Tardó lo suyo pero al final la película “Yannick”, de Quentin Dupieux, me evocó una imagen remota, que me pareció del todo convincente como espectador de la película francesa. Tiene que ver con el asalto a las Tullerias de los sans culottes parisinos, el día 14 de julio de 1789. Lo que se conoce, según todo el mundo sabe, como el inicio de la revolución francesa o también como el inicio de la Edad Moderna. Si el asalto a las Tullerias de antaño tenía que ver con el hartazgo de pasar hambre y penalidades, el asalto al escenario durante la representación de una obra de teatro de hogaño, que representa Yannick, tiene que ver con el hartazgo de sufrir la banalidad de la abundancia. Si aquel asalto inauguraba las promesas de la modernidad, este de Yannick las daba por concluido en el mejor sitio posible, sobre el patio de butacas y el escenario de un teatro. Los dos momentos se parecen en lo mismo: la apertura de la caja de los truenos frente a una situación que se ha hecho insostenible. Las Tullerías relacionada con el hambre. El teatro relacionado con la abundancia de todo. Lo que vino después del tumulto de las Tullerias fue el mundo en el que todavía existimos. Lo que vendrá después del tumulto del teatro, con Yannick a la cabeza, es imposible saberlo. Cuando azuza el hambre por escasez de alimentos sabemos lo que hay hacer. Pero cuando ahoga la abundancia por exceso de todo no tenemos ni idea. Lo único que sabemos, después de 235 años desde el asalto a las Tullerias, es que nuestro deseo es insaciable y se puede comer el planeta. Fin de la historia de la humanidad. De momento, la película de Yannick acaba con la policía punto de entrar en el teatro para poner fin a la representación y detener a Yannick.
Sin embargo, me vino a la cabeza una idea que lleva rondando desde que soy coordinador de club de lectura y de cine forum. A saber, darle al lector y al espectador el lugar y la voz que se merecen en la República de las Letras. Es bien sabido que una de las consecuencias del tumulto de las Tullerias fue la regulación de los saberes por parte de la clase emergente y luego dominante tras la Revolución Francesa. La burguesía industrial. Academias, museos, estéticas, críticos,… se ocuparán de ordenar y catalogar lo que hay que ver y leer, y lo que no. Lo que son obras maestras y lo que no. Fuera de este nuevo orden burgués industrial quedaron los miles y millones de lectores y espectadores que se iban alfabetizando y accediendo a la cultura a través de los cada vez más sofisticados medios de comunicación. La forma de pensar y de percibir del individuo espectador y lector (no la del crítico profesional) respecto a lo que ve, oye o lee ha sido silenciada totalmente. Como mucho, queda relegada a un plano marginal, el de la conversación privada. La manera de pensar y percibir de espectadores y lectores queda sepultada ante las múltiples perspectivas y ruidos mediáticos con que se acoge hoy a cualquier acontecimiento narrativo. Solo adquiere formas de dato: la audiencia o el público. Hasta hoy en que Yannick ha dicho Basta ya, como lo dijeron los sans coulottes parisinos muertos de hambre y de calamidades. Basta ya de ser consumidores de cultura sin ton ni son, y cuando a ustedes editores, productores, directores o escritores les pete y como les pete. Basta ya de estar siempre disponibles a comernos lo que a ustedes editores, productores, directores o escritores les pete y cuando les pete. Basta ya de ser meros consumidores pasivos de sus culturas, como las vacas llenan el buche en el establo el pienso que les pone el ganadero. Lo que nos echen, cuando nos lo echen y donde nos lo echen. De eso es de lo se harta Yannick pistola en mano, para subrayar a la antigua su hartura. Pero como los sans culottes parisinos, Yannick no está en condiciones de responder a las preguntas fundacionales de todo acto creativo: para qué y por qué accedo a la cultura. Cuyo epítome no es otro que para qué y por qué leo un libro o veo una película o un cuadro u oigo una sinfonía.
La cuestión es para qué y por qué sale Yannick a la palestra pistola en mano. Los sans coulottes sabemos que hicieron lo que hicieron sin saberlo, para inventar la revolución, contra la opinión del monarca que pensaba era una rebelión más de desarrapados. Para convencerse y demostrar al mundo que el hambre es un arma cargada de futuro. Ahora parece fácil darse cuenta, pero entonces era inimaginable. ¿Puede Yannick, pistola en mano, abrir la grieta en la muralla del colosal acomodamiento actual de la clase media dominante, más torpe e inculta que aquella burguesía fundacional, para demostrar que la cultura de los mandarines de la cultura es un arma cargada de aburrimiento, indicando de paso cual es el futuro de la cultura de quienes hoy se la comen. Yo pienso, a tenor de los espectadores que lo jalearon en el teatro, que no. Yannick montó una nueva performance titulada Basta ya tíos listos, yo también puedo hacerlo. Y lo hizo, con faltas de ortografía incluidas. Hizo valer aquello tan propio del hartazgo de la abundancia: lo puedo hacer y lo hago. Pero no es eso, no es eso. Algo que nunca se les pasó por la cabeza a los sans culottes de las Tullerias.