Ser coordinador de un club de lectores es la mejor manera, y más noble, de controlar y armonizar musicalmente las palabras de la conversación entre las voces de ese club de lectores adultos. El coordinador no es un lector más es, por seguir con la metáfora musical, el director de esa orquesta de lectores. La palabra es música. No vale decir lo que a uno le pete, sino lo que mejor tenga que ver con la partitura, que no es otra que el cuento o la novela que nos convoca.
Mi actitud en el club de lectores afecta al modo de seguir de cerca el hecho mismo de que se trata de debates de ideas o imágenes que esconden ideas formulados por medio de palabras en los libros que nos convocan.
El proceso mediante el que los lectores adultos que asisten al club crean sus propios muros y corazas, impidiendo la fluidez en la comunicación, es una manera de no querer entender la ambigüedad de la vida humana, abierta a las fricciones y a la vez temerosa de ellas. Y lo fácil que resulta con esas prácticas desestabilizar una novela o un cuento a base de tópicos. O dicho de otra manera, en un mundo inundado de informaciones irrelevantes, la falsa claridad que conduce a la verdad es el poder que otorga el tópico al lector que lo utiliza cuando no quiere ponerse a pensar sobre lo que ha leído, ni tiene voluntad de compartirlo con los otros lectores.