miércoles, 16 de mayo de 2012

¿CON QUIEN COMPARTIMOS EL MUNDO?




Los humanos somos aquello que de nosotros dicen nuestras imágenes. Todo empezó hace 32.000 años en las cuevas de Chauvet cuando alguien tuvo la necesidad de representar caballos, bisontes, mamuts o cérvidos en las paredes de la cueva. ¿Por qué? ¿Fue inevitable esta necesidad en un mundo de cazadores que vivían en el umbral de la supervivencia? Ya veo a los antropólogos y demás expertos desempolvando los apuntes para aleccionarnos. Tarea estéril. Todas las hipótesis sobre el arte rupestre han fracasado una detrás de otra. Son imágenes que se desprenden de lo que ellas mismas postulan en sus teorías. Llegados hasta aquí desde entonces, acosados así solo por imágenes, no sabemos hacer otra cosa.

Huimos de la naturaleza porque nos aterroriza. Entonces la pintamos, la ecribimos, construimos puentes y edificios, hacemos lo que sea con tal de que no nos haga daño. O nos quedamos atontolinados al ver como la describen los anuncios de leche o como la promocionan las casa rurales. Todas nuestras representaciones y obsesiones son consecuencia de ese temor inveterado. Y así la hemos perdido de forma definitiva. Pero cuando comprobamos que lo único que hemos hecho ha sido mutilarnos a nosotros mismos, entonces, solo entonces, nos entran unos irreprmibles ataques de melancolía y queremos volver al lugar a donde creemos que pertenecemos, pero en el que, en realidad, no hemos estado nunca. Somos mas civilizados que nuestro ancestros, cierto, pero también más inhumanos. Y esta secreta convicción nos amarga y nos acorrala la vida cada ve vez que se acerca el fin de semana. Ay, la naturaleza, salgamos a tocar la naturaleza. Pero nunca desvelaremos a nadie nuestro infernal secreto. Y nos convendría hacerlo, sobre todo en devastadoras épocas de crisis como la que padecemos. Es propio de ellas quejarse mucho en público y llorar a solas como los cobardes, y que nos aumente la temperatura del romanticismo. Demasiado peligro para que seres tan frágiles administren todo eso. ¿Tenemos tan escasa tolerancia a la verdad?

Por eso me parece oportuno el documental que ha hecho Werner Herzog sobre las pinturas que se encuentran en la cueva de Chauvet: La cueva de los sueños olvidados. Conviene visitarlo para tratar de mudar la piel con la que creíamos que nos íbamos a protejer para siempre, domesticando a la noche y a todos sus hombres lobos.