PEQUEÑO GRAN HOMBRE
La politización cultural de las masas después de la Primera Guerra Mundial produjo, a mi entender, fenómenos hasta ese momento desconocidos, o mejor dicho no visibles. Fue justamente la evidencia visual, gracias a la irrupción de los medios de comunicación de masas (primer fenómeno), de que los grandes hombres son los que mueven la historia (segundo fenómeno), que venían predicando los más fanáticos lectores de Hegel desde la primera mitad del siglo XIX, lo que hizo que de tal fanatismo fueron saliendo todos los revolucionarios que en el mundo han sido. Pero será el cine el que va a poner en el centro del escenario mediático al pequeño gran hombre (tercer fenómeno), encarnado en la figura de Charlot. El hombrecillo del bastón y del bombín, como C. C. Baxter el protagonista de le peli “el apartamento.” Después de Charlot vinieron otros muchos pequeños grandes hombres, a saber, Buster Keaton, el gordo y el flaco, Harold Lloyd, los hermanos Marx, Cantinflas, etc. que respondieron con su presencia al carácter totalitario y abusón de los grandes hombres, que se apoderaron del la historia del imaginario colectivo hasta que las bombas atómicas y la destrucción total del continente europeo pusieron el “basta ya” en el frontispicio de la mente del mundo. Basta ya, de momento claro está. El pequeño gran hombre también se le conoce o es pariente cercano del famoso Juan Nadie, que Fran Capra le dio articulación existencial en su gran película homónima de 1941. Decir también, que siendo el pequeño gran hombre un descendiente directo del bufón de las cortes monárquicas o imperiales del Antiguo Régimen, que tan acertadamente representó Velázquez en sus cuadros, su gran conquista es que gracias al cine y la sociedad de masas contemporánea se ha liberado de esa fatal dependencia real, y deambula democráticamente por los ámbitos y pasillos de la vida como uno más entre nosotros. Como nosotros mismos. Por tanto, podemos decir sin temor a equivocarnos que C. C. Baxter es uno de los nuestros.
Y así, sin ambages ni dudas, nos lo presenta desde la primera escena la mirada lúcida pero bondadosa de Billy Wilder. C. C. Baxter es un pequeño gran hombre que trabaja en una enorme compañía de seguros sita en uno de los más altos rascacielos de Nueva York, que está dirigida, como no podía ser de otra manera, por un gran hombre abusón, sin escrúpulos y su cohorte de lameculos y seguidores, todos de su misma estofa. En el siglo veinte las ideas de Hegel las han hechos suyas los que se creen Napoleón metidos en su despacho, desde donde ordenan a sus soldados que entreguen sus vidas en el campo de batalla de sus oficinas, muestra de las cuales también nos la ofrece Wilder e los primeros minutos de la película. C. C. Baxter es un soldado combativo y fiel a la causa de la guerra moderna, cuyos combatientes encarnan con impar entusiasmo esas empresas ubicadas en los mas altos edificios de las grandes ciudades cosmopolitas actuales. No caben equivocaciones con Wilder, la economía moderna es la guerra tradicional por otros medios.
Todo lo anterior viene a cuento, porque en la tertulia sobre la peli tuve la percepción de que para algunos contertulios C. C. Baxter era un existente de otro planeta, muy cerca del de los simios. Para entendernos. Bien mirada, no es muy descabellada esta idea. Baxter hace lo que su cobardía, que es lo único que tiene, le induce a hacer: ceder su apartamento, su otra propiedad, a los abusones de los pisos de arriba para que puedan darse un revolcón urgente con la conquista del momento, a veces rubia y a veces no. Resalto la palabra cobardía porque hoy ha caído en desuso, siendo sustituida por otras de corte más moral o sentimental, victimistas todas, de acuerdo al espíritu de la época postmoderna desde la que vemos la peli. A saber, para el espectador contemporáneo Baxter es una víctima más del sistema, sin más. Pero volvamos a la peli. Baxter quiere ascender y echa mano de lo que tiene más cómodo a la mano, la llave de su apartamento para “alquilarlo” por unas horas a cualquiera de los abusones de arriba que se lo pida. Este atajo es la única salida que ve Baxter para alcanzar la categoría de ejecutivo en los pisos donde trabajan los ejecutivos abusones. Pero además de cobarde - o cómodo, valga el sinónimo para contentar a los fans del espíritu de le época - Baxter no es un abusón, ya que se enamora platónicamente de la ascensorista Fran, que cada día sube y baja a los miles de trabajadores que trabajan en las diferentes plantas de la empresa de seguros. Ya tenemos servido el carácter del pequeño gran hombre contemporáneo: ambición legítima para progresar en la vida, laboral incluida, pero carencia total del talento de los abusones o napoleones, que se creen llamados por la historia para comerse el mundo, con todos sus habitantes dentro. Recordemos los grandes hombres de la historia moderna que, desde Napoleón, han regado con sangre ajena todo lo que a su lado se ha movido, personajes sin alma incluidos tales como las ciudades, las casas, los muebles, los campos de siembre, la fabricas de industria, etc.
En esta lucha aparentemente incruenta que se libra entre los despachos de los pisos altos del rascacielos empresarial donde trabajan los ejecutivos abusones y el modesto apartamento a pie de calle de Baxter, los objetos que se interponen o usan los combatientes en el campo de batalla vertical, que entre aquellos y éste coge forma, son muchos y casi todos tiene un significado acorde con el espacio y tiempo en que aparecen en la película. Cumplen un papel fundamental en es artificio narrativo que es la descripción, que acompaña en su función narradora al otro gran artificio: los diálogos. Por cierto, los diálogos de “el apartamento” son para volver a escucharlos. Menciono unos cuantos de estos objetos y dejo al espectador atento responder a la pregunta “¿a ver qué me ha pasado?”, después de volver a ver la peli (diálogos incluidos) otra vez: el rascacielos, las oficinas, los ascensores, la botella de champán del mandamás, la raqueta de tenis y los espaguetis, el último espagueti dando dos vueltas en la raqueta de tenis, las albóndigas, los palillos de las aceitunas del martini, el bombín del nuevo gerente Baxter, el billete de 100 pavos, el abrigo de Fran, el espejo roto, la servilleta de cuadros, la llave del apartamento y la de los lavabos, la baraja de cartas. Todos son artificios a servicio del propósito que tiene la película. Mirar con tino estos objetos, tal y como nos lo muestra la película, es colocarse en la senda del sentido que nos propone Wilder.
Estoy seguro que ningún espectador cree que la palabra o la imagen “árbol” es igual que un árbol y que tampoco realiza la función clorofílica. Igualmente le ocurre a todos y cada uno de los objetos mencionados. La narrativa es puro artificio, pero no por ello hay que entender que la palabra o la imagen están machadas. El artificio no es lo contrario de lo auténtico, dado que lo auténtico es producto de tanta convención como el artificio. Lo digo porque hay espectadores que todavía creen que lo auténtico está siempre de su lado, lo mismo que los antiguos creyentes o revolucionarios pensaban que Dios o el Progreso estaban siempre de su parte. Estos y el mismo eran lo auténtico. Un artificio no es nada más que un artefacto que pone en contacto a uno mismo con lo que no es uno mismo: con los otros y con el mundo. Si nos fijamos con atención, no hay mucha diferencia con lo que hacemos en nuestra vida cotidiana en el trato con las personas y las cosas.