miércoles, 26 de octubre de 2022

CAMINO DE CUENCOS

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Mi ceramista de cabecera, Roser, ha publicado en su cuenta de Instagram lo siguiente, fotos incluidas en el link adjunto:

“50 años de la escuela de cerámica de la Bisbal. Un camino de cuencos que une la nueva sede, dotada de unas magnificas instalaciones, con la antigua sede en el convento de la Bisbal donde todo va a comenzar.

25000 alumnos han pasado durante estos años, y hoy lo celebramos con un camino de cuencos torneados por muchas personas, incluidos mis alumnos del Cívico de Porqueres durante el verano. A las 4 haremos el camino y brindaremos con Dolors Ros, que ha hecho que muchos de nosotros gozásemos del arte y el lenguaje ancestral y contemporáneo de la cerámica.”


Al leer el escrito con atención, me hago eco de ese camino que marcan los cuencos, y del gozo que los ceramistas han experimentado con el arte y el lenguaje ancestral y contemporáneo de la cerámica. Y es que todo el gozo (no confundir con la urgencia del placer) que se experimenta haciendo un camino, viene precedido de un ideal común de perfección del que se desprenden las particularidades donde se encarnan el entusiasmo, el movimiento y la luz que suele emerger de quienes se encuentran haciendo ese camino. La cerámica tiene un origen suficientemente ancestral como para iluminar el camino del ideal moderno en el momento actual, que ya no alberga la promesa del progreso infinito, ni de felicidad asegurada en el trato con los objetos de consumo cotidianos. Y es que nuestra alma occidental se ha quedado obsoleta (no quiero decir seca, todavía) en el rincón de las penas sin gloria de este gran supermercado que nos rodea, donde todos los objetos nos explican como somos y como debemos vivir. Incluso quienes deben vivir.


Desde el Extremo Oriente, Soetsu Yanagi, el filósofo japonés de la Escuela de Kioto, piensa - al tiempo que nos recuerda algo que los modernos occidentales parece que hemos olvidado: vida y creación son dos caras del mismo ímpetu existencial en el lugar que ocupemos en el mundo - que los objetos de la artesanía popular, elaborados por artesanos anónimos que trabajaban sin la consciencia creativa propia de los artistas con nombre y apellidos, están imbuidos de un encanto inefable, fundado unas veces en su sencillez y, otras, en su audacia.