martes, 22 de septiembre de 2015

MENTIRA ROMÁNTICA PARA SALIR DE CASA Y VERDAD DE FICCIÓN PARA VOLVER A CASA

En su libro "Flores en las grietas", Richard Ford resalta un pasaje del cuento "La dama del perrito", de Antón Chéjov. Esta contado por el narrador del relato, que deja por un momento a los amantes protagonistas liados en su intento de mantener en pie la fragilidad de sus sentimientos. Dice así, fijándose en lo que los rodea:
"Las hojas no se movían en los árboles, chirriaban las cigarras, y el monótono y sordo rumor del mar, que llegaba desde abajo, les hablaba de paz, del sueño eterno que nos espera.
Así sonaba el mar allí abajo cuando aún no estaban aquí en Yalta ni Oreanda, así seguía ahora el rumor y así seguiría, igual de indiferente y sordo, cuando no estuviéramos. Y en esa inmutabilidad, en la completa indiferencia hacia la vida y la muerte de cada uno de nosotros se esconde, quizá, el secreto de nuestra salvación eterna, del ininterrumpido movimiento de la vida en la tierra, del constante perfeccionamiento."



Convengamos que doscientos años después de aquel intento de salvación laica republicana contra el oscurantismo religioso el copyright de la mejor definición de lo bello lo sigue teniendo la Iglesia Vaticana: splendor veritias. Traduzco: lo bello es el resplandor de la verdad. Y es que el dios creador estuvo siempre con los que no mentían. Pero también hizo saber, a través de sus inquietantes narradores, que la verdad no era algo cognoscible en términos humanos. Luego, un día se fue y nunca mas volvimos a saber de él. Y es desde entonces, abandonados y solos en el universo, cuando ni al mentir somos capaces de decir la verdad. Tratando de que no se note, faltaría más, vivimos cercados por esa enorme estupefacción.

A partir de tan colosal ausencia divina nos espanta lo indecible, la posibilidad de que nuestras vidas sean teológicamente y teleológicamente vanas, es decir, que no tengan significado ni sentido ni meta discernibles: que todo sea simplemente un accidente sub-atómico, un juego químico, y punto. Para sobreponernos al temblor y temor que nos produce tan espeluznante vacío, salimos de casa para ganarnos la vida con el sudor de la frente. Y volvemos a casa, antes de que el mundo se apropie de nosotros, para ganar nuestra vida con el ímpetu de nuestra imaginación. En ese viaje de ida y vuelta no hacemos otra cosa que inventar y contar historias, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Bien sea para que nos cuadren los principios particulares y sociales, bien para prometer lo que no somos a quien mas amamos. Es decir, mentimos todos y mentimos siempre. Porque callados somos un misterio, pero cuando decidimos hablar corremos el peligro de convertimos en un horror: mentimos.

No mentimos para engañar, mentimos por la necesidad que tenemos de entender lo que nos pasa. Es mas, mentimos para hacer algo con lo que nos pasa. Por eso mentimos. Mentimos para saber algo de la verdad que nos hace falta para seguir vivos, y que aquel dios canalla nos prometió en el paraíso. Mentimos porque lo importante es que, aunque nos seamos tipos fiables, nunca dejemos de ser tipos valiosos, expulsados para siempre del paraíso. Mentimos porque en eso consiste la dignidad de nuestra frágil y finita humanidad. Mentimos, es decir, observamos, hablamos, leemos y escribimos. Sobre el papel o sin el, sobre la pantalla o sin ella. A través de una ventana o desde una oscura habitación o tumbados sobre la cama. Mentimos los días grises y los soleados. Y también mentimos los días lluviosos. Mentimos cuando estamos solos y lo seguimos haciendo en compañía. Mentimos mientras existimos. Y es que la verdad, concluimos después de tanto mentir, no es un atributo de la vida, sino de la ficción. Porque la verdad de la vida es invivible y, por tanto, invisible. En un mundo como el nuestro dominado por la sospecha y la incredulidad, ya de vuelta a casa, ¿qué mejor que la verdad de la ficción para dar cuenta de lo que pasa al otro lado del telón de la mentira de la vida, y de lo que nos pasa a los mentirosos con lo que ahí que pasa?

Acabo con otra cita de Richard Ford, de su libro "Flores en las grietas":
"Es fácil de entender lo que quiero decir: nunca es posible remontar las conexiones verdaderas hasta su origen, porque solo existen en esa turbia y silenciosa, aunque fecunda, noche interestelar en la que reinan el impulso obscuro, la asociación libre, el instinto y el error." (...) "En mi opinión, no creer en la invención, en nuestros poderes de ficción, sino pensar que todo es rastreable hasta sus orígenes, que el conejo debe finalmente estar esperando en la madriguera, es (por irremisiblemente erróneo) una receta segura para acabar en las borrascas de la decepción y un pequeño pero innecesario reproche a la capacidad salvadora de la humanidad para imaginar lo que podía ser mejor y luego, con sana esperanza, buscarlo.