Lo
que deja a uno más atónito del marasmo en que nos encontramos es la actitud que adoptan las diferentes
partes delante de él. Con voluntad expresa de simplificar - a sabiendas de llegar a ninguna parte, porque ese es el sitio a donde ya hemos llegado y, también, porque es allí donde tiene que haber
algo de interés - utilizo un esquema maniqueo, tan querido por el paisanaje que,
encerrado en sus diferentes paisajes, se ha acomodado ante el marasmo como si fuera
a ver un partido de fútbol de la máxima rivalidad. Los malos y los buenos. Un
esquema fácil, de patio de colegio, que debería dejar ver las cosas claras y,
en consecuencia, haber puesto ya en marcha las medidas para obtener las
soluciones necesarias a los problemas de los que todo el mundo se queja. Los
malos hacen lo que siempre han hecho los malos, maldades. Hasta aquí el esquema
es impecable. Vayamos a lo que hacen los buenos. Los buenos tendrían que hacer
lo que hacen siempre los buenos, bondades. Pues no. Lo único que sabemos es que
los buenos no están haciendo bondades. No sabemos lo que están haciendo, pero
bondades, seguro que no. El esquema es falible y, por tanto, no es fiable para
seguir con él hacia delante. Pero lo intento.
Caben
dos posibilidades, mirando el marasmo desde el bando de los buenos: una, que, sin
darse cuenta, lo contrario de la maldad ya no sea la bondad. Y, por tanto, dos,
que lo que el marasmo necesita, para combatir a sus maldades, sea otra cosa desconocida
que no tiene nada que ver con las bondades tradicionales. Si se fija con
atención el razonamiento me ha sacado de la simplicidad del esquema elegido, y
me he metido, de coz u hoz, en algo mucho mas complejo. Es como si me hubieran
echado, sin mi permiso, del patio del colegio, y me hubieran dejado en medio de
la calle.
Los
malos seguirán haciendo de las suyas. Pero, me temo, que los buenos tendrán que
desprenderse de sus bondades de siempre y aprender a ser de otra manera buenos,
si quieren seguir teniendo la antorcha moral que ilumine las soluciones a los
duelos y quebrantos que nos asolan. Por ejemplo, y para empezar, entendiendo
que no siempre en todo lo que nutre una hecatombe, no puede existir nada bueno
y bondadoso. Lo cual sugiere que la novedad de lo que ha de ser bueno y bondadoso en el tiempo por venir, tendrá
que florecer y desarrollarse entremezclado
con lo más aborrecible.
Esta
intuición no es nueva. Ya sabíamos de su existencia de oídas, nunca por nuestra
propia experiencia, desde que la modernidad dio por muerta la figura de Dios, Bondad
infinita milenaria, de la que emanaban todas las demás bondades, también las nuevas
bondades laicas. La época que vivió a continuación de aquella desaparición, imprevista
e improvisada, lo hizo inventándose su bondad entre las peores calamidades, nunca
antes imaginadas, que produjo la dominación del Mal absoluto. Pienso que
nosotros estamos en una época semejante. Ese momento en que tenemos que cooperar
entre todos, pero nos falta la sensibilidad hacia los demás, es decir, nos falta
la atención necesaria para su reconocimiento.
Aturdidos y desconcertados, a los buenos de siempre les es más cómodo encerrarse en su corral de siempre a pegarse con sus malos de siempre. La maldad ya es global y escurridiza, pero la bondad de aquellos continua siendo alicorta y estabulada. Sin embargo, tendrá que ser en el corral, hoy sinónimo de ninguna parte, donde la imaginación, la única habilidad humana que no requiere de subvención, se tenga que poner a funcionar a la busca de esa bondad desconocida.
Aturdidos y desconcertados, a los buenos de siempre les es más cómodo encerrarse en su corral de siempre a pegarse con sus malos de siempre. La maldad ya es global y escurridiza, pero la bondad de aquellos continua siendo alicorta y estabulada. Sin embargo, tendrá que ser en el corral, hoy sinónimo de ninguna parte, donde la imaginación, la única habilidad humana que no requiere de subvención, se tenga que poner a funcionar a la busca de esa bondad desconocida.