martes, 28 de septiembre de 2021

TRAS LA FÍSICA

Tras la física o tras lo material es, por definición, lo que hay más allá de la física o de lo material. Es decir, todo aquello que no es visible, ni medible, ni contable, ni determinado, a saber, la metafísica (tradición filosófica) o lo espiritual (tradición religiosa), que sumadas dan forma a una parte de la tradición occidental a la que pertenecemos.

En esta tradición, y por decirlo de forma sintético, hay tres respuestas a esa pregunta sobre qué es eso que hay tras la física.

1 los creyentes dicen que Dios es la respuesta. 

2 los ateos dicen que la Nada es la respuesta

3 los agnósticos dicen que ni lo uno ni lo otro. Aunque no acaban la locución: que no saben lo que hay. O sea: Dios, Nada, Ignorancia. Aunque todos vivimos muy lejos del influjo del malestar material en que se imaginó esta poderosa tríada


Quizá sea por eso que los miembros de los tres grupos vivimos usando todo el día, o por despreocupación personal o por imperativo laboral, familiar y social las palabras instrumentales del modelo técnico científico dominante (la otra parte de la tradición occidental que he mencionado antes), lo que hace que tras la física lo único que imaginamos es el ocio, que no tiene que ver con lo espiritual ni con la metafísica. Ni con Dios, ni con la nada, ni con la Ignorancia. 


Yo pienso que la conjunción entre lo que no-se-sabe o no-se-entiende y el asombro y la fascinación que al mismo tiempo produce es lo que nos coloca en el  ámbito que pueda existir tras la física. Es una conjunción que, resumiendo, nos hace metafísicos o espirituales, sin por ello dejar de ser técnico digitales o pragmáticos. Es cuando el ocio se transforma en un faro que ilumina el alma propia y la de los demás, dejando de ser un “tiempo muerto” entre dos tiempos de los negocios propios del cuerpo.

martes, 21 de septiembre de 2021

CIUDADES DE TURINGIA y 6

 GERA Y ALTEMBURGO

Las dos ultimas ciudades del recorrido ciclista que ha organizado la industria turística alemana por el estado federado alemán de Turingia, no destacan por algo significativo que impregne su patrimonio cultural e histórico, aunque no ocultan al visitante que se sienten bajo la influencia de lo que ocurrió en sus vecinas. Reforma luterana, clasicismo y romanticismo alemán, la revolución arquitectónica de la Bauhaus, la República de Weimar, la llegada de los nazis al poder y la guerra fría posterior a la Segunda Guerra Mundial. Al darse la circunstancia de que son destino de las etapas finales del recorrido, ello facilita ese balance o esa visión de conjunto mientras se pasea por sus calles. 


Nada más señalar que la falta de testimonios significativos de ese pasado dentro del ámbito cultural e histórico de estas ciudades, queda compensado para el ciclista con un placentero recorrido entre la otra riqueza de Turingia, que no es otra que su gran cantidad de tupidos bosques. 


lunes, 20 de septiembre de 2021

CIUDADES DE TURINGIA 5

 JENA

Si Weimar ofrece al visitante su legado cultural de una forma amplia y explícita, Jena hace lo mismo respecto a un hecho concreto que tiene que ver con la fundación de la filosofía moderna. Me refiero, claro está, al encuentro de Hegel y Napoleón en el centro de la ciudad, el mismo día que el filósofo puso el punto final a su obra capital “la fenomenología del espíritu” y el emperador entró triunfante después de derrotar a los prusianos en un campo sito en las cercanías, lo que supuso durante muchos años la exclusión de las aspiraciones prusianas respecto a alcanzar su hegemonía en el centro continental europeo. 


No hace falta insistir mucho para que leamos lo anterior más dentro del ámbito narrativo de la leyenda que de la verdad histórica. Lo que sí parece cierto históricamente es que Napoleón arrasó la ciudad de Jena después de pasearse altivo y triunfante por sus calles, incluida la casa donde Hegel había concluido su magna obra, y que los siguientes pasos de éste se tiene constancia probada que ya los dio en Berlin, donde culminará con éxito su carrera profesional hasta su muerte en 1831, debida a la peste que asoló la ciudad durante ese año. 


Sea verdad histórica o literaria, lo que para mí tenía antes de iniciar el viaje, y tiene de manera acrecentada después de haberlo hecho, un atractivo indudables es pasear por las calles de una ciudad donde todavía existe “el espíritu del mundo montado a caballo”, que al parecer fue la frase que pronunció Hegel cundo vio en directo pasear triunfante al emperador por las calles de Jena. 


Lo que me gusta imaginar es que un filósofo de lo absoluto, como es Hegel, anhelaba en su fuero interno comprobar que su pensamiento tuviera algún tipo de concreción práctica antes de su muerte. Lo mismo que me gusta imaginar que Napoleón anhelaba apoderarse no solo de la geografía del continente, sino también de su alma. Visto así, si dos inteligencias de ese tamaño coinciden en el tiempo histórico imaginado a pleno rendimiento y sin intromisiones ajenas, lo inevitable que es que se encuentren, no en alguna fecha del calendario que es lo de menos, sino en ese tiempo de lo qué sucede siempre y transmitan su experiencia a las generaciones posteriores. Será entonces cuando las inteligencia de cualquier tamaño puedan imaginar, fuera del calendario, y establecer asociaciones que colmen los anhelos que tengan, sin dañar al patrimonio simbólico, antes al contrario engordándolo, y, por supuesto, sin atentar contra el patrimonio natural, antes al contrario, conservándolo. 


Sea como fuere, caminar por las calles de Jena se me antojó que estaba bendecido por ese encuentro que vengo mencionado, a pesar de los desmanes que produjo la ambición desatada del emperador y de los estropicios mentales que causaron las lecturas posteriores de la obra del filósofo. La vida lo había asimilado todo con dignidad y el poder pasear en paz pensando sobre estos asuntos y otros que se echaban encima era una buena prueba de ello. 


Jena se ha hecho famosa por dos motivos: por poseer una de las universidades con más tradición cultural y científica de Alemania y por su importante industria óptica (Carl Zeiss AG). Por ello se la conoce como "ciudad de la ciencia". Durante siglos, Jena perteneció a varios principados y ducados, hasta pasar a formar parte del ducado de Sajonia-Weimar.4 Alrededor de 1800 Jena se convierte, junto con Weimar, en el centro cultural de Alemania. En esta época nacen en Jena el Romanticismo Universal, el Idealismo Alemán y gran parte de la Clásica de la literatura alemana.

viernes, 17 de septiembre de 2021

CIUDADES DE TURINGIA 4

 WEIMAR

Lo primero que se le viene a la cabeza al vísitante, nada más entrar dando pedales en la ciudad de Weimar, es por qué no ha sido ella la elegida como la capital del estado federado de Turingia. El prestigioso legado cultural que atesora, y del que son testimonio no sólo la arquitectura sino los archivos documentales repartidos por la ciudad, así me lo hizo imaginar. El prestigio y la fuerza cultural de la ciudad de Weimar está ligado, paradójicamente, a la debilidad política histórica, digamos, del entorno geográfico al que pertenece. O dicho de otra manera, Weimar es el epítome, no solo en el estado de Turingia, de ciudad moderna bajo la tutela de un gobierno feudal con vestimenta y hábitos del despotismo ilustrado. Solo se puede entender así la relación de figuras como Goethe con su protector el duque Carlos Augusto de Sajonia-Weimar-Eisenach y su madre Ana Amalia de Brunswick. Destacar la casa de campo que Goethe se hizo construir en el inmenso parque que rodea los palacios de aquellos. 


Ya en el siglo XIX, Liszt y Wagner gozaron también de los favores de los duques de Sajonia, herederos de los que protagonizaron el clasicismo alemán del siglo XVIII.


En el siglo XX, Weimar acoge tres momentos históricos de gran importancia cultural y política. En primer lugar, la creación por parte de Walter Gropius de la Universidad de la Bauhaus, que revolucionó el mundo de la formas exteriores, tanto en lo que se refiere a la arquitectura como a los objetos cotidiano. Como no podía ser de otra manera el edificio de la Universidad, que sigue plenamente en activo, responde término a término a los principios inspiradores de su fundador. En segundo lugar, el edificio del Teatro Nacional, en la plaza del teatro de Weimar presidida por las dos imponentes estatuas de Goethe y Schiller, fue elegido para aprobar la constitución de 1919 que dio lugar a la primera experiencia verdaderamente democrática de la nueva República Alemana, que concluyó, como es sabido, con la ascensión de Hitler a la cancillería alemana. Y en tercer lugar, la construcción en 1937 en las cercanías de la ciudad del campo de concentración de Buchenwald, en el que estuvo prisionero el escritor español Jorge Semprún, gracias a sus testimonios escritos sabemos de la experiencia diaria allí dentro. 


Como puede comprobarse tal itinerario histórico del siglo pasado, ya no solo afecta a la nación alemana si no que tienen una proyección y repercusiones claramente europeas.  

miércoles, 15 de septiembre de 2021

NOCIÓN DEL ALMA

 Pienso que creamos o frecuentamos poco los espacios del alma porque no tenemos el hábito de usar la imaginación que tiene que ver con las palabras sensibles, es decir, con las palabras del alma. No es que no tengamos tiempo, ni voluntad, es que solemos hablar únicamente con las palabras instrumentales, es decir, como lo hace la ciencia (paradigma dominante en la era tecnocrática), que acaba por ordenar nuestro tiempo y dirigir las voluntades mejor intencionadas. Pero la ficción cinematográfica o literaria está construida, mejor o peor, desde el alma, y busca iluminar de manera diferente, a cómo mueve o empuja la ciencia al cuerpo, el alma de los espectadores o lectores. Sin embargo, nosotros solo encontramos el sentido y significado de las palabras o de las imágenes cuando las utilizamos como martillos, cuchillos, ordenadores, leyes de educación, protocolos sanitarios, administrativos, económicos,…, o enmarcadas en alguna de las ideologías que ofrece el mercado variopinto actual de las ideologías. Sin prestar demasía atención al hecho que una ideología es la materialización contingente, particular o gremial, de un ideal invisible que afecta desde siempre a toda la humanidad. Para entendernos, una ideología es al cuerpo y la ciencia como el ideal lo es al alma y la ficción poética. Aquellos, decía,  son instrumentos que sirven para tratar con algo visible, medible, contable y de cuyo uso se supone que nos llevaremos igualmente algo visible, medible, contable. Si no es así lo consideramos una pérdida de tiempo (el que marca el reloj), o una falta de sentido. Es cuando la llamada invisible del alma queda dominada e insonorizada por el imperativo inaplazable de las exigencias materiales de la ciencia sobre el cuerpo. Tal vez por ello sea que de las 168 horas que tiene la semana, pasar 2 horas en un espacio creado desde la noción del alma hablando con y desde el lenguaje del alma siga siendo demasiado para un cuerpo aturdido y angustiado por los asuntos que cada día le demandan el uso de las palabras instruméntales o de la ciencia. En esas estamos.

Les dejo esta nota que Andrés Ibáñez ha hecho de la lectura del libro de Juan Arnau, Historia de la imaginación.

“Corre por ahí la idea de que lo moderno es la ciencia. Esa creencia popular de que la tecnología y los algoritmos lo solucionarán todo. Pero hay otra forma de entender lo moderno: que debemos regresar a la noción del alma. Esta idea, puesto que es la más nueva y actual, es la verdaderamente «moderna». Porque es más moderno considerar que vivimos en un ecosistema de naturaleza y de cultura, de física y de espíritu, que creer que vivimos en un universo mecánico que puede explicarse mediante leyes matemáticas.


No podemos seguir creyendo en fantasías tecnológicas cuando el planeta se desmorona y nuestra cultura se desintegracuando las negras construcciones de la mente están destruyendo el mundo, tanto el simbólico (sobre todo a través del lenguaje verbal tecnocrático) como el natural (cambio climático). 


La urgencia de que algo debe hacerse llena todas las páginas de esta maravillosa Historia de la imaginación, de Juan Arnau”

martes, 14 de septiembre de 2021

CIUDADES DE TURINGIA 3

 ERFURT

La capital del estado de Turingia representa con dignidad el papel que los avatares de la historia le ha asignado. Y, tal vez, ello tenga que ver con el hecho de que no tiene un pasado que la pudiera señalar como candidata indiscutible a ese papel que le ha sido asignado. Únicamente su ubicación geográfica, hoy en medio de la Alemania unificada y del estado de Turingia al que pertenece, y ayer un nudo comercial importante en la vía Regia, que comunicaba el oriente con el occidente europeo, y dentro de la liga hanseática de ciudades comerciales que controlaban la economía en la Europa Central en la Edad Media. También la unión de los estados ernestinos después de la Primera Guerra Mundial, que dio origen al nuevo estado de Turingia ya mencionado, debió contar lo suyo a la hora de elegir a Erfurt como encarnación simbólica y administrativa de la nueva realidad política. 


Por lo demás señalar que en la Edad Media se establecieron en la ciudad siete monasterios, pues no en balde Erfurt también era, y todavía lo es, lugar de paso del Camino de Santiago. Ello hizo posible que el famoso filósofo y teólogo Maestro Eckhart viviera en el monasterio dominicano desde el año 1275 hasta el 1311. Y Martín Lutero, iniciador de la Reforma protestante, viviera en el Monasterio de San Agustín desde 1505 hasta 1511, en su etapa de formación estudiantil. 


Entre las construcciones arquitectónicas que el visitante puede contemplar destaca el Krämerbrücke (el puente de los comerciantes), cuya imagen actual data de 1472. Lo que tiene de particular es que la vida no solo transcurre de paso a través de él para ir de una a otra orilla del río, sino que está de forma estable instalada sobre su estructura en forma de viviendas particulares y comercios, de donde le viene el nombre. La otra construcción que destaca es la Ciudadela Petersberg, una fortaleza del siglo XVI en una colina con vistas al centro de la ciudad. Es una de las fortalezas más grandes y mejor conservadas de Europa.

viernes, 10 de septiembre de 2021

CIUDADES DE TURINGIA 2

 GOTHA

Tal vez sea la ciudad que mejor representa, como lo es el Vaticano para las conjuras católicas, las disputas dinásticas de la parte occidental del continente europeo, mayormente reservorio del protestantismo continental. Las luchas por el poder, para quienes nunca participamos en ella, nos parece siempre un laberinto intransitable en el que es mejor no adentrarse, otra cosa es que sepamos organizar nuestras vidas sin contar con su pertinaz propaganda, pero esa es otra historia. No es casual que el periodismo narrativo moderno haya optado, para hacer aparentemente inteligible, y por tanto vendible,  ante sus lectores y espectadores las historias que imagina cada día o cada hora, por crear epítomes que resuman todo el galimatías que es la lucha por el poder, que en el fondo es y será siempre la mismo y se resume en una ecuación sencilla e inmutable. Los sítiales del poder son limitados, son los que son, lo que significa que todos quienes se postulan demás acabarán siendo expulsados del palacio donde se encuentra el trono, bien por la vía del asesinato o por la vía del destierro o por la vía democrática, que es la única que puede conceder una segunda oportunidad a los perdedores. 


El caso es que Gotha fue, junto con Coburgo, una de las capitales del ducado Sajonia-Coburgo-Gotha, adscrito a la rama de los ducados ernestinos de la casa Wettin. Ahí están sus dos grandes palacios como testimonio de aquella grandeza. Nada más añadir, para ser fiel a lo que he dicho antes de no meterme en esos laberintos de luchas dinásticas que formaron parte inseparable de la historia de Europa Central hasta 1918, que de aquel ducado salieron las dinastías que dieron lugar a las monarquías de Bélgica, Reino Unido (las dos aún vigentes y amparadas por las constituciones respectivas), Bulgaria y Portugal (ya desaparecidas). Apuntar que la dinastía que mantiene a Isabel II en del Reino Unido cambió de nombre en 1917, pasando a llamarse Windsor, lo cual queda muy bien relatado en la serie que sobre este personaje ha producido la BBC. 


Pero lo que verdaderamente había atraído mi atención de la ciudad de Gotha en los preparativos del viaje, era la fundación en 1875 de lo que actualmente se conoce como el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD). Más tarde he pensado que ese ha sido el hilo conductor del recorrido por las ciudades de Turingia. El hecho fundacional que significaron, en su momento, algunos de los acontecimientos que hoy forman parte de la historia más o menos oficial y turística de la ciudad. Lo iremos viendo en las sucesivas entradas. Bajo este prisma, no cuesta identificar el nacimiento de Bach en Eisenach y la traducción de la Biblia al alemán por parte de Lutero en la misma ciudad, mencionados en la anterior entrada, como hechos fundacionales de la música y de la lengua y literatura alemanas modernas. No quiero dejar de señalar el importante significado que estos hechos tienen, aunque parece que cada vez menos, en una necesaria reunión o religamiento, es decir, en una unidad preexistente (llamase conciencia cósmica o anima mundi) que frene la inevitable metástasis social y política en que ha entrado la multiplicidad imparable de fragmentos o identidades a la deriva en que se ha convertido la sociedad postmoderna. Dicho de otra manera, usted no es nadie si no pertenece o subvenciona una identidad perseguida o marginal o no reconocida, a su entender, de manera conveniente.


Cabe destacar que la fundación del SPD alemán significó, a mi entender, esa unidad o reagrupamiento de los diferentes malestares y quiebras que la revolución industrial del siglo XIX iba ocasionando a nivel gremial e individual en el conjunto de lo que a partir de ese momento se denominó como la Clase Obrera, destinada según los preceptos marxistas, cuyo “Critica al Programa de Gotha”, escrito por Karl Marx al calor del hecho fundacional de la creación del SPD, iba a liberar al mundo de las cadenas burguesas e instalar entre los hombres y mujeres la verdadera libertad y justicia.

jueves, 9 de septiembre de 2021

CIUDADES DE TURINGIA 1

 EISENACH

Cuando me enteré, de forma fortuita, que la imaginación de la industria turística alemana había unido en un único recorrido ciclista estas siete ciudades del estado federado de Turingia, a saber, Eisenach, Gotha, Erfurt, Weimar, Jena, Gera y Altenburg, experimenté una grata satisfacción al comprobar sobre el mapa que, en poco más de 200 kilómetros, quedaban unidas, a golpe de pedal, lugares que albergaban bajo la alfombra de la exitosa  homogeneidad cultural europea actual un pasado particular glorioso que servía de nutriente a aquella explicita igualdad, pilar fundamental, junto con el de la moneda única, de la construcción europea en marcha.


El estado federado de Turingia ocupa hoy la parte central de la Alemania unida, aunque hasta la caída del muro de Berlín ocupó la parte más occidental de la Alemania comunista. Su capital es Erfurt, una de las ciudades del circuito ciclista, y la seña de identidad más importante, junto al pasado cultural de algunas de esas ciudades mencionadas, es el paisaje que se encuentra cubierto por frondosos e interminables bosques, entre los que circula una extensa y ramificada red de carriles bicis que pone en contacto no solo a aquellas ciudades, sino a las que se encuentran en un entorno de 15 o veinte kilómetros.


El acercamiento a la ciudad de partida del viaje ciclista, Eisenach, requiere, por decirlo así, una estrategia no propiamente ciclista. Un primer acercamiento lo hice en avión hasta la ciudad de Frankfurt de Meno, capital del estado federal de Hesse, limítrofe con el de Turingia. Y un segundo acercamiento desde Frankfurt, donde recogí las bicicletas que había alquilado con anterioridad, hasta Eisenach en tren. En todo ese recorrido tardé un día. Si lo contabilizo en términos de estricto trasporte de mercancías fue muy lento, pero si lo siento como una experiencia no solo de la mercancía cuerpo y sus complementos, bicis, alforjas, etc, sino también de la parte invisible de todo viaje, llámese alma, espíritu, conciencia o llamase como quiera usted que se llame, el viaje hasta Eisenach fue rápido. El caso fue, como suele suceder siempre en este tipo de viajes ciclistas, que alma y cuerpo, cuerpo y alma a lomos de mi bici recién alquilada dedicaron la tarde del día de la llegada a Eisenach a un ejercicio de muto reconocimiento, necesario de cara a las próximas jornadas. 


Hay dos nombres que destacan con brillo propio en la nómina de personajes que tienen relación con la ciudad de Eisenach. Johan Sebastian Bach y Martin Lutero. El músico porque nació allí, aunque solo viviera los primeros siete años de su vida, siendo bautizado en la iglesia de san Jorge en la fue organista años más tarde. Y el reformador agustino porque se refugió, bajo la protección del elector Federico III de Sajonia, en el castillo de Wartburg situado en las afueras de la ciudad, y declarado por la UNESCO patrimonio de la humanidad. Hasta aquí los datos históricos generales. 


¿Qué decir de Bach y su ciudad natal? A la luz de lo que el turista ve en su deambular por la ciudad de Eisenach diría que se llevan bien. Muy bien, incluso. El genio universal de la música barroca supongo que tiene algo que ver en ello. Otras ciudades han olvidado casi por completo a sus hijos más destacados, aunque hayan vivido más años que los que Bach permaneció en la suya. El caso es que Eisenach ha dedicado un rincón de su término municipal a recordar la figura de aquel, y lo ha hecho de una forma discreta en sus aspecto físico visual, pero luminosa en cuanto a su aspecto simbólico. A partir de su casa natal, conservada en su aspecto original del siglo XVII, han añadido un museo que guarda partituras e instrumentos musicales que dibujan parte de la biografía y estilo del músico, así como la posibilidad de que el visitante escuche una parte de uno de los conciertos elaborados por  él. El conjunto lo completa una robusta estatua del músico colocada en medio de un pequeño jardín, que la rodea como inmejorable acompañamiento. Eché en falta la presencia de algún músico ambulante, como ya he visto en otras ciudades alemanas, que cumpliera el efecto llamada de los paseantes alrededor del rincón primordial del maestro. Así que me tuve que conformar con sentarme a cenar en la terraza de un restaurante ubicado enfrente. Mientras cenaba y caía la noche pensé que el espíritu restrictivo del lado oriental del antiguo telón de acero, poco dado al bullicio y espontaneidad callejeros, todavía ejercía su fuerte influencia sobre ciudades pequeñas como Eisenach. 


Muy otra, sin embargo, fue la percepción que tuve de los lugares que dieron cobijo y protección a Martin Lutero en el castillo de Wartburg, propiedad del elector Federico III de Sajonia. Situadas fuera de las murallas propias del castillo, las habitaciones donde el Reformador tradujo al alemán el antiguo testamento de la biblia, creando así el alemán moderno actual, forman parte del conjunto de las dependencias donde se alojaban las personas y las cosas que prestaban su servicio al elector sajón. En ningún caso me transmitieron algún sentimiento de verticalidad o jerarquía, sino que, muy al contrario, experimenté una extraña sensación de horizontalidad, como se dice ahora, lo que hizo que evocara de nuevo las intenciones de Lutero al enfrentarse al poder del Vaticano.