miércoles, 10 de abril de 2024

LA GALLINA CIEGA 12

LA PRÓRROGA DE AQUELLA FIESTA HA IDO REBAJANDO LA COMUNICACIÓN SOCIAL Y LA CULTURA POPULAR A NIVEL DE DESPERDICIO

La fiesta no puede ser otra que la que vino después de la muerte de Franco, para celebrar precisamente su desaparición física definitiva. En términos generales a ese acontecimiento se lo conoce como La Movida. A Maxaub le parece que toda esa fanfarria está durando más de lo necesario, todavía. Esta bien celebrar que el dictador pasase al lado oscuro del infierno, dice con sorna nuestro exiliado mayor, pero lo que había que celebrar de verdad era la oportunidad de poner en marcha la vida democrática de todos los ciudadanos que le sobrevivieron. La razón instrumental que impuso aquella fiesta, siempre con una perspectiva de corto alcance saltando de sarao en sarao, fue indiferente al sentido último de esa oportunidad que afectaba a las personas y las cosas, no tanto a los fragmentos sobre los que postulaban sus intereses las ideologías e iglesias que acudieron a la cita de la fiesta. Eclipsando las razones del corazón y olvidando la vieja advertencia de Pascal, insiste Maxaub, según el cual podemos decir que la verdad democrática no es un dato empírico, sino un acto de recíproca comprensión asociado a la esperanza de vivir en paz juntos. 


Del barrio de San Blas nos encaminamos hacia la plaza de las Ventas y aledaños. Quizá, le dije a Maxaub, una visita a la “catedral” de la otra fiesta, que también dura y dura, nos podría ayudar a entender mejor estos efectos de conquista y duración festiva que se han apoderado de la vida cotidiana de los individuos, que forman parte de la sociedad española desde hace ya casi 50 años desde que se murió el gran dictador. Lo que no hay duda es que hoy la metafísica del asunto, por así decirlo, no la podemos encontrar en las universidades, respondió el exiliado mayor, sino en la superficie banal de las ciudades, tal y como voy viendo, y tal vez sea aquí donde haya que venir, como hacía Sócrates en su deambular por Atenas. 


Si te fijas, le dije a Maxaub, cuando apareció en el horizonte el coso taurino, hay una relación no solo espacial, sino temporal entre, pongamos, las ferias de las Ventas y los festivales de la Movida. Espacial porque la plaza de toros fue lugar de encuentro de no pocos de los conciertos más reconocidos de la Movida madrileña. El albero de la plaza no hacía mohines al recibir a Bruning o a Manzanares, por poner dos ejemplos del quehacer musical o taurino de aquellos años. Por la tarde o por la noche, con la cárcel de mujeres enfrente todavía en pie o ya desaparecida, las Ventas se nos aparece con toda la fuerza de su estampa de estilo neomudéjar en ladrillo visto sobre una estructura metálica. La decoración se realizó a base de azulejo cerámico, obras del ceramista Alfonso Romero Mesa, en el que figuran los escudos de todas las provincias españolas y otros motivos ornamentales. Vale decir, si nos atenemos a los alrededores, que las Ventas es también un símbolo de universal y plena humanidad. Aquí se dan cita la vida y la muerte sin aspavientos. El monumento al doctor Fleming, que le han dedicado las asociaciones taurinas agradeciéndole el descubrimiento de la penicilina, testimonia ese carácter genuinamente humano que tiene todo lo que allí dentro se manifiesta. Humano demasiado humano, valdría decir con Nietzsche, si tenemos en cuenta que la muerte es parte inseparable de esa viva humanidad que se dirime cada tarde que haya feria. Y, por qué no decirlo, cada noche que hay festival.