jueves, 31 de mayo de 2012

EL MUNDO A 152 CENTÍMETROS DE ALTURA


Es tiempo de primavera y las ciudades provinciales del sur de Francia se ponen sus mejores galas. Es entonces cuando me gusta hacer una visita a alguna de ellas. En esta ocasión he elegido Albi, la cuna de la rebelión albigense y del gran retratista Henry Toulouse-Lautrec (HTL). Hacía catorce años que la vi por última vez y el paso del tiempo y los mordiscos de la crisis no le han hecho mella alguna. Al contrario, ha rejuvenecido su estampa sin tener que recurrir a extraños liftings o jeribeques arquitectónicos y urbanísticos, lo que anima al viajero a pensar que no todo está perdido. El acicate fundamental del viaje era visitar el museo que lleva el nombre del vecino mas ilustre de la ciudad, HTL, que ha sido recientemente abierto de nuevo al público después de una importante y acertada remodelación.

Dos son las características que resaltan en la vida del HTL, cuya conjunción, me atrevo a a decir, ayudaron a propiciar que se acabase dedicando a la pintura. Su origen noble y su enfermedad ósea que le impidió crecer con normalidad. Nada más alcanzó los 152 centímetros de altura. Sólo noble no habría pasado de ser un vulgar militar de caballería de mediana graduación. Sólo piernas cortas no habría sido nada más que un desgraciado. Especulaciones aparte, lo importante es el legado pictórico que nos ha dejado y que, casi en su totalidad, se puede ver y admirar en la remozadas instalaciones del museo que su madre mandó construir en el año de 1922, a beneficio y gloria de la obra de su amado vástago.

Como Van Gogh, al que conoció en París, trabó contacto con los impresionistas, pero no tardó en separarse de su liturgia y empezó a ver el mundo por su cuenta y desde la atalaya de su corta estatura. Nada de paisajes al aire libre, nada de nenúfares flotando en los estanques, nada de jardines domésticos tocados una y otra vez por la luz cambiante, a HTL le atrajo desde el principio la ciudad moderna salida de la revolución industrial. Y de ésta sus rincones mas ocultos, los personajes menos vistos y considerados, el punto de vista mas canalla.

Pasó horas en los burdeles de París, no para pintar el erotismo que ocupa las cabeza calenturientas de los burguesotes que los frecuentan, sino para registrar lo que para él no era nada mas que un trabajo como otro cualquiera. Con su rutina, su cansancio, sus inspecciones sanitarias, con cuerpos de carnes fofas y caras demacradas, en fin, lo mismo que les estaba pasando a los currantes  en cualquier fábrica de los alrededores capitalinos, que estaban produciendo a todo trapo el añorado progreso anunciado. Y es que a 152 centímetros de altura el progreso no es lo que parece en latitudes, digamos, normales. Esa perspectiva inigualable le permitió, así mismo, dar respuesta a otra de las demandas del momento: la publicidad de eventos, muy ligada a la nueva forma de entender el ocio y la diversión que también anunciaba el progreso. Fue así como, del trazo poderoso de su pincel nació lo que hoy nos parece de lo mas cotidiano: el cartelismo.

Parece claro que a HTL no le hicieron falta unas piernas mas largas par ver más y mejor el mundo que le tocó vivir. La lógica de la pintura la llevó siempre en el alma, y ésta quedó al margen de los condicionantes y contingencias de su esqueleto. La forzó con determinación en la dirección que creyó, y acabó  por operar al margen del cuerpo deformado en el que se alojaba.