jueves, 28 de junio de 2012

LA SITUACIÓN


La enfermedad de la mirada es la principal y mas contagiosa de las que sufren quienes habitan dentro de las ciudades actuales. Frente a ese torbellino de cuerpos, de objetos, de datos, de ruidos, de olores y de luz, frente a ese exceso visual y numérico la mirada se les queda encadenada y ellos caminan aturdidos. Nada les apetece demasido ni nada les resulta esencialmente desdeñable. Se aburren.

Todo está perfectamente automatizado y todos no dejan de estar conectados ni un instante, sin embargo, cuando llega el momento de abordar la Situación, nadie la acaba de entender. Heridos por ella, de nada les vale todo ese empacho visual contable. Unicamente alcanzan a decir, cuando se ponen a ello, lo que diría cualquiera que viviera en lugares donde no hay casi nada que ver. Eso sí, como padecen de indigestión, estan urgidos de aliviar lo que los atasca, y es entonces cuando empiezan a vomitar. Entonces lo mejor es no estar a su lado.

La Situación admite, si uno se atiene a lo que sale por sus bocas, todos los adjetivos imaginables y, también, aquellos que le impiden ser una Situación reconocible, pasando a ser algo irreconocible. Frenopática. La Situación va sufriendo así una metamorfosis al más puro estilo kafkiano. No es algo que tenga que ver con lo propiamente humano, pero tampoco es algo que atienda, digamos, a los intereses de los escarabajos. La Situación se va transformando en algo sobrehumano y al mismo tiempo en algo infrahumano. Nadie sabe lo que es, ciertamente, lo que no cabe duda es que ya no es lo que era cuando los humanos gozaban y sufrían con su humanidad.

La Situación, o como ahora se llame, huele cada vez peor debido a la babilla que destila entre las junturas del caparazón que se ha ido superponiendo a lo que antes se encontraba al aire libre. Su rara naturaleza bestial gana terreno. Comienza a adaptarse al nuevo cuerpo y a hacerlo propio. Pronto todos reconocerán las nuevas palabras que salgan de él, que antes les parecían oscuras. Y lo empezarán a tener todo mas claro. Al menos habrán conseguido dejar de aburrirse.

viernes, 22 de junio de 2012

16-06-1904 (y dos)




El cementerio de Glasnevin es un centro sentimental, un poco a la manera como habla Vila-Matas en su novela Dublinesca. Hasta allí peregrinamos los joycianos siguiendo la calesa donde viajaban Simon Dedalus, Martin Cunningham y John Power acompañando el féretro de Paddy Dignam, y hasta allí se acercan también los patriotas irlandeses. Michael Collins descansa, no se si en paz o todavía en guerra con sus colegas traidores, en una tumba cubierta de flores frescas, situada cerca de la entrada principal a mano derecha. Cuando llegamos un guía repetía ante un público entregado las loas al héroe de la independencia irlandesa. Aplausos, y rictus de nostalgia y contrariedad en los rostros. Las cosas deberían haber seguido otro rumbo. Los joycianos dimos por concluido nuestro rito literario sabiendo que Paddy Dignam descansa, en este caso seguro que en paz, en algún lugar de aquel amplio territorio de fantasmas y recuerdos. No nos interesa saber el lugar exacto. No nos preocupan tanto, en verdad no nos preocupan nada, las coordenadas precisas de ubicación de la tumba de Dignam, como el rigor expresivo del mito literario al que su muerte y funeral han ayudado a construir, igual que nosotros al acompañarle hasta su última morada. Michael Collins es un personaje histórico y Paddy Dignam lo es literario, y nosotros los joycianos tenemos muy clara la diferencia que hay entre la realidad y la ficción. Entre la Historia y el Mito.

El camino de vuelta fue mas agradecido. No hay nada como bajar pedaleando después de haberlo hecho subiendo. Ademas se abrió provisionalmente el cielo y un sol esplendoroso nos acompañó durante el recorrido ciclista. Dejamos las bicis cerca del Trinnity College y a continuación nos acercamos, caminando, al pub David Byrne’s, donde Bloom se jaló una tapa de queso gorgonzola y un vaso de vino de borgoña. Así dimos por cumplimentado el aperitivo y allí mismo, había joycianos disfrazos para la ocasión pero no en exceso (la mayoria habían estado allí unas horas antes), nos dispusimos a hacer lo propio con la comida. Yo pedí el irish stew, el guiso irlandés de cordero que no me importa recomendar, acompañado por el litro correspondiente de cerveza Guinnes.

El resto de la tarde, hasta la hora de cenar, fue una entrega a la audición de la majestuosa oralidad del texto sagrado. Primero al aire libre, sobre el templete de Sant Stephen Garden donde, por riguroso orden de petición previa de turno, fueron subiendo los lectores a mostrar su personal relación emocional con el relato. Despues, bajo el techo verde irlanda de la Biblioteca Nacional de Dublín, una pareja de lectores nos dio una versión mas académica del relato, si es que ello es posible. Al menos ellos lo intentaron con sobrada dignidad y talento lector. La cena fue cosa de zambullirnos sin miramientos en el jolgorio del Temple Bar, el lugar para comer y beber mas conocido de Dublin. De nuevo los sabores irlandeses no nos defraudaron al igual que sus excelentes y gigantescas cervezas. El dia no acaba nunca en estas latitudes celtas y en esta época del año, así que el personal, como si fueran gallos y gallinas, piensa que la fiesta, en consonancia, no acaba de empezar del todo, por lo que no hay razón para dejar el cacareo y los intentos de rozarse unos con otros, a la espera del gran momento que les proporcionará las caida de las tinieblas.

En el último día no quisimos perder la ocasión de acercarnos en tren a ver el Ojo de Irlanda, reserva natural de especies marinas. Es una isla situada enfrente del pueblo costero de Howth, en el extremo opuesto, en la bahía de Dublín, a Sandycove, donde se encuentra Torre Martello (en la foto), punto de arranque del Ulises. Con él le dejo, invitándole, sino lo ha hecho todavía, a que se inicie en tan singular aventura. O si lo ha leído ya, lo vuelva a intentar de nuevo. Puesto que joycianos somos todos, tanto los que lo han leído como los que no. Pero, comprenderá, que unos lo seamos mas que otros. Ya me entiende.

”Imponente, el rollizo Buck Mulligan apareció en lo alto de la escalera, con una bacía desbordante de espuma, sobre la cual traía, cruzados, un espejo y una navaja. La suave brisa de la mañana hacía flotar con gracia la bata amarilla desprendida. Levanto el tazón y entonó:
*Introibo ad altare Dei.
Se detuvo, miró de soslayo la oscura escalera de caracol y llamó groseramente:
*Acércate, Kinch. Acércate, jesuita miedoso.
Se adelantó con solemnidad y subió a la plataforma de tiro...”

miércoles, 20 de junio de 2012

16-06-1904 (uno)




Exactamente ese día tuvo lugar en Dublín la primera cita entre un tal James Joyce y una mujer llamada Nora Barnacle. La fecha iba a ser memorable tanto para la vida privada de los citados, que acabaron formando matrimonio hasta que la muerte de él los separó, como para la historia de la literatura universal. Efectivamente, años mas tarde, 1922, la editora Silvya Beach decidió publicar (en la foto) la que iba a ser una de las novelas mas importantes del siglo XX, Ulysses. La acción de su principal protagonista, Leopold Bloom, deambulando por las calles y entre los acontecimientos de la capital irlandesa, tiene lugar durante una sola jornada: 16-06-1904. Hasta aquí lo de las honorables coincidencias.

La celebración del Bloomsday es la cita obligada anual de los joycianos, entre los que me encuentro por derecho propio. He leido la novela. La jornada la organizamos mezclando lo propiamente turístico de la efemérides con un diseño del recorrido mas acorde con el ánimo personal del momento. En ambas mitades llevó la batuta y marcó los pasos, como no podía ser de otra manera, la figura del protagonista principal de la novela. Dublín es, por encima de todas las crisis que vengan del cielo o del infierno, una ciudad literaria, es decir, una ciudad imaginada, y de nada vale sustraerse a esa imposición, los fantasmas de sus numerosos escritores, todos de talla y renombre universal, te salen a la vuelta de cada esquina. Así el itinerario que hace Leopold Bloom durante toda la novela es, con diferencia, la guía mas fiable para llegar al latido permanente de la ciudad, que no es otro que el de sus transeuntes, es decir, el del interminable intercambio de miradas y sus correspondientes asociaciones que se hacen entre ellos al cruzarse una y otra vez en sus calles. Es esa malla ininterrumpida de propósitos y deseos, y no la cazurra palabrería de sus portavoces oficiales, la que imagina el escritor irlandés, y la que representa con acierto al héroe moderno, cuya única y mas lograda heroicidad es empezar el dia y acabarlo razonablemnte entero, sin demasiadas averías corporales y mentales.  

Desayunamos riñones porque es lo que hizo Bloom antes de empezar su singladura. Fue en el Hotel Gresham, famoso por ser desde la ventana de una de sus habitaciones, con su mujer dormida a sus espaldas, y mientras caía la nieve en la noche dublinesa, donde Gabriel, el prota de “Los Muertos”, de John Huston, pone fin a la peli de forma evocativa, ahíto de tristeza y melancolía, con estas palabras: “Yo no he sentido nada así por ninguna mujer. Pero sé que ese sentimiento debe ser amor. Piensa en todos los que alguna vez han vivido desde el principio de los tiempos. Y en mí, transeúnte como ellos, fluctuando también hacia su mundo gris. Como todo lo que me rodea. Este mismo sólido mundo, en el que ellos se criaron y vivieron, se desmorona y se disuelve. Cae la nieve. Cae sobre ese solitario cementerio en el que Michael Furey yace enterrado, reposando espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Cae lánguidamente en todo el Universo. Y lánguidamente cae como en el descenso de su último ocaso. Sobre todos los vivos y los muertos." En la mesa nos acompañaron un californiano, un hamburgués, una familia de Barcelona y una pareja de canadienses. Comimos y departimos como pudimos, hasta que salieron a escena los actores para representar algunos de los momentos estelares de la novela. Da gusto ver como declaman un texto, por otra parte de una oralidad sublime. Luego vinieron las fotos y los encajesde manos y las despedidas hasta la próxima.

En la segunda parte de lo turístico nos habían convocado delante del “James Joyce Centre” para realizar un recorrido por algunos de los lugares donde pone sus pies y su estampa Leopold Bloom. El orador, un tipo alto y rubicundo, con el Ulises en la mano como si de la Biblia se tratara, nos fue leyendo párrafos del libro sagrado. La lluvia de la primavera dublinés apareció cuando le vino en gana, lo que no fue suficente para que el orador cediera en su empeño de mostrarnos la palabra de Bloom. El recorrido concluyó delante de la estatua de Joyce en Earl street, donde nos  leyó con entusiasta solemnidad los primeros párrafos del capitulo 6 en el que Bloom se sube a una calesa y se une a la comitiva del entierro de Paddy Dignam en el Prospect Cemetery (hoy conocido como Glasnevin), a las afueras de la ciudad.

Ya por nuestra cuenta, alquilamos unas bicicletas y acompañamos a la comitiva a golpe de pedal.

jueves, 14 de junio de 2012

SOMOS ASÍ Y NO QUEREMOS CAMBIAR. ÚNETE A NOSOTROS 2


Ethan Caen, 38 años, editor de libros. Se siente orgulloso de pertenecer a la rama noble de esta profesión, y se lee todos los manuscritos que le llegan a su despacho. Todavía espera con nerviosismo encontrar al gran genio de la literatura, que marque la tendencia del nuevo siglo.

Elisenda Cañete, 65 años, exinspectora de hacienda. Ninguna franquicia de la pujante industria “pensar siempre en positivo” le ha convencido de que envejecer tiene su gracia. Está segura de que hacerse vieja es una potente e incuestionable evidencia del acabamiento de todo.

Rasputín Delclós, 42 años, brillante ejecutivo de la industria anteriormente mencionada. Defiende su gestión al frente de la misma afirmando, que su éxito consiste en mantener a salvo el sagrado instinto de no tener teorías.

Leonor Altamirano, 39 años, abogada laboralista. Alcohólica anónima y divorciada. Vive sola. Se ha vuelto meláncolica y aburrida. Sabe que, se ponga como se ponga, es así. Es lo que ha descubierto con el hábito rutinario de la sobriedad. Pero se está pensando seriamente en volver a beber y recuperar el don de la ebriedad que tantos triunfos le proporcionó. Tanto en lo personal como en lo profesional.

Ulises Grande, 51 años, guia de viajes turísticos en una empresa de cruceros de lujo. Cree ferviente en los atributos del viaje circular: tradicional, clásico, edípico y conservador. Abominando del viaje rectilíneo que se impuso en el siglo XX y que, lastimosamente, hemos heredado en el XXI: siempre hacia adelante, avanzando de forma titubeante en medio de la nada, en dirección hacia ninguna parte.

Telma Epidauro, 29 años, broker de bolsa y asesora de una de las agencias mas influyentes en el mercado financiero internacional. Piensa que una de las causas de la pertinaz agresividad de los mercados es la falta de inteligencia económica, política, filosófica e, incluso, artística de la casta política actual, que secuestrada por una falsa y anticuada inteligencia moral, no ofrece ninguna resistencia en el combate por la influencia sobre electores y contribuyentes. Mas bien al contrario, parece una aliada sumisa y necesariamente cómplice de lo que está pasando.

Sócrates Eliodoro, 47 años, dejó el trabajo hace siete y desde entonces no ha salido de su habitación. Es un gran admirador de los escritores que cada día emprenden un viaje hacia lo desconocido sin moverse de su casa. Por ello se ha hecho escritor y espera regresar de alguno de sus itinerarios con el narrador que sea capaz de contar la historia verdadera de su vida, y poder salir a contársela al mundo.

Elionor Delfó, seis meses. Vive un emocionante y cálido momento de gran felicidad, y de extraordinario entusiasmo por las cuatros cosas que ha descubierto en el tiempo que lleva con vida. No lo puede saber, pero es un momento en el centro del mundo, que puede volver a repetirse cuando sea adulta.




lunes, 11 de junio de 2012

SEÑALIZACIONES


Cuando era un niño viajaba en el metro con el espíritu de aventura  propio de todo lo que es nuevo. Ahora, siglos después, me lleno de desasosiego cada vez que tengo que entrar ahí abajo, y tratar con ese indescifrable laberinto en que se ha convertido este veterano del transporte público urbano. No es una cuestión de la edad lo que me agobia e, incluso, me atemoriza, sino la sensación de un engaño desconocido que me transmite tanto cartel flechado apuntando en todas las direcciones. 

Siempre fui de la opinión de que las complicaciones exageradas, o el obscurecimiento intencionado, eran el reflejo exacto de voluntades poco fiables. Esas que hablan para no hacerse entender. Tal desconfianza me ha permitido sobrevivir con dignidad en esa tarea heroica de tener que viajar cada día en el metro.

Antes era fácil detectar cualquier manipulación subterránea, que tipos mal nacidos quisieran llevar a cabo. Los corredores y pasadizos estaban perfectamente diferenciados, así como sus encrucijadas. Una flecha te llevaba a un solo andén. Y transbordar era un interludio placentero de un largo trayecto. Nadie se atrevió nunca a subvertir tan armonioso orden.

Me di cuenta de que todo iba a cambiar el día que descubrí a un individuo que, haciéndose pasar por funcionario de la compañía metropolitana, quitaba los carteles de siempre, poniendo en su lugar otros ininteligibles y desorientadores. Flechas al techo, al suelo, a las vías, flechas a ninguna parte que conducían al desprevenido viajero por túneles interminables. De repente me horrorizó aquel desbarajuste insidioso. Pero lo que más me causó pavor fue ver a los usuarios como autómatas, aceptando tal impostura sin extraviarse. Entendí, entonces, que ya estaban perdidos.

Soy ya demasiado mayor para que puedan engañarme esos facinerosos de azul relamido y recurrente. No estoy dispuesto, sin embargo, a renunciar a seguir usando el medio de transporte con el que he disfrutado tanto. Escruto cada letrero con la minuciosidad del advenedizo. Pregunto la veracidad de sus leyendas a varios funcionarios con el ánimo picaresco de desvelar sus contradicciones y la intención de la farsa que representan. Aun así, tengo la máxima preocupación en el límite de cada entronque y no doblo nunca un recodo sin comprobar quien me acompaña. Espero siempre la llegada del tren en un extremo del andén, apoyando la espalda contra la pared. 

viernes, 1 de junio de 2012

UN LIBELO MÁS


El último día de mayo se cumplieron 50 años de la ejecución en Argentina de Adolf Eichmann, uno de los pensadores y el ejecutor que con mas celo se aplicó a que, lo que se conoce como la solución final, fuese una realidad contante pero poco sonante. Redondeando, un total de seis millones de personas que desaparecieron por los sumideros o se hicieron humo a través de las chimeneas de los campos de concentración nazis.

Ahora ya no pasan cosas como éstas, pero no somos mejores ni mas civilizados. Sencillamente la guerra que padecemos, tambien llamada crisis (¿ha habido alguna guerra que no haya sido una crisis maliciosamente incontrolable?), se ha adaptado a nuestro estilo de vida. Al igual que los campos de exterminio. Ciertamente, dos no se pelean si uno no quiere, pero eso no rebaja un ápice la beligerancia del que quiere sangre, ni evita por ello el enfrentamiento. Estamos en guerra pues, por tanto no es hora de que nos dejen en paz. Hay que pasar al ataque. Nuestros incansables hoplitas urbanos, que anunciaron a bombo y platillo los idus de mayo, han de recuperar con prontitud la capacidad de volver a entender el significado profundo y auténtico de la violencia, sino estamos perdidos. Y no digo que se lancen, sin ton ni son, a poner bombas o a pegar tiros en la nuca. ¡Que antiguos y pasados de moda, que rídiculos podrían llegar a ser! La batalla se libra sin cuartel (en la doble acepción de la expresión), desde hace décadas, en el campo sin piedad de la economía, pero nuestros soldados siguen jugando en la calle y moviendo las manos como si se tratara de una gincana escolar. Créame, esta guerra es de verdad y va en serio. Se acabó el recreo.

La incompetencia no es sólo de la casta política, aliada necesaria del poder bancario en su etapa final de desesperada corrupción antes de desaparecer para siempre. La incompetencia es también de una sociedad enajenada que tiene el cerebro hecho trizas, hasta el extremo de haber sido incapaz de preparar a dirigentes que puedan imaginar estrategias de ataque o tácticas de contención en ese territorio tan difuso y volátil como es la economía financiera, para salvaguardar de sus inclementes bombardeos a la economia productiva, que es donde respiramos los mortales. Sobran proclamas donde nada mas se escuche el lamento del derrotado. Faltan programas para combatir en un territorio donde todo es desconocido, hechos con rigor, donde prevalezca ese tipo de inteligencia que abra ventanas en el pozo más oscuro y en los que haya que poner en práctica el espíritu de disciplina y sacrificio. Basta ya de desesperos, así no se gana una guerra. Sobran libelos con frases y palabras de esas que es imposible no ser un abajo firmante. Y ya está. Frases y palabras vacías, dichas hasta la saciedad en todos los mentideros para acallar el miedo que nos acongoja, único sentimineto realmente existente que hace inamovible nuestra vocación bovina. Falta inventar un lenguaje verdaderamente transitivo que de cuenta de todo eso y a todo oyente, barriendo de una vez por todas el lenguaje autista, agorero u optimista, con el que están haciendo su agosto los vendedores de crecepelo que acompañan a toda contienda bélica. Y en los momentos de tregua leamos la oración fúnebre de Pericles, con la que se dirigió a los atenienses en una situación semejante allá por el siglo V antes de Cristo.

Hay mucho dinero, dijo el otro dia un banquero-general de brigada. Pero falta toda la imaginación de la que seamos capaces para ponerlo a trabajar, digo yo aquí y ahora. ¡Cómo se nota el descomunal fracaso de la educación, amamantado con la mala y la buena leche de todos durante los últimos treinta años!