martes, 11 de diciembre de 2012

EL PEOR DE LOS FRACASOS

Cabria pensar si el catedrático Alfa ha dejado el aula porque no ha conseguido meter nada que valga la pena en la cabeza de sus alumnos, en dura y feroz competencia con el catálogo comercial de fuera del aula, donde hay de todo. Ni siquiera podrá recordar esa única vez de novecientas noventa y nueve, que le hubiera compensado todo el desencanto profesional acumulado. No ha tenido ese alumno, o no lo ha sabido ver, que de forma secreta, un día se le haya acercado y le haya mostrado la importancia que tuvo para él tal clase o tal autor o la lectura de aquel texto que, entre la indiferencia de la clase, un día recomendó. Un fracaso que no le permite volver a fracasar de nuevo. El peor de los fracasos. No hay vuelta atrás. Lo que le rodea se ha transformado en un ruido, para él, insoportable. Incluso el mote con el que lo conocen a sus espaldas, Alfa, evoca que está fuera de la galaxia en la que se mueve el aula. Evoca algo demasiado contundente, firme, eterno, en fin, algo demasiado sólido. Algo fuera de lo que es propiamente humano, tal y como entienden esa palabra hoy sus alumnos. Quiero decir, algo divertido, que es lo que nos define, esencialmente, tal y como les ha dicho el joven profesor de ciencias. Aprender debe ser algo divertido. Lo cual proporcionará las habilidades pertinentes para hacer cosas y para compensar las carencias individuales. Divertido, para superar esa descualificación sobre los asuntos de la vida cotidiana, que debido a la tradición de la enseñanza de tipos como Alfa seguimos padeciendo.

El rango divino, del que no logra desprenderse el catedrático Alfa, le impide entender que la verdad no es, simplemente, el envés de la mentira. Como la luz no lo es de la sombra.  Ahora, ya fuera del aula, su mayor dificultad para saber estar en el sótano.