través de la ventana donde se conoce a la protagonista principal, a un "gatito aterido de frío" y la realidad de tener sobre el regazo de la misma protagonista principal a un gatazo de pedigrí carey. Dicho con otras palabras, el camino a recorrer entre tener un Ferrari en la puerta de casa e imaginar en la pantalla de televisión (la madre de todas las ventanas) a un "Ferrari" compitiendo en el circuito de fórmula 1. 

El cuento "el gato bajo la lluvia" es un itinerario lector "in media res" (en mitad del asunto fundamental de sus protagonistas). Es decir, ni se inicia en el principio ni se acaba en el final. Aprendiendo con ello algo fundamental: no quiero mirar el mundo como lo hace la protagonista principal del cuento. Y aprendí, también, que la compañía lectora para recorrer ese camino es, a parte de necesaria, impagable. Es decir, aprendimos juntos que nuestra existencia también transcurre en mitad del asunto de lo que sea o deje de ser nuestra vida. Y que ésta se encuentra entre las otras vidas afectadas igualmente por el mismo dilema existencial. 

¿Se lee lo mismo si se hace como lector caminante de un camino (el pensar peripatético lo llamó Aristóteles), o como lector analista o consumidor sentados en un laboratorio o en el salón de casa? No es baladí la pregunta, ya que está en el centro de toda la producción y consumo editorial actual, a lo que los lectores de nuestra tertulia no somos ajenos. Ya que afecta a la posición individual que ocupa cada uno de esos lectores, en una sociedad como en la que vivimos que lo es simultánea y febrilmente de masas. La literatura como algo dado, listo para consumir o para analizar y ser evaluado. O la literatura como un camino a recorrer, en el que sólo después de ese misterioso itinerario la escritura y la lectura de un relato se convierten en verdadera literatura. De otra manera, se trata de discernir que entre el camino que hay que recorrer hasta su constitución como literatura y su naturaleza propia como tal literatura, resulta difícil hacer una separación.

Pronto nos dimos cuenta los lectores caminantes de la tertulia de "el gato bajo la lluvia", que la responsabilidad del cuento de Hemingway caía enteramente sobre nuestras conciencias, y que teníamos que mover el culo y la mente si queríamos llegar a algún sitio de interés. Nos dimos cuenta de que éramos nosotros los que teníamos que ir hacia donde se encontraban el narrador y sus personajes. El lector analista o el consumidor nunca se habrían movido, ni tienen conciencia del movimiento que hay que hacer para ese menester. Piensan que es el texto el que viene hacia ellos para analizarlo o consumirlo. El lector analista tiene teorías e ideologías para aplicar de inmediato y el lector consumidor tiene suficiente dinero para comprarse un libro y un deseo urgente de autoafirmación como para leerlo. El lector analista, además, habría sentado a la señora americana en el diván o bajo las lentes del microscopio, según el laboratorio desde donde lea y trabaje, y le habría hecho un chequeo exhaustivo de su vida. El lector analista y el consumidor tienen muy claro que ellos son los sujetos y el relato es el objeto, que está enteramente a su servicio. Los lectores caminantes acabamos sabiendo que no sabíamos nada, o que lo que sabíamos no nos servía de nada si queríamos entender la conducta de la señora americana detrás de la ventana, de su marido en la cama y del hotelero en la habitación oscura. Lo fuimos experimentando poco a poco, intervención a intervención. Los lectores caminantes nos dimos cuenta, como ya he dicho y no sin esfuerzo, que la historia de la señora americana y los otros protagonistas del cuento - como todas las historias - comenzaban en mitad de sus asuntos, que era también el lugar inestable e incierto donde debíamos colocarnos los lectores para poder escucharlos con atención y concentración. El lugar del aprendizaje de la lectura. Los lectores analistas y los consumidores no pueden entender que un cuento tan corto como el de "el gato bajo la lluvia" empiece en mitad del asunto. Por ello, el lector analista habría tratado de cotejar la verificación empírica de las proposiciones del narrador y sus protagonistas, y de si el final encajaba exactamente con el principio. El lector consumidor habría pensado que al cuento le faltaba algo, más bien casi todo. El lector analista le habría exigido a Hemingway que demostrase el por qué de la ficha técnica, o judicial si fuera menester, del narrador que había elegido. ¡A Hemingway! que, como dije, escribir para él era sangrar. El lector consumidor, en fin, se habría aburrido solemnemente, teniendo la sensación de haber perdido su tiempo y, lo que es más importante, su dinero, en el supuesto de que hubiera tenido que pagar una cuota por asistir a la tertulia.

Puede que, al fin y al cabo, el lector analista y el consumidor se sintieran defraudados con el cuento de Hemingway. Sin pensar en ningún momento en la posibilidad de que había sido su manera de leer, la que los había convertido en fuente de su propio fraude. Los lectores caminantes hemos quedado para octubre, para recorrer y experimentar juntos otro itinerario narrativo.