"Así, en paralelo a nuestro mundo, estaba el mundo de tío Benny, como un perturbador reflejo distorsionado, que era lo mismo pero sin serlo del todo. En ese mundo la gente podía hundirse en arenas movedizas, ser derrotada por fantasmas o por horribles y vulgares ciudades; la suerte y la maldad eran colosales e impredecibles; nada era merecido, todo podía suceder; las derrotas eran recibidas con demencial satisfacción. Era su gran logro sin él saberlo, hacérnoslo ver.".
"Siempre que la gente dice que tendrás que afrontar algo algún día y te empuja con toda naturalidad hacia el dolor, la obscenidad o la revelación indeseada que te acecha, en sus voces hay una nota de traición, un frío y mal disimulado júbilo, algo ávido de tu dolor. Sí, en los padres también; en los padres sobre todo.".
"Había descartado las ideas de cariño, consuelo y ternura que mi amor por Frank Wales había alimentado; todo eso parecía de pronto insignificante y extraordinariamente pueril. En la violencia secreta del sexo había un reconocimiento que iba más allá de la amabilidad, la buena voluntad o las personas.".
"No se parecía en nada al del David de mármol, y se erguía recto frente a él, tal como había leído que hacía. Tenía una especie de capucha, como un champiñón, y era de un color morado rojizo. Tenía un aspecto embotado y estúpido, comparado, por ejemplo, con los dedos de las manos y de los pies, llenos de inteligente expresividad, incluso con un codo o una rodilla. No me horrorizó, aunque tal vez esa había sido la intención del señor Chamberlain, de pie con su mirada vigilante, abriéndose los pantalones con las manos para enseñarlo. Tosco y embotado, del desagradable color de una herida, me pareció vulnerable, juguetón e inocente como un animal de hocico duro cuyo aspecto simple y grotesco es una especie de garantía de buena voluntad.".
(Alice Munro, "La vida de las mujeres")