EL MUNDO SIGUE SIENDO INFINITAMENTE GRANDE PARA QUIEN VIAJA CONSIGO MISMO.
¿De quien es tu experiencia de exiliado? Le pregunto a Maxaub mientras bajamos las escaleras de la estación de metro de Ventas. No se esperaba la pregunta y menos su contigüidad con la visita a la plaza de toros y aledaños. Por decirlo con otras palabras, lo que se esperaba, me dijo, es que le preguntara como veía esa superposición en el mismo espacio de dos modos de entender la fiesta que obedecen, al menos por razones históricas, a dos momentos existenciales y políticos diferentes. Que los días de gloria de la tauromaquia, que el régimen franquista utilizó en beneficio propio, hubieran ocupado el mismo espacio que los días de gloria de la movida madrileña, santo y seña de la vuelta de la democracia española. Para entendernos, insistí, desde el punto de vista de la biografía de todos y cada uno de esos protagonistas, incluida la tuya propia en el exilio, son distintas entre sí y todas, a su vez, intransitivas. Es decir, incomunicadas e incomunicables.
Ahora bien, si entiendes la primera pregunta como impulso para salir de la jaula - en que se ha convertido tu biografía de exiliado entendido solo así - y como punto de arranque de tu aprendizaje fuera de aquella, tu experiencia de exiliado es básicamente delegada. Es decir, la vivida por otros exiliados y también la vivida por los que después de la guerra se quedaron y organizaron la vida aquí. Y no cuesta nada deducir que lo que nos impresiona y percibimos de tal experiencia lo hace también por relación con nuestro aprendizaje, que tiene que ver exactamente con lo que le sucedió a los otros. Me puede impresionar lo que le ha sucedido a alguien - tu exilio, talmente, le comento a Maxaub - con más fuerza que si me hubiera sucedido a mi. Por tanto forma parte de mi todo lo que experimento. Creo entender entonces, que este paseo peripatético a mi lado, no deja de ser experiencia conjunta asumida, me contesta el exiliado mayor.
Estamos acabando el paseo que menciona Maxaub y quería que visitásemos juntos un puñado de lugares que tienen que ver con esa combinación: testamento y herencia, que forma parte de la larga travesía existencial que ha sido, al fin y al cabo, la postguerra española. Vale que el no reclamar el testamento de ese largo periodo, vaya a cuenta del saludable olvido que nos hemos dado para poder construir juntos un futuro democrático dentro del continente europeo al que pertenecemos. Pero lo que ya es menos justificable es hacer caso omiso de la herencia recibida, que es lo mismo que admitir que no ha pasado nada. Es decir, que comenzamos con la hoja de servicios en blanco, como si el mundo y nosotros mismos empezáramos a rodar el mismo día en que se murió Franco. Punto pelota.
Vayamos por partes. Si nos metemos en el caserón que ocupa hoy la Fundación Ortega y Gasset-Marañon nos hablará de actualidad. Pero si le metemos imaginación al asunto, comprobaremos que en ese mismo caserón estuvo, antes de que todo se fuera al garete, el primer centro de estudios universitarios para señoritas, y que el significado de esas mismas piedras que dan forma al edificio y el excelente jardín que lo rodea se hace nuestra herencia ante la mirada del visitante más despistado. En la órbita de la Institución Libre de Enseñanza la Residencia para señoritas tuvo como primera directora a María de Maeztu. Estuvo funcionado hasta 1939.Tras la minuciosa depuración de funcionarios y profesionales de la educación fieles a la República la Residencia inició de nuevo su actividad el 15 de febrero de 1940 y bajo la dirección de la antigua residente Matilde Marquina García.
Cerca de la Fundación Ortega y Gasset-Gregorio Marañón está la sede de la Fundación Giner de los Ríos, que custodia el legado de la Institución Libre de Enseñanza. De repente, en un kilómetro a la redonda se le ha echado encima al exiliado mayor el testamento no escrito del gran proyecto educativo de la segunda República. La joya de la corona de laurel que no pudo llevarse cabo por razones conocidas. Me doy cuenta que Maxaub pone mohines en su cara. Y esta vez no tengo nada para salirle al paso y mitigar su nostalgia resentida. La imaginación que desplegó sobre el erial español educativo la Institución Libre de Enseñanza, a finales del siglo XIX, no se ha cumplido todavía, casi cincuenta años después del inicio de la vida democrática, en pleno siglo XXI. En ese sentido, le digo con gesto de humildad cómplice, somos todos exiliados de los saberes que hacen a los seres verdaderamente humanos.
Dejé para el final del paseo peripatético el barrio de Lavapies por dos motivos, que me parecían de interés para mi querido exiliado mayor pudiera volver sobre sus pasos con la sensación del deber cumplido y la honra y el honor recuperados. Uno es que el barrio de Lavapies es una representación popular de lo que la ONU representa a nivel del aristocratismo político y económico en Nueva York, lo cual dice mucho de lo que ha cambiado la España republicana que Maxaub abandonó después de la guerra. Y dos, que dentro del término del barrio hay testimonios y ruinas de esas dos Españas que nunca se ponen de acuerdo, pero que hoy conviven en ese espacio, dando ejemplo de lo que debe ser una ciudad en paz. El edificio que mejor representa esta síntesis son las ruinas que produjeron los bombardeos de la guerra civil de las antiguas Escuelas Pías, una parte de las cuales ha sido habilitada como sede social de la Biblioteca de la UNED. Ruinas de un pasado ominoso del que emergen, como en el olmo viejo hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluviosa de la nueva democracia algunas hojas verdes le han salido. Cerca de aquí la estatua de Agustin Lara, el flaco, compositor mejicano del chotis en honor a Madrid y de la canción Granada en honor a Franco, pone al contrapunto o la correspondencia a las ruinas y las hojas verdes. Con parecida significación cumplen su papel de estar donde hoy están la taberna de Antonio Sánchez, la más antigua de Madrid sin remodelar de la que eran clientes asiduos el pintor Zuloaga y el rey Alfonso XIII; igualmente la casa donde fueron vecinos durante unos años Pepe Isbert y Picasso. Al final todo lo que hay más quienes habitan el barrio apuntalan la unidad de sentido de la diversidad y heterogeneidad que hoy caracteriza la personalidad de la capital.