YO NO QUIERO QUE ME COJA EL HOMBRE ROTO. SIEMPRE CREÍ QUE ESA FRASE ME DABA TODO EL PODER
Ya nos lo advirtió Goethe hace más de 100 años: “el mayor arte de la vida teórica y práctica consiste en suplantar un problema por un postulado.” Ahora que me traes a tu barrio de infancia, me dice el exiliado mayor, me doy cuenta por primera vez de la verdad profunda de la cita del escritor alemán y que ha organizado toda la mía. Uno de los pilares en que se fundamentaron los primeros años de la postguerra fue el de dar un techo a quien no lo tenía. La situación después de la contienda era realmente inaceptable, incluso para las autoridades bombardeadoras y vencedoras, que empezaron a imaginar como solucionarla. Los corredores de infraviviendas iban sitiando la almendra de la ciudad de Madrid, a punto de asalto en cualquier momento. A modo de caballo de troya algunos de estos campamentos de refugiados del hambre y de la miseria se establecieron peligrosamente al otro lado del Manza, el río de Madrid, aspirante eterno a ser el Sena de Paris. Me estoy refiriendo al barrio de las Injuirias. Véalo usted mismo, entre en internet y fíjese con atención en las fotos que allí aparecen. Cualquier rico del barrio de Salamanca, o cualquier rico a medias del barrio de los Autrias empezó a género por su seguridad. Cundió por la ciudad, le dije al exiliado mayor, la idea de que un fantasma espera su oportunidad en los arrabales matritenses, el hombre roto, sí, no el hombre del saco. Los niños y niñas de la época adquierieron pronto la nueva imagen del miedo. Un hombre roto es más peligroso que un hombre del saco. Efectivamente la,propaganda del régimen supo con persuasión utilizar la nueva imagen popular en beneficio de los intereses de su cruzada. El hombre roto es aquel que todavía resiste de forma oculta en las cloacas de la ciudad. O en barrios de infraviviendas como el mencionado de las Injurias. Los vencidos en la contienda civil le llamaban el Maquis.
Sea como fuere, el caso fue que las autoridades vencedoras empezaron a otear el municipio aupados en las almenas de las. destruidas murallas de la ciudad, para ver cuál era el terreno de que disponían para acometer la empresa de construir nuevas viviendas que dieran la nueva imagen al país de la victoria. Y al mismo tiempo ir desmantelando las infraviviendas que amenazaban el bienestar de los barrios de mayor poder económico. Uno de estos nuevos barrios se llamó el Gran San Blas, le digo a Maxaub, y está situado en lado este de la ciudad, entre los antiguos pueblos de Canillejas y Vicálvaro. Allí recaló mi familia en el año de 1959, el mismo año que visitó Madrid Ike Eisenhower para dar la bendición definitiva al régimen de Franco. Antes, como ya he dicho en otras entradas, hicieron lo propio la Santa Sede y la ONU.
La llegada de mi familia al Gran San Blas lo experimenté, esto me lo explique mas tarde claro está, inscrito dentro de la época de los grandes pioneros del Far West, que tanto han estimulado mi imaginación a lo largo de mi vida juvenil y adulta. Llegamos a principios de septiembre de 1960 a una casa a la que accedimos entre montones de escombros flanqueando la entrada, pues el barrio de absorción, así lo llamaron las autoridades vencedoras, estaba todavía en obras. Mi padre no tuvo la suficiente paciencia de esperars a su terminación Dentro de la casa corría el agua, pero no la luz, y el fin del verano era inminente. Así vivimos hasta el día de la lotería de ese mismos año, 22 de diciembre, en el que las autoridades tuvieron a bien que nos tocara la luz como premio a nuestro tesón y nuestras fe en su capacidad de levantar al país de las ruinas. No se si amañaron los bombos, pero lo si fue cierto que esa noche pudimos meter las velas en un armario y vernos las caras por primera vez alrededor de la mesa de la cocina, gracias a una bombilla de 60 watios. La felicidad entró en nuestra a casa y, con sus altos y bajos, ya no nos abandonó nunca. Palabra de niño feliz. Hoy el barrio del Gran San Blas es como lo ves, le señalé con la mano al exiliado mayor. No ha perdido su carácter menestral original, de lo cual me siento orgulloso, lo cual no le impedido dejarse acariciar por todas las mejoras que fue incorporando el desarrollismo franquista primero, y la llegada de la democracia y la entrada en Europa después. Aquí lo tienes. Me parece un buen barrio. Al igual que este han crecido a lo largo de los años en distintos puntos de la geografía municipal. Destacan por su importancia equivalente a éste, el barrio de Usera y el barrio de Moratalaz.
Ni que decir tiene que la figura del Hombre Roto se fue diluyendo en mi imaginación y en la de toda la sociedad que, al igual que los nuevos barrios, iba creciendo sin el espantajo de esa amenaza, pues los corredores de las infraviviendas que sitiaban a la ciudad y la amenazaban con una invasión inminente, iban desapareciendo poco a poco. La figura del Hombre Roto, sin embargo, se renovó y acabó alojándose en el rencor y el resentimiento de quienes no aceptaban como iban evolucionando las cosas, le digo a Maxaub. Y eso, por lo que observo, no ha dejado de crecer desde que se instauró la democracia, me contesta el exiliado mayor. El Hombre Roto de hoy, a diferencia del de la guerra y la post guerra, lo está entre un presente que dice que no es el suyo y un pasado que desea encarnar a toda costa por ideas tan peregrinas, pongamos, como tener un abuelo republicano que luchó y murió en la batalla del Ebro. Y no hay plan de olvido y concordia que lo haga desistir de la misión que se autoimpuesto de encarnar, como un gesto de transustantación, el legado de su antepasado. Aunque sea a costa del recuerdo obsesivo y de vuelta al enfrentamiento guerra civilista, ochenta años después. Por más que se le diga que el pasado se puede estudiar, analizar y recordar, pero nunca se puede volver a vivir y experimentar. Y menos ochenta años después Hombre Roto. Entiéndelo de una vez por todas, no eres ningún dios que pueda hacer milagros con la ocupación y el uso del tiempo. Eres solo un Hombre Roto que puede romper todo lo que toque o se le acerque.