EL VERDADERO APAGÓN
Conviene indagar en los hábitos de nuestro consumo cultural a santo de qué una noche de verano un turista va y se mete, bajo la influencia de un calor sofocante, en el teatro romano de Mérida para asistir a la representación de La Numancia, la tragedia que Miguel de Cervantes escribió en 1585. Alguien ha dicho que Cervantes escribió este libreto para dar cuenta de la actualidad de su época, pues por esas fechas se produjo el sitio de Amberes, episodio en que que participaron los marines españoles de la época, los afamados tercios de Flandes. También alguien ha dicho que sea este último sitio el que más cerca esta de nuestra vida actual y, por tanto, sea el más adecuado para poder hacer, como espectadores del presente, ese laborioso ejercicio que siempre hay que hacer cuando uno visita el pasado, y que va acompañado de la impertinente e inquietante pregunta que todo heredero se debe hacer respecto del legado que recibe como mundo, si no quiere caer en los infantiles y torpes ademanes del adanismo: el mundo empezó el día que yo nací. La pregunta mencionada sería: ¿cuánto de aquel pasado perdura en nuestro presente, y que discontinuidades y rupturas detectables se han producido en nuestras forma de vivir nuestro presente? Una pregunta que, sino de forma tan explícita, bien se la pudo hacer Cervantes cuando se planteó escribir La Numancia. ¿Cuanto de aquel episodio celtibérico romano perdura hoy en la España imperial de Felipe II y los nativos de la America conquistada? ¿Cuántas discontinuidades y rupturas lo hacen diferente, ya sea en el siglo XVI de Cervantes o en el siglo XXI del espectador que asiste acalorado al teatro romano de Mérida?
El uso que hacemos de nuestra libertad sea tal vez el nexo de unión de los celtíberos de Numancia y nosotros los modernos, a través de la mirada barroca del inventor del Quijote. Sea por ello que se puede decir que el tema principal es la esperanza no como virtud melosa del tipo tópico que es lo último que se pierde, y tal, sino construida a conciencia sobre el escenario de la ciudad pacense a través de la forma que le da el pueblo numantino en marcha, demos, hacia su destino, que en este caso no es otro que la muerte sin morir matando, sino la muerte antes de caer prisionero en manos del asaltante romano. Y ello es posible cuando el hombre tiene voluntad, deseo de ejercerla y conocimiento o saber que le permita encontrar el modo como ejecutar dicha libertad. En el caso de La Numancia de Cervantes, el acto creativo proviene de una doble intuición que hermana muy anticipadamente a los celtíberos del siglo uno antes de Cristo con nuestra modernidad post-romántica como espectadores del siglo XXI. A saber, por un lado, el aprender a ser libres juntos, aunque eso sea lo último que hagan los numantinos en sus vidas. Por otro lado, el protagonismo de la voz de la mujer, dadora de vida, que propone el suicidio colectivo que frustrará la honra de la victoria al romano Escipión. Con esto ni conseguirá hacer prisioneros que cumplan la función de exhibir un triunfo en Roma, ni podrá llevar a cabo su plan de vencer al enemigo, ni a la ciudad, puesto que no hay enemigo que vencer. Su estrategia de rendir Numancia sin derramar sangre, es así, también, frustrada.
Los escipiones conquistadores de todo lo que se mueva son hoy muchos y variados, aunque no hagan sangre con las tropelías de sus conquistas. Sitian las propiedades materiales y, sobre todo, sitúan, el alma de los consumidores, robándoles así, en un acto de mutua complicidad, su condición ciudadadana. No esta tan claro, sin embargo, que los consumidores de esas tropelías tengan la voluntad hoy de constituirse en demos, ni que las mujeres, que siguen siendo las dadoras de vida, vayan a proponer un suicidio colectivo, que hoy consistiría en organizar una jornada mundial de destrucción pública de todos los dispositivos digitales. El verdadero apagón.