jueves, 25 de abril de 2013

SOBRE LOS EXPERTOS Y LOS ADOLESCENTES

Tengo para mí que los expertos son gente que creen tenerse muy seguros, fijados para siempre y en un mismo lugar. Sea en el aula, en la consulta, en el bufete, en el estudio, en el laboratorio, sea donde sea, los expertos no dudan de su posición en el mundo, y no dudan que
desde ahí es donde todo se ve, y que, por tanto, son los que mejor pueden dar mirada a la ceguera que ensombrece a los demás mortales. Lo cual hace que si lo que ven no encaja dentro de sus 
hipótesis previas, eso tendrá forma de problema que necesariamente ha de tener una solución, porque sino no es un problema ellos no podrían ser unos
expertos y no podrían dar la mirada a los ciegos mortales. Y tal y tal. 

Pero yo creo que el verdadero problema de la vida es el problema de los expertos: solo saben vivir en un mundo. En su mundo. Al igual que los adolescentes. Lo que ocurre es que son mundos diferentes, incomunicados e incomunicables. Mundos intransitivos. Por eso no valen
como intermediarios ni mediadores. El adolescente es un tipo sano que, de repente, se le aparece la vida tal y como es: una visión ininteligible, que no tiene solución porque nunca ha sido un problema. El experto es un tipo enfermo que cada vez tiene mas vida por detrás
que por delante, y a eso le llama un problema y busca desesperadamente una solución. Su enfermedad es incurable, ya que se corresponde con su
obcecación por verlo todo desde el mismo sitio y hablando siempre de la misma manera. Su propia seguridad lo acabará matando y a quienes caigan bajo su influencia. Nunca podrá ejercer de intermediario, ya
que padece una notoria ineptitud para vivir en dos mundos al mismo tiempo, que es lo que necesita la perplejidad del adolescente ante lo que se le ha aparecido por delante, detrás, arriba y abajo. 


Aunque tengan la misma edad y la misma cara, un alumno no es exactamente igual a un adolescente. Es menos. Pertencen a espacios y ámbitos diferentes. La educación reglada y el libre albedrío de la vida que para él comienza. La jaula frente a la libertad. Lo que puede valer para un mundo no se entiende en el otro. Son mundos que se chocan y se aborrecen. De que esos mundos todavía sigan dándose la espalda, y vayan cada uno a lo suyo, no tiene la culpa el adolescente, la tienen los expertos que siguen viendo el mundo dividido en celdas compartimentadas e incomunicadas, y no quieren dejar de verlo así por
razones alimenticias y de horror pánico al deshonor profesional. 


Lo que necesita el adolescente es un árbitro que le enseñe la tarjeta roja y le sancione si llega el caso, pero que, sobre todo, le muestre lo necesario para aprender a hilvanar la infinidad de planos, escenas y secuencias que tiene ese lio que se le ha puesto delante sin previo aviso. No necesita que le resuelvan un problema que no siente que padezca. De forma simbólica, lo que necesita un adolescente es que alguien le de una libreta y un lápiz, y le diga que mire el mundo durante seis meses. Luego que cuente lo que ha visto. A partir de ahí hablamos. Un rito de iniciación
semejante al de los antiguos, cuando tenían que matar un león para entrar en el mundo adulto.

El caso es que muchos de los expertos son, para mayor número de males, muy modernos, pacifistas, ecologistas y todo lo demás, y han impuesto su miope mirada al común de lo mortales, donde todo lo importante y significativo se aborda de forma en exclusiva contante y sonante, y no
hay manera de que la peña se desprenda del metro y la calculadora, ya sea para calcular la declaración de la renta como para leer un libro o mirar un cuadro. Todo es igual a sí mismo, ergo, en caso de problemas todo tiene la misma solución. Donde más se nota es en las mal llamadas
“ciencias sociales”: sociología y psicología, cuyo lenguaje se ha matematizado sin escrúpulos. Los grupos humanos y el individuo han dejado de ser un misterio colectivo o particular dentro del gran misterio que es la vida, para convertirse en una incógnita que hay que resolver dentro de una ecuación de segundo grado o de una derivada. Dios dejó de ser un artesano, que es como lo concebía Platón, para con
Descartes convertirse en el ingeniero. Así va el mundo desde entonces.

En lo del misterio nada cambia desde la adolescencia, lo que cambia es la forma del abordaje y la tolerancia a la permanente frustración de no desvelarlo. No otra cosa es el itinerario de la vida. Eso es lo que pide aprender a gritos, y a hostias, el adolescente, para paliar el sufrimiento que un día lo atenaza y lo hunde en el infierno, como lo encarama a los cielos como un soberbio emperador al siguiente. O como
vive sin vivir en él.