Cuando
fallan los principios, lo único que se puede hacer para salvarlos, y de paso
salvar la fe, es morir por ellos. Entregar la vida a lo que decidan los
principios. Morir y, claro está, matar.
En
menos de veinticuatro horas han muerto tres personajes públicos muy distintos,
pero cada uno dotado con fuertes principios: Sara Montiel, Margaret Thatcher y Jose Luís Sampedro.
Entre
lo que anuncia, o pueda sugerir, la muerte en el primer párrafo y en el segundo
han pasado más de doscientos años. Es el tiempo que media entre los parteros de
la Revolución Francesa y el nuestro, directo heredero de aquel. ¡Cuanto han
cambiado las cosas! Hoy sabemos que nadie de quienes en nuestro entorno pregonan
en voz alta sus principios van a morir por ellos, pero no estamos tan seguros
de que no puedan llegar a matar, ni de que tampoco vayan a entregar su vida profesional
a lo que aquellos decidan. Lo que no nos cabe la menor duda es de que, para
tapar la inevitable corrupción de su forma de pensar, van a hablar y hablar
mucho sobre sus principios y sobre los principios que nos convienen a los demás.
De hecho es lo único que se hace en nuestro raro presente. Todo esto ha sido posible
debido a la desaparición en el horizonte de la muerte voluntaria, quiero decir,
al desaparecer la inmolación por una causa, como no tenían empacho en
manifestar y cumplir aquellos jóvenes revolucionarios. Hoy, al hablar y hablar
lo que de verdad consiguen, al menos de forma efímera, es ahuyentar la amenaza de
la muerte. Por eso todo consiste en no dejar de hacerlo, veinticuatro horas al día
sobre veinticuatro. Y, sin embargo, todos intuimos que, aunque no sepamos de
qué modo, siguen siendo necesarios los principios. Mejor dicho, sigue siendo
necesario algún tipo de intensidad y de fe en los mismos, que los mantengan en
alto de forma permanente. Ardiendo como si fueran una antorcha olímpica.
Llegados
aquí, entonces, ¿hemos de restituir en este itinerario el lugar perdido de la
muerte? ¿Cómo? Todo dependerá de como aprendamos a enfrentarnos al hecho
sospechoso, propio ya de nuestro tiempo, de que si hemos llegado hasta donde
hemos llegado es porque lo hemos aceptado todo. Los tres difuntos mencionados
fueron longevos y recibieron en vida los honores y reconocimientos de sus seguidores.
Lo que los diferenciará, a partir de ahora, es como se desarrollará su ausencia
entre quienes nos quedamos. Cómo la imaginemos. Lo cual vendrá a explicar, a
dar sentido, al hecho de que no hayan muerto antes de tiempo, debido a que sus
principios fueran reincidentemente incumplidos. Los tres tuvieron sobradas
razones para quitarse mucho antes de en medio, según el precepto de los padres
fundadores de la razón social moderna.