miércoles, 3 de abril de 2024

SPOTLIGHT

 Puestos a averiguar de qué va la peli “Spotlight”, del director Thomas McCarthy, cual es su tema, lo primero que yo diría es que es una película sobre el oficio de los periodistas, no tanto sobre el vicio de los pederastas (Es como querer ver en “Todos los hombres del presidente” la megalomanía psicótica de Richard Nixon). Por más que el buen hacer del oficio de aquellos dejen con el culo al aire, nunca mejor dicho, a los abusos del vicio de estos. Por más que las víctimas fueran menores de edad en la época en que se cometieron los delitos. En fin, por más que casi todo el mundo miró para otro lado en el momento en que se produjeron los hechos. Si el argumento de la peli va sobre el oficio de los periodistas, el tema, como no podía ser de otra manera, va de la búsqueda incondicional de la verdad, caiga quien caiga, aunque sea éste el cardenal de la archidiócesis de Boston. Una búsqueda que es condición de posibilidad de ponerse a investigar, de ponerse a pensar. Es comienzo y a priori. Insisto en la búsqueda incondicional de la verdad, porque algunos espectadores de la tertulia en la que conversamos sobre la peli confundieron la verdad con la búsqueda de la verdad (al igual que confundimos habitualmente el movimiento con la medición del movimiento), por lo que las lineas de fuerza de la peli las desplazaron hacia los verdugos y las víctimas de los abusos sexuales perpetrados impunemente durante aquellos años. Hacia el hecho morboso de la pederastia. 

La búsqueda de la verdad por parte de los periodistas del Boston Globe es lo que hace a la película universal y perdurable, mientras que la verdad de los pederastas y sus víctimas es algo contingente y gremial. Lo primero tiene que ver con el arte. Lo segundo con la justicia. La búsqueda de la verdad y, como no, su cómplice mayor, a saber, la pusilanimidad con la que el ser humano de toda laya y condición afronta eso de la verdad, no evita que sigue estando ahí fuera, esperando a que alguien la cuente. ¿Cuántas veces, deliberadamente, no hacemos caso a los atisbos que de esa verdad surgen dentro de uno mismo? Para no tener que ir muy lejos en esa investigación. Lo dice Walter “Robby” Robinson sin pelos en la lengua y con un primer plano de su rostro que dice más que sus palabras inculpatorias, casi al final de la peli y ante sus colegas del Boston Globe, después de la reunión en el colegio donde aquel había estudiado de joven: “Es como si todo el mundo supiese ya la noticia menos nosotros que trabajamos aquí enfrente.” Se da la circunstancia de que el Boston Globe está, en la actualidad de la película, frente por frente del antiguo colegio de Robby. Valga decir, pensando en los formalistas, que también es una película sobre la importancia de la prensa libre y responsable para que sea viable una sociedad democrática. Y todo lo demás. 


Vayamos a la puesta en escena que ha elegido McCarthy para construir su película y que, al fin y a la postre, justifica todo lo que he dicho anteriormente. Hay dos pilares fundamentales sobre los que levanta la arquitectura de aquella puesta en escena. Por un lado los pasillos y despachos de la redacción del Boston Globe y, por otro, el callejeo de los periodistas buscando la localización y confesión de sus fuentes, como se llama en su argot profesional. Que quede claro, no son víctimas y verdugos, para los periodistas son fuentes. Ambos espacios, pasillos y calles, son la metáfora cabal de esa búsqueda de la verdad, que se encarnan en una construcción del tiempo a tientas y en la oscuridad, llena de atisbos, titubeos y tartamudeos,  como dice en una reunión con su equipo el nuevo director editor del Boston Globe, Martin Baron. En esos pasillos y en esas calles cada periodista del grupo de investigación Spotlight tiene su ritmo y dibuja una línea de investigación con sus movimientos que lo acercan a los rincones oscuros donde creen se esconde la verdad que buscan. En su conjunto dan un dinamismo a la puesta en escena que trasmite toda la verosimilitud que acapara la misma: estos tipos, piensa el espectador más bien incrédulo, saben lo que se traen entre manos, y saben también, aupados sobre su olfato de sabuesos experimentados, donde se encuentra lo que buscan con tanto empeño. Con una mezcla de intuición y deducción, heredada de sus buenas lecturas de su pareja de maestros, Holmes y el doctor Watson, y el espíritu de “la carta robada” guiando en todo momentos sus pasos y pesquisas: “lo hemos tenido delante y no le hemos visto, ¿cómo hemos,podido llegar hasta aquí?”


Llamo la atención de los espectadores mas propensos a desplegar sus prejuicios tipo Domund o aledaños. Pues haberlos los hubo y no pudieron evitar dejar oír su voz prejuiciosa en la tertulia arriba mencionada (ponga un niño abusado por un cura pederasta en su pantalla, o queremos más emoción que es lo mismo que decir: más madera). Observen los susodichos, digo, que las escenas en que aparecen los antiguos niños acosados, hoy adultos hechos y un poco torcidos y retorcidos, lo hacen a beneficio de la investigación del periodista que los entrevista y de la forma de la verdad que busca, no tanto para hablar de sus lesiones íntimas o para estimular las emociones básicas, lagrimeo incluido, de aquellos espectadores y sus prejuicios siempre fácilmente escandalizables. Observen con detalle esas escenas y las comparen, por ejemplo, con las de los primeros planos de Robbyn, como he dicho antes, y las de los rostros de los otros miembros del equipo de investigación Spotlight y del equipo directivo del Boston Globe, a medida que la verdad del asunto va adquiriendo la forma que le va otorgando sentido a la mirada atenta de todos estos periodistas, que siguen creyendo en la validez de su profesión. Es esta Fe - conviene hacer un énfasis especial en ello, dado el panorama actual gobernado por las falsas noticias y la mugre que se acumulando día a día en las redes sociales - un tesoro que no debería perderse nunca, si queremos conservar en nuestra especie ese humanismo singular que la ha caracterizado hasta ahora, frente al maquinismo androide que pugna por quedarse con el mayor trozo de la tarta. O con todo si lo dejan.