sábado, 2 de marzo de 2024

LA GALLINA CIEGA 8

 EL CAMINO DE VUELTA NO ES NADA MÁS QUE UN SENDERO ADYACENTE DE LA GRAN CARRETERA DE LA RECONCILIACIÓN 

Esto que veo es realidad o esto que me figuro ver lo es. Nuestro exiliado siempre debatiéndose entre la mirada del águila y la del topo. Algo, le digo, muy de actualidad. Mira por donde, Maxaub es uno de nuestros primeros postmodernos y, por ende, lo fue también toda la cosmosvisión de la Segunda República, le digo. Lo que veo es más real de lo que me figuro ver. O viceversa. No te entiendo, me responde. Lo iremos viendo mientras paseamos. Pasear peripatéticamente tiene eso, ya lo dijo Aristoteles. Una tensión entre lo que es y lo que me figuro que es, que bien administrada produce la virtud que acompaña a la creación humana, pero que con fanáticos modos gerenciales produce, con más intensidad y prontitud si cabe, las más tenebrosas y crueles  de las oscuridades. La guerra civil del 36, talmente. Así camina a mi lado Maxaub, entre sus ansias de realidad y sus volatineros anhelos de ficción. Entre medias, como un náufrago incansable, la verdad. ¿Donde está la frontera del aire que respiro? ¿Donde está la de esta gente que camina a mi lado? Vuelve a mirar a su alrededor, como si lo estuvieran espiando, como si no tuviera los papeles en regla, como si los sicarios del régimen franquista lo esperaran a la vuelta de la esquina para ponerlo de patitas en la frontera, o en la cárcel. Vaya usted a saber. Como si no tuviera el pasaporte, se palpa el bolsillo de la chaqueta. Todo ese jaleo mental, mientras seguimos caminando después de comer en el círculo catalán. 


Conformado por esos miedos y ambivalencias Maxaub llegó junto a mí a la antigua Universidad Central de Madrid, en la calle San Bernardo número 47. Viendo como reaccionó ante la fachada del edificio no sé si fue una buena idea. Elevar el nivel educativo y cultural de la población española fue el santo y seña del advenimiento de la Segunda República, me recuerda con nostalgia su tono de voz. Lo que más llegaba a los exiliados del exterior, cuando llegaba algo dado el hermetismo del régimen franquista, fueron los disturbios que protagonizaron los estudiantes, cuyas primeras huelgas del año 1956 tuvieron lugar en esta Universidad que tenemos delante. Los hijos de los protagonistas de ambos bandos de la guerra civil dijeron basta, dejaron las aulas del caserón de la calle San Bernardo y se lanzaron a la calle a pedir la vuelta de la libertad y de los derechos civiles. Reconoce Maxaub que estas huelgas tuvieron un eco notable en las universidades europeas, sobre todo en la parisina, hasta el punto de que hicieron tambalear por primera vez los cimientos autárticos de la dictadura franquista. Dentro de este Caserón Universitario, le digo, aunque te parezca increíble se empezó a imaginar por parte de los estudiantes de entonces que Franco no era inmortal y que la democracia española integrada en la unidad europea era nuestro destino como comunidad política. 


En la otra acera de la calle San Bernardo, en el número 44, se encuentra el palacio Bauer, hoy es la sede oficial de la Escuela Nacional de Canto. Le invito a acercarnos a su puerta de entrada porque en su diario escribe que vivimos de contrastes: el sol no existe sin sombras más que en el desierto inhabitable, dice para ilustrar su convicción. Aunque luego deja llevarse por la ironía y reconoce que todo el mundo lee y habla de lo mismo. Y que la verdad siempre ocupa un lugar parecido al limbo de los justos. ¿Es la verdad un asunto de niños?, pienso al hilo de sus reflexiones. Lo pareciera tal y como va el mundo, aunque no le digo nada para no incordiar a su ánimo. Mira por donde, el Palacio Bauer es un edificio de contrastes. Hasta que pasó a ser sede de la Escuela Nacional de Canto, fue desde su fundación la sede de la familia Bauer. Una familia judía de origen húngaro y que representó los intereses económicos y financieros en España de la otra gran familia judía europea, los Rothschild. Quizá sea acertado, ahora que lo pienso, situar a la verdad en el limbo, pues en el paraíso hay rotaciones de okupas, por decirlo así, según soplen los vientos de la guerra y de los vencedores, y los vencidos, que siempre lleva su vera. El caso es que a los Bauer no les agradó la proclamación de la Segunda República, pues eran convencidos monárquicos alfonsinos, y, una vez acabada la guerra civil, apoyaron decididamente al régimen de Franco a cambio de que les dejara construir sinagogas en Madrid y Barcelona. Hoy por ti mañana por mi. Ya digo, así va el régimen de alquiler de la okupación de El  Paraíso. Eso sí que es un contraste de los que hacen titulares en la Academia de la Historia. Lo cual no es óbice para que el palacio fuera famoso por los bailes que organizaba la familia anfitriona en el salón de música. Ni que uno de sus dueños, Ignacio Bauer, diera clase en la cercana Universidad Central de Madrid, pues era devoto de las letras y las humanidades. Además de ser el promotor de la Comunidad Judía en España y sus conexiones con el judaísmo europeo. Observo que Maxaub no hace mohínes significativos ante lo que voy contando del palacio, será que los contrastes de la vida humana es algo que lleva gravado en su alma desde que se exilió al finalizar la guerra civil española.


No quiero que pases por estas calles sin que visites a La Felipa, la librera más insigne del franquismo, lo cual contradice la imagen de erial cultural que algunos miembros del exilio exterior gustaban de predicar. En la calle de los Libreros, como no podía llamarse de otra manera, regentó durante muchos años su librería, donde los estudiantes de la Universidad Complutense y los lectores no universitarios encontrábamos siempre los libros que andabamos buscando. La Felipa tenía un ordenador en su cabeza. No necesitaba apuntar ningún pedido, aunque no te garantizaba la fecha que podrías venir a recoger el libro o los libros demandados. Todo era cuestión de que los lectores fueran pacientes. Así no había libro que se extraviara. Lo decía La Felipa.


Si los libros llegaban siempre a la librería de La Felipa, las balas de la dictadura franquista no acababan de irse nunca. Maxaub ni pestañeó cuando le hablé en estos términos, mientras caminábamos hacia la plaza de la Luna, donde se levanta el monumento que recuerda la muerte de Arturo Ruiz y Luz Nájera, ocurrida en los sangrientos acontecimientos que dieron nombre a la semana negra de Madrid, a finales de enero de 1977. Y que comenzó, como ya he dicho, con los asesinatos de los abogados laboralistas de Atocha, y continuó con las manifestaciones de protesta en las que perdieron la vida Arturo y Luz.