miércoles, 22 de agosto de 2018

LA FIEBRE DEL ORO 1

QUERER EL VIAJE
¡¡Disfrutad, disfrutad, aburridos malditos!!
Ya que no os atrevéis a cruzar la raya del segundo y tercer acto de vuestras vidas, arracimaros como bovinos en todos y cada uno de los lugares que el Gran Hermano del Turisteto os indica gustosamente. Lugares que se levantan así como un muro de las lamentaciones (las que hay detrás de las interminables risas y las cámaras de fotos y las audacias posturales) sobre aquella raya existencial irrebasable. Vértigo, vértigo, y más vértigo, es lo supura sin parar todo ese apelotonamiento humano, que es como se manifiesta, sobre todo en vacaciones, toda la fuerza del animal humano que llevamos dentro.
También puedo leer el turisteo como una olimpiada anual donde nos encontramos personas de todos los paises del mundo compitiendo por no volver a la rutina del país de origen.
El intercambio de datos con la terminal de información llamado 
“Info Pitagorin” es constante, cuesta no caer en esa tentación de competir con ella, pero “Info Pitagorin” siempre gana, siempre tiene la última “noticia dato tipo twiter” en el disparadero. 
La egolatría familiar de la clase media con que me encontraré se densificará arbitrariamente, miembro a miembro, durante los días vacacionales del verano californiano que me espera.
Solo saldremos de ese agujero sin fondo, donde nos hundimos en cada periodo vacacional dejando cada vez más pálida la vuelta de septiembre, mediante un plan común de ingenuidad aprendida. Pero eso es a posteriori.
La naturaleza la visitaremos y la celebraremos simplemente porque está ahí por obra y gracia de Dios o de lo que es más grande que nosotros y nunca entendemos su por qué. No tiene memoria. Solo es, siempre.
La ciudad la visitaremos porque es fruto de un relato oculto que descubrimos y celebramos conversando con el narrador y los personajes que lo han construido. Todo en ella es memoria y solo es cada vez que conversamos.
El Turista Coremático (un palabro que dará luz y sombra a esta crónica) es parte de la multitud pero se distancia de ella; disfruta del espectáculo de la ciudad y de la naturaleza, siendo sumiso con el segundo y crítico con el primero; observa lo que sucede a su alrededor pero también vuelca su mirada sobre sí mismo; acepta y al mismo tiempo se rebela ante el hecho de que su subjetividad está constituida por una vida urbana y con la naturaleza, con las que tiene una relación compleja.

La experiencia del viaje surgirá del trato con lo distinto (del otro y de lo otro), y solo lo distinto producirá la transformación del turista  coremático. Solo habrá experiencia si hay transformación de ese sujeto que decide abandonar el sedentarismo anual y lanzarse al nomadeo de unos días, no si su Yo continúa igual aunque más gordo debido a la información acumulada.