jueves, 21 de marzo de 2024

LA GALLINA CIEGA 10

 LA VIDA CAMBIA DEPRISA. LA VIDA CAMBIA EN UN INSTANTE. EL INSTANTE NORMAL. 

Un día de julio de 1936 te sientas a cenar y la vida republicana que conocías se acaba. Fue el instante normal de todo lo que sucedió entonces. Fue la naturaleza normal de todo lo que no sucedió y debería haber sucedido. Fue lo que le impedía creer de verdad que había sucedido, asimilarlo, dejarlo atrás. Luego vino la cuestión de la autocompasión del exilio. En esas está todavía. Aunque menos, me dice, subidos ya al autobús que nos lleva al cementerio de Mingorrubio, en el pueblo de El Pardo. Allí están enterrados Francisco Franco y su señora, Carmen Polo. 


Después de desalojar la tumba del Valle de los Caídos, hoy Valle de Cuelgamuros, lo llevaron a Mingorrubio. Allí volvió a encontrase con el amor de su vida. Y ahí yacen juntos por los siglos de los siglos. Nuestro Exiliado Mayor me comunicó por carta - pues no tiene teléfono inteligente, ni teléfono lerdo, Nuestro Exiliado Mayor no lleva consigo teléfono alguno - que antes de llegar a España quería visitar la tumba de Antonio Machado en Colliure. Fue entonces cuando imaginé la vista al cementerio de Mingorrubio. La denominé: “Entre tumbas.” Me pareció la mejor locución para entender el periodo de la postguerra o guerra civil prolongada. Todo ocurrió entre Colliure y Mingorrubio-El Pardo. Entre la tumba donde reposa Antonio Machado y la tumba donde reposa Francisco Franco. Maxaub conocía la peripecia del poeta sevillano para huir de España tratando de evitar ser capturado por los militares sublevados. Conoció a Corpus Barga en Paris el gran valedor del exilio de Machado y su familia. Contra todos mis recelos le pareció muy acertada la visita a Mingorruibo y el nombre de la vista, Entre tumbas. Yo me esperaba que sacara a colación toda la beatería ideológica que se tiene a mano para ocasiones como ésta o parecida a ésta. Pero no. Tampoco le parece adecuado el empeño de las autoridades actuales por ocultar a la mirada de las nuevas generaciones democráticas los testigos y testimonios del pasado franquista. Solo es posible, me dice Maxaub delante de la tumba de Franco y su mujer, que se cumpla aquello de “para que no se vuelva a repetir la Historia”, si se tiene a la vista de todo lo de aquellos que convirtieron a la historia, mientras pudieron, en algo ominoso. Como de verdad puede volver a repetirse la Historia y las historias es si quienes no vivieron aquellas atrocidades no tienen referencia alguna visual de sus autores. 


No le había dicho todavía que la siguiente visita de ese segundo día de su estancia en Madrid iba a ser el Palacio del Pardo. Aunque ahora es sede oficial de los altos mandatarios de estado cuando visitan nuestro país, Nuestro Exiliado Exterior no ignora que fue la residencia oficial de Francisco Franco durante el largo periodo que estuvo al frente de la dictadura que lleva su nombre. Así que, dada la hora, pensé que los más conveniente era irnos a comer en un restaurante de El Pardo, que los hay muy sugerentes para esto del yantar y el bebercio. Y el esperar. Fue a los postres cuando me preguntó, un tanto animado por el menú que nos habíamos metido entre pecho y espalda, cómo íbamos a pasar la tarde. De repente me vino a la cabeza por primera vez la respuesta: Entre Palacios, le contesté levantado la copa para brindar. Si la mañana la hemos pasado EntreTumbas, la tarde bien podía ser Entre Palacios. Entre el Palacio del Pardo y el Palacio de Liria. Entre los Franco y los Duques de Alba. Como ves, todo muy de otra época y, al mismo tiempo, muy de la nuestra. No pienses que te quiero engañar, ya sé que a un exiliado exterior no hay quien lo engañe. ¿Pero estando allí estabas aquí cuando sucedió todo eso? No lo sé, que quieres que te diga, me respondió mientras apuraba el chupito que amablemente le ofreció la camarera del restaurante donde comíamos. Desde que me fui, tampoco tuve la oportunidad de no hacerlo, como Machado y tantos otros, tengo la sensación que se apoderó de mi la perspectiva del corto alcance, la que es propia del miedo, el rencor y la bilis, así por este orden. Esa que te va haciendo indiferente al sentido último de las cosas, eclipsando las razones del corazón que nacieron aquel 14 de abril, olvidándome  de la advertencia de Pascal según el cual la verdad no es un dato empírico, sino un acto de comprensión asociado a la esperanza de seguir formando parte de la misma humanidad.


Tenemos hora a las tres, le dije. A esa hora en domingo, la entrada al Palacio del Pardo es gratuita. Vamos, respondió sin dilación alguna, como si fuera un turista de veinte años nacido en Arizona. El Palacio del Pardo forma parte del patrimonio del Estado y su visita está sujeta a los protocolos estipulados por la normativa vigente para este tipo de construcciones. Del hecho de lo que fuera la residencia del dictador Franco, solo queda como testimonio la sala del Consejo de Ministros, que tantas veces durante tantos años salió en el No-Do, para ilustrar la actividad política de aquel y sus cuates. Lo que falta queda a cuenta de la imaginación del visitante. Además de por sus valores arquitectónicos, el palacio destaca por su decoración interior, representativa de diferentes épocas y estilos. Destacan los frescos, que abarcan desde el renacimiento tardío de Felipe II hasta el neoclasicismo de Fernando VII pasando por el tardobarroco de época de Carlos III. Asimismo, es especialmente relevante su colección de tapices, del siglo XVIII, en la que figuran cinco de las series más conocidas de Francisco de Goya.


Decirle al Exiliado Mayor Republicano Palacio de Liria, es como decirle a un ateo Basílica de San Pedro. Con los Alba hemos topado es sinónimo de con el Papa nos las tenemos que ver. Cuando llegamos a la puerta del Palacio de Liria, noté que Maxaub estaba entregado, en el buen sentido de la palabra, que quiere decir que no estaba resignado, sino asombrado por la nueva perspectiva que se iba incorporando a su condición de exiliado. Muchos años después. Los Alba son mejores que Los Borbones, me dice mientras recogemos los billetes de la visita que había reservado con antelación. Seguramente con ellos como dinastía reinante, en España no hubiera habido tantas guerras civiles, continúa su ensoñación aristocrática, mientras esperamos en la cola nuestro turno y a nuestra guía para realizar la visita. Que estas palabras vengan de un republicano convencido, da que pensar sobre esa dualidad aparentemente irreconciliable respecto si la cabeza del estado debe estar coronada o laureada. Bien es cierto que Los Alba con su doble alma aristocrática e ilustrada, recogen en su larga tradición la respuesta a ese dilema, que su pertinaz ausencia ha costado cuatros guerras civiles durante los últimos 200 años. Una respuesta que no ha tenido la oportunidad, o no han querido dársela los propios integrantes de la Aristocrática Casa, al asentarse en una forma política concreta. A sabiendas de que Internet tenga para el lector la última palabra, solo añadir lo siguiente, para concluir así nuestro paseo antes de llevar a cenar al Nuestro Exiliado Mayor al Círculo Catalán, por expresa petición suya.


Aunque llamado por algún experto «el hermano menor del Palacio Real», el palacio de Liria difiere bastante de aquel, pues fue diseñado de acuerdo a los nuevos gustos en boga en París, en lugar de imitar la arquitectura de raíz italiana implantada en los Reales Sitios por arquitectos como Juan Bautista Sacchetti y Francesco Sabatini. Al margen de sus tesoros artísticos, Liria es seguramente el mejor edificio civil del siglo XVIII que subsiste en el centro de Madrid, solo superado por la citada residencia real; ya en origen era el palacio más confortable y moderno, y en siglos posteriores casi todas las grandes mansiones de su época han resultado demolidas o muy alteradas.

La actual residencia de los Alba es un ejemplo típico del naciente neoclasicismo del siglo XVIII, que dejaba atrás la exuberancia del rococó y del estilo churrigueresco español para adoptar recetas de los palacios urbanos parisinos. Dentro de una simetría rigurosa, recupera las pilastras y columnas de tradición clásica en un afán de grandeza que evita la monotonía gracias al contraste de formas y materiales.