viernes, 1 de junio de 2012

UN LIBELO MÁS


El último día de mayo se cumplieron 50 años de la ejecución en Argentina de Adolf Eichmann, uno de los pensadores y el ejecutor que con mas celo se aplicó a que, lo que se conoce como la solución final, fuese una realidad contante pero poco sonante. Redondeando, un total de seis millones de personas que desaparecieron por los sumideros o se hicieron humo a través de las chimeneas de los campos de concentración nazis.

Ahora ya no pasan cosas como éstas, pero no somos mejores ni mas civilizados. Sencillamente la guerra que padecemos, tambien llamada crisis (¿ha habido alguna guerra que no haya sido una crisis maliciosamente incontrolable?), se ha adaptado a nuestro estilo de vida. Al igual que los campos de exterminio. Ciertamente, dos no se pelean si uno no quiere, pero eso no rebaja un ápice la beligerancia del que quiere sangre, ni evita por ello el enfrentamiento. Estamos en guerra pues, por tanto no es hora de que nos dejen en paz. Hay que pasar al ataque. Nuestros incansables hoplitas urbanos, que anunciaron a bombo y platillo los idus de mayo, han de recuperar con prontitud la capacidad de volver a entender el significado profundo y auténtico de la violencia, sino estamos perdidos. Y no digo que se lancen, sin ton ni son, a poner bombas o a pegar tiros en la nuca. ¡Que antiguos y pasados de moda, que rídiculos podrían llegar a ser! La batalla se libra sin cuartel (en la doble acepción de la expresión), desde hace décadas, en el campo sin piedad de la economía, pero nuestros soldados siguen jugando en la calle y moviendo las manos como si se tratara de una gincana escolar. Créame, esta guerra es de verdad y va en serio. Se acabó el recreo.

La incompetencia no es sólo de la casta política, aliada necesaria del poder bancario en su etapa final de desesperada corrupción antes de desaparecer para siempre. La incompetencia es también de una sociedad enajenada que tiene el cerebro hecho trizas, hasta el extremo de haber sido incapaz de preparar a dirigentes que puedan imaginar estrategias de ataque o tácticas de contención en ese territorio tan difuso y volátil como es la economía financiera, para salvaguardar de sus inclementes bombardeos a la economia productiva, que es donde respiramos los mortales. Sobran proclamas donde nada mas se escuche el lamento del derrotado. Faltan programas para combatir en un territorio donde todo es desconocido, hechos con rigor, donde prevalezca ese tipo de inteligencia que abra ventanas en el pozo más oscuro y en los que haya que poner en práctica el espíritu de disciplina y sacrificio. Basta ya de desesperos, así no se gana una guerra. Sobran libelos con frases y palabras de esas que es imposible no ser un abajo firmante. Y ya está. Frases y palabras vacías, dichas hasta la saciedad en todos los mentideros para acallar el miedo que nos acongoja, único sentimineto realmente existente que hace inamovible nuestra vocación bovina. Falta inventar un lenguaje verdaderamente transitivo que de cuenta de todo eso y a todo oyente, barriendo de una vez por todas el lenguaje autista, agorero u optimista, con el que están haciendo su agosto los vendedores de crecepelo que acompañan a toda contienda bélica. Y en los momentos de tregua leamos la oración fúnebre de Pericles, con la que se dirigió a los atenienses en una situación semejante allá por el siglo V antes de Cristo.

Hay mucho dinero, dijo el otro dia un banquero-general de brigada. Pero falta toda la imaginación de la que seamos capaces para ponerlo a trabajar, digo yo aquí y ahora. ¡Cómo se nota el descomunal fracaso de la educación, amamantado con la mala y la buena leche de todos durante los últimos treinta años!