lunes, 1 de abril de 2013

MIRAR HACIA ATRÁS

Dado el panorama que me rodea debe ser normal que cambie el catálogo de las cosas en que me fijo, y también el orden de prioridades que le otorgo. El caso es que el otro día me topé sin querer con la película "el río de la vida", de Robert Redford. Un película que había visto a trozos y que siempre, a través de esa forma fragmentada de ponerme delante de ella, me había parecido, digamos lo rápido, ñoña, complaciente con una forma de tratar a la naturaleza, y a los protagonistas dentro de ella, que me evocaba lo peor del paternalismo ecologista. Ese que mira la naturaleza como si fuese un lobo domesticado al que hay proporcionarle protección, incapaz de entender que no hay naturaleza que puede ser llamada así sino se aceptan sus atributos, incluido el mas importante que los engloba a todos: el de ser irreductible a los deseos y caprichos de una de sus especies mas insolente, la humana.  Efectivamente, Redford únicamente nos muestra el lado mas amable de la naturaleza, el que mas conviene a nuestros intereses de especie dominante y dominadora, lo cual explica el sentimiento de sospechosa comodidad que me había transmitido. 

Pero la escena con la que me topé el otro día me sacó, de repente, de ese ensimismamiento. Es esa en la que, hacia el último tercio de la película, el padre y el hijo mayor, Norman, recitan juntos el famoso poema de William Wordsworth, "Oda a la inmortalidad".

“Aunque el resplandor que
en otro tiempo fue tan brillante
hoy esté por siempre oculto a mis miradas.

Aunque mis ojos ya no
puedan ver ese puro destello
Que en mi juventud me deslumbraba

Aunque nada pueda hacer
volver la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos
porqué la belleza subsiste siempre en el recuerdo.

En aquella primera
simpatía que habiendo
sido una vez,
habrá de ser por siempre
en los consoladores pensamientos
que brotaron del humano sufrimiento,
y en la fe que mira a través de la
muerte.

Gracias al corazón humano,
por el cual vivimos,
gracias a sus ternuras, a sus
alegrías y a sus temores, la flor más humilde al florecer,
puede inspirarme ideas que, a menudo,
se muestran demasiado profundas
para las lágrimas.”

Intuí, en ese momento, que tenía que volver a ver la película. Esta vez sin interrupciones y con todos los sentidos puestos encima de ella. Una vez que me puse a ello no tuve que esperar mucho, desde el primer fotograma: unas manos de una persona mayor tratando de colocar con torpeza el cebo en una caña de pescar, a la orilla de un río de aguas cristalinas. Y una voz en off, que rápidamente supe que era del mismo propietario que el de las manos dice: 

"Hace muchos años, cuando era yo un muchacho, mi padre me dijo: 
- Norman, a ti te gusta contar historias.
- Si, me gusta, respondí yo.
Entonces me dio la idea.
- Agún día cuando estés preparado, podrás contar la historia de nuestra familia. Y así podrás entenderlo todo, y por qué".

No se por qué razón había pasado por alto este comienzo y, sobre todo, la poderosa y persuasiva voz de su protagonista, que, a partir de ahora, se convertía ante mí en el narrador de todo lo que iba a ver. Es decir, la peli era su punto de vista. No solo de la historia de su familia como le recomendó el padre, sino de algo que va más allá ya que nos habla desde la etapa final de sus vida, la peli es el testimonio de su forma de ver el mundo. Y lo que yo iba a ver era como se construía visualmente ese mundo. Todo ello demuestra que no se empieza a ver una peli, o a leer un libro, por el principio, ni se acaban al llegar al final. Una peli o un libro comienzan antes de haber empezado o después de haber terminado. Quiero decir, una peli o un libro siempre van por delante o por detrás de uno mismo. Si fueran acompasadas sería imposible mirar o leer.

Ahora sí veía clara aquella intuición que mencionaba al principio, y que yo creo que tiene que ver con la necesidad de aproximarme a esa tradición espiritual que representa la familia McLean, que halla un sentido profundo a la vida a pesar de sus rígidas condiciones de vida, y que queda representada por lo que dice el padre a sus hijos al principio de la peli: la religión y la pesca con cebo de mosca son una misma cosa. Y no necesito aproximarme a esa tradición olvidada para convertirme, ni para alistarme a alguna nueva secta, sino para mantener en forma mi imaginación volviendo sobre  antiguas formas de supervivencia. La única herramienta de que dispongo para enfrentarme, repito, a la desolación que reina en nuestro ambiente actual, al que cada vez es mas difícil meterle el diente y sacar algo de provecho.