Exactamente
ese día tuvo lugar en Dublín la primera cita entre un tal James Joyce y una
mujer llamada Nora Barnacle. La fecha iba a ser memorable tanto para la vida
privada de los citados, que acabaron formando matrimonio hasta que la muerte de
él los separó, como para la historia de la literatura universal. Efectivamente,
años mas tarde, 1922, la editora Silvya Beach decidió publicar (en la foto) la que iba a
ser una de las novelas mas importantes del siglo XX, Ulysses. La acción de su
principal protagonista, Leopold Bloom, deambulando por las calles y entre los
acontecimientos de la capital irlandesa, tiene lugar durante una sola jornada:
16-06-1904. Hasta aquí lo de las honorables coincidencias.
La
celebración del Bloomsday es la cita obligada anual de los joycianos, entre los
que me encuentro por derecho propio. He leido la novela. La jornada la
organizamos mezclando lo propiamente turístico de la efemérides con un diseño
del recorrido mas acorde con el ánimo personal del momento. En ambas mitades llevó
la batuta y marcó los pasos, como no podía ser de otra manera, la figura del
protagonista principal de la novela. Dublín es, por encima de todas las crisis que vengan del cielo o del infierno, una ciudad literaria, es decir, una ciudad imaginada, y de nada vale sustraerse a esa imposición, los
fantasmas de sus numerosos escritores, todos de talla y renombre universal, te salen a la
vuelta de cada esquina. Así el itinerario que hace Leopold Bloom durante toda
la novela es, con diferencia, la guía mas fiable para llegar al latido
permanente de la ciudad, que no es otro que el de sus transeuntes, es decir, el del interminable intercambio de miradas y sus correspondientes asociaciones
que se hacen entre ellos al cruzarse una y otra vez en sus calles. Es esa malla
ininterrumpida de propósitos y deseos, y no la cazurra palabrería de sus
portavoces oficiales, la que imagina el escritor irlandés, y la que representa
con acierto al héroe moderno, cuya única y mas lograda heroicidad es empezar el
dia y acabarlo razonablemnte entero, sin demasiadas averías corporales y
mentales.
Desayunamos
riñones porque es lo que hizo Bloom antes de empezar su singladura. Fue en el
Hotel Gresham, famoso por ser desde la ventana de una de sus habitaciones, con
su mujer dormida a sus espaldas, y mientras caía la nieve en la noche
dublinesa, donde Gabriel, el prota de “Los Muertos”, de John Huston, pone fin a
la peli de forma evocativa, ahíto de
tristeza y melancolía, con estas palabras: “Yo
no he sentido nada así por ninguna mujer. Pero sé que ese sentimiento debe ser
amor. Piensa en todos los que alguna vez han vivido desde el principio de los
tiempos. Y en mí, transeúnte como ellos, fluctuando también hacia su mundo
gris. Como todo lo que me rodea. Este mismo sólido mundo, en el que ellos se
criaron y vivieron, se desmorona y se disuelve. Cae la nieve. Cae sobre ese
solitario cementerio en el que Michael Furey yace enterrado, reposando espesa,
al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela
y sobre las espinas yermas. Cae lánguidamente en todo el Universo. Y
lánguidamente cae como en el descenso de su último ocaso. Sobre todos los vivos
y los muertos." En la mesa nos acompañaron un californiano, un hamburgués,
una familia de Barcelona y una pareja de canadienses. Comimos y departimos como
pudimos, hasta que salieron a escena los actores para representar algunos de
los momentos estelares de la novela. Da gusto ver como declaman un texto, por
otra parte de una oralidad sublime. Luego vinieron las fotos y los encajesde
manos y las despedidas hasta la próxima.
En la segunda parte de lo turístico nos habían convocado delante del “James
Joyce Centre” para realizar un recorrido por algunos de los lugares donde pone
sus pies y su estampa Leopold Bloom. El orador, un tipo alto y rubicundo, con
el Ulises en la mano como si de la Biblia se tratara, nos fue leyendo párrafos
del libro sagrado. La lluvia de la primavera dublinés apareció cuando le vino
en gana, lo que no fue suficente para que el orador cediera en su empeño de
mostrarnos la palabra de Bloom. El recorrido concluyó delante de la estatua de
Joyce en Earl street, donde nos leyó con entusiasta solemnidad los
primeros párrafos del capitulo 6 en el que Bloom se sube a una calesa y se une a
la comitiva del entierro de Paddy Dignam en el Prospect Cemetery (hoy conocido
como Glasnevin), a las afueras de la ciudad.
Ya por nuestra cuenta, alquilamos unas bicicletas y acompañamos a la
comitiva a golpe de pedal.